Ha muerto Pascual el Rajao, el jefe del Califa

Se convirtió en marinero en tierra y regentó uno de lo bares más queridos de Garrucha

Pascual Haro Hernández estuvo durante muchos años a pie de barra de uno de los bares más típicos de Garrucha.
Pascual Haro Hernández estuvo durante muchos años a pie de barra de uno de los bares más típicos de Garrucha. La Voz
Manuel León
17:34 • 14 ene. 2025

Casi treinta años detrás de una barra dan para mucho: para ser testigo de amistades y desavenencias, de romances que empiezan y se acaban, de secretos y confidencias que se cuentan y ahí se quedan, entre botellas de Beefeater y aroma a café torrefacto;  casi treinta años, ese es el tiempo que Pascual Haro Hernández, el Rajao, estuvo patroneando El Califa, esa mítica botillería del Malecón de Garrucha, que ha sido y sigue siendo como un faro para nativos y forasteros, para hijos del pueblo y para veraneantes, que crecieron junto a ese semisótano que Juan el Negro construyó hace ya más tiempo del que quisiéramos, en lo que fue la casona de la familia Unzurrunzaga. Se ha ido Pascual, el Pascualillo garruchero, con 73 años, tras una vida, de la que se ha ido, dejando un rastro de persona servicial, alternando la singladura en la mar con la tierra firme de su Califa del alma. Nació en el año 51 del siglo pasado en la calle Baja Yesera número 20, en una familia numerosa. Hijo de Pascual Haro, pescador y patrón de pesca, como lo fue él, y nieto de otro Pascual, navegante en lo siete mares, y de la tía Dolores, costurera, modista, virtuosa de la aguja y el dedal. 



Con 14 años empezó a embarcarse Pascual con el Francisco y Jaime a la marrajera, a por el atún y el pez espada en los caladeros de Alicante. Y luego a las nasas, con el Pepito Ratat que patroneaba su padre, a por el camarón de Adra y Algeciras. Se sacó Pascual la patronía en Aguilas y fue patrón de papeles en otras bacas como el María y Francisco o La Virgen de río. Hasta que fue cansándose de tanto golpe de mar y decidió saltar a tierra. Él y sus hermanos Pedro y Juan Miguel compraron dos bajos comerciales que transformaron en una cafetería, a la que bautizaron con el nombre del Califa, y un bar de tapas, que le pusieron de nombre La Trampa, donde estuvo la residencia de verano de los García-Alix. 



El Califa se inauguró un 18 de julio de 1980 y tras unos años en los que lo llevó su cuñado portugués Jhimy, Pascual, que había dejado ya los anzuelos y las jarcias, se hizo con las riendas de ese nuevo pub que empezaba a convertirse en el local de referencia del municipio levantino frente a la playa. Allí, a partir de esos primeros años 80 comenzó a reinar Pascual con su acento marcadamente garruchero, frente a un camello en el desierto, símbolo del local, frente a volutas arábigas y una fuente junto al reservado o cueva con sofás de escay negro donde los más jóvenes empezamos a fumar los primeros Fortunas. Aunque a Pascual los muchachos siempre le hablábamos de tú, le teníamos mucho respeto, lo temíamos a veces como a la vara verde, sobre todo si hacíamos mucho jaleo. Allí, Pascual sirvió cafés y cubalibres a parejas que luego se casaron (el amor siempre empieza en un bar) y tuvieron hijos que crecieron y tomaron el relevo de sus padres en las mismas mesas, ante los mismos ojos de Pascual. 



Porque el Califa, su Califa, no era solo un bar, o una cafetería o una taberna. Era mucho más que eso: era (y es) un lugar de tertulia en los veladores de la terraza, un escondite donde se jugaba a la baraja y al ajedrez, donde se tiraba a los dardos, donde se organizaban partidas cuando llegó la fiebre de los bingos, una sucursal de la Peña Deportiva Garrucha y sede casi oficial de culés como el propio Pascual, a veces también refugio de melancólicos y solitarios, de ganadores y perdedores de la vida, y más que nada territorio de felicidad en el corazón de Garrucha. Todo eso era (y es, aunque de otra forma ahora) el Califa de Pascual. Yo lo recordaré siempre poniendo tazas de café y pacharanes a la parroquia que se concentraba a ver los partidos de fútbol de los domingos o a leer el periódico, o despidiendo al autobús de la Peña que salía rumbo al campo del Alquián o del Plus Ultra. Pascual el Rajao, un marinero en tierra de Alberti, una institución en el viejo Califa, tras años y años de ver oír y callar.








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