Fue José Canal y Casas uno de los comerciantes de tejidos más activos en los primeros años del siglo XX almeriense. En unos tiempos en los que apenas existía la confección, trajes, camisas y pantalones se fiaban a la buena mano y ojo de los sastres en los talleres de la ciudad.
Era entonces un negocio opíparo, si el establecimiento contaba con especialistas de predicamento entre el vecindario, y así fueron rivalizando sastrerías como la de Francisco Bustamante, en Rambla Alfareros, ’La Elegancia’ de Cristóbal Padilla en la Glorieta de San Pedro, Camilo Cabezas en el Paseo del Príncipe o también los talleres de José Galván y de José de Juan.
En esas salas donde piaban canarios y entraba la luz del sur, se afanaban maestros alfayates, modistas, oficiales de primera y de segunda, cortadores y aprendices. Entre paños de tela y jaboncillo azul, entre el trabajo sepulcral de la aguja y el dedal, iban los pupilos dándole al género de dril o de alpaca el aspecto de un traje o de una americana. Era tal la demanda de buenos profesionales, que en la Escuela de Artes y Oficios, durante años, estuvo vigente la disciplina de sastrería.
En ese ambiente de hegemonía de la manufactura, tras años de colaboración con su cuñado Jerónimo Ramírez en el bazar ‘El Fénix’, José Canal decidió abrir en 1916 una pañería y sastrería denominada La tijera de oro, en el número 14 de la calle Las Tiendas, junto a donde hoy está la Delegación de Bienestar social. Allí intentó competir con los talleres particulares y, sobre todo, con ‘La isla de Cuba”, de José Benavente, el gran comercio de tejidos de la época aposentado en la calle Real.
Cuando abrió La tijera de oro, José Canal era ya un bragado empresario textil en la ciudad. Se había casado con Enriqueta Sánchez Rull, prima del arquitecto Enrique López Rull, e hija de un ingeniero de minas de Teruel.
En 1889 había comprado dos acciones de la Compañía de Caminos del Sur de España que traería el ferrocarril a la ciudad y había sido presidente de la Cámara de Comercio en 1905 y consejero del Monte de Piedad.Entre su plantilla, destacaban por su ánimo Pedro y Juan Ramírez Salar, dos hermanos que habían llegado de la localidad murciana de Fortuna para abrirse paso en el sector del comercio de telas.
No fueron los únicos, en el entorno de la Puerta de Purchena y Paseo del Príncipe, se establecieron también sus paisanos fortuneros Fulgencio Pérez, que había abierto El Río de la Plata en 1912, y los hermanos Bartolomé y Tomás Pérez Palazón, que inauguraron también sendas pañerías: El Globo y La Villa de Lyon.
Con la jubilación del fundador Canal en 1925, los hermanos Ramírez decidieron quedarse con la dorada tijera, donde fueron ampliando artículos de confección y ampliando remesas de pañería, trajes para caballero y niño, vestidos de señora, gabanes, pellizas, mantas de viaje y surtidos de camisería, corbatería, cuellos y puños. La Tijera pitaba y, por ende, adquirieron otro establecimiento en la calle Tiendas, 2, frente a la Plaza de Manuel Pérez, que después fue Alejandro Salazar, y junto a la de Bermúdez, que después fue Vivas Pérez.
Alli se trasladaron, a una vivienda de dos plantas, donde antes había estado situada la primera botica de Quesada, donde tenían como vecinos a La Casa de las Medias y enfrente la Tienda de los Cuadros y los cosarios de los pueblos con los carros aparcados, que iban a por vituallas y quincallería a establecimientos mayoristas como los de Escámez o Morales. Cerca estaba Casa Tébar, donde los dependientes de La Tijera y de Almacenes Escámez acudían a confraternizar en el mostrador frente a unos vasos de Jumilla.
Pedro Ramírez Salar se casó con Dolores Piñero Pérez y tuvieron cuatro hijos: Pedro, Juan, María Dolores y Angustias -que falleció niña a los 12 años-de los que los dos varones continuaron con el negocio. Juan Ramírez Salar matrimonió con Carmen Morales Ubeda y falleció sin hijos en 1957. Su viuda continuó con un almacén de tejidos en la calle Hernán Cortés hasta los años 60.
El establecimiento -con una tijera como emblema que colgaba del balcón y que brillaba de noche- fue ganando protagonismo en esa plaza vicaria de la Puerta Purchena, junto a donde estuvo la casa de los marqueses de Campohermoso. Tras el meandro de la Guerra, La tijera fue uno de los primeros establecimientos que hizo acopio de género ofreciendo a su clientela los tejidos de algodón que estaban racionados y que Pedro Ramírez se traía en alpacas desde Barcelona, junto a trajes militares y de paisano. La gente formaba colas en la calle para acceder a un corte de tela por cartilla para hacer un vestido.
Las revendedoras llegaban también para llevarse fiado los tejidos que vendían a las modistas de los pueblos. En los años 50, un traje de caballero costaba 145 pesetas y unos pantalones 45 pesetas. En esa época, la tijera era una referencia en la ciudad: “Funeraria nueva, junto a La tijera de oro” o “Perdida una pulsera, razón en La tijera de oro, se gratificara”.
Llegó a tener hasta veinte empleados: antiguos, como Pedro Fernández Valdivieso, Juan Ruiz Sánchez, Antonio Gallardo, Francisco Bernabéu, Francisco Clemente, Francisco Morales o Dolores Sánchez, y otros que vinieron después como el sastre Diego Marfil, la cajera Lola, Dolores o la encargada Ana.
La planta baja estaba dedicada a pañería y telas, la primer a la confección y la segunda a caballero. En 1969, los hermanos Pedro y Juan Ramírez Piñero edificaron la ‘nueva Tijera’ sobre los cimientos de la anterior, mientras seguían atendiendo a su clientela, durante las obras, en un local alquilado en Obispo Orberá.
Después adquirieron también el edificio de al lado, donde había un estanco, para ampliar la gama de productos y para seguir atendiendo a los nietos de los primeros clientes, que seguían acudiendo a La tijera como quien acudía a Lourdes a encomendarse en las manos de uno de sus sastres para obrar el milagro de que le encajara bien el traje de boda o el vestido de la Comunión. En 2010, tras el fallecimiento de Juan Ramírez, La tijera dejó de cortar para siempre, después de ser santo y seña durante 94 años en el vetusto comercio almeriense.
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