Seis días después del resultado del 26 de mayo, el director de La Voz analiza seis conclusiones que pueden extraerse de los apoyos conseguidos por los partidos que compitieron por el voto de los almerienses.
1. La hegemonía del PP se consolida
El PP mantiene su amplísimo espacio de poder en la provincia. El huracán anunciado de Vox y el fuerte viento pronosticado de Ciudadanos han quedado reducidos a brisa en retirada. Almería, Roquetas, El Ejido y Adra continuarán dirigidos por sus actuales alcaldes con mayorías holgadas, salvo en la capital agrícola, donde la aritmética hará la travesía más incómoda a Francisco Góngora.
El mapa electoral no se mueve y quienes pronosticaban el ocaso de Gabriel Amat y la derrota de Góngora a manos de la extrema derecha no han visto cumplidas sus previsiones y, en muchos casos, sus deseos. La sociología, la demografía y la estructura económica de la capital y el poniente son los tres vértices de un triángulo en el que ningún partido ha logrado en los últimos casi veinte años penetrar con consistencia.
Almería es la provincia andaluza con más poder del PP y la única en la que este partido gobernará con mayoría absoluta la Diputación. Dos circunstancias de extraordinaria importancia que, todavía, no se han sido valoradas en Sevilla por quienes están obligados a hacerlo. Pacheco, Amat, Góngora y Cortés quieren gobernar en solitario con apoyos puntuales, pero sin ceder concejalías. Lo conseguirán sin demasiado esfuerzo. En ninguno de sus municipios puede articularse mayoría alternativa alguna. Quienes querían ponerlos contra las cuerdas han fracasado y la espera se les hará eterna. Cuatro años en la oposición hacen tan largo el camino y tan corto el olvido que es muy difícil que los que a partir del 15 de junio lideren la oposición socialista, ciudadana o de Vox en esos municipios acaben ocupando la misma posición en las candidaturas de 2023.
El PP ha derrotado a quienes, desde dentro de propio partido, desde el PSOE o desde todas las oposiciones, esperaban expectantes una perdida de apoyos que acabara situando al partido (y a Gabriel Amat y Javier Aureliano) en un escenario de dependencia en los plenos. La hegemonía del PP continua y, como sostenía Alfonso Guerra copiando a Andreotti, el poder desgasta, pero el no tenerlo desgasta mucho más.
2. Ramón o el gran triunfador
La matemática es una ciencia incapaz, pese a su carácter empírico, de imponerse a la retórica de la política. Solo así se llega a contemplar el espectáculo de que, tras cada consulta electoral, todos hayan ganado. Pero si hay alguien del que no se puede dudar de su victoria ha sido Ramón Fernández-Pacheco. Desde la frialdad de los datos, el candidato del PP ha sido el que mas porcentaje de votos ha obtenido entre todos los alcaldables que se presentaban por este partido en las capitales de provincia de España; ha sido el único alcalde de capital que ha mejorado los resultados obtenidos por su partido en las municipales del 2015; y, siguiendo con el relato cuantitativo, su candidatura obtuvo casi once mil votos más que la del PP a las europeas.
Hasta aquí los datos objetivos. Las causas que los provocaron pertenecen al territorio subjetivo del análisis, pero no se antoja erróneo pensar que la decisión de ‘personalizar’ la campaña en Ramón y no en el paraguas del PP, su alejamiento de posiciones ideológicas cercanas, a veces, a la inoportunidad o a la extravagancia (un error en la que cayó Casado en las generales) y su cercanía a los proyectos que hacen ciudad y mejoran la vida de los ciudadanos, la determinación de hacer una campaña sin estridencias y sin acusaciones y su posicionamiento en la centralidad evitando revestirse de quincalla derechista de hojalata, son algunas de las causas que han propiciado la consecuencia de los magníficos resultados obtenidos. Fernández-Pacheco ha recogido el voto PP, pero, también, el de esos votantes situados en el relativismo desapasionado que nunca dan su voto, solo lo prestan en función de la capacidad de quienes lo piden.
3. Vox o la breve distancia entre el triunfo y el ocaso
Si el Cristo de la Semana Santa vivió con espanto cómo desde el domingo de su entrada gloriosa en Jerusalén hasta el viernes de su subida al Calvario sólo pasaron cinco días, a Vox le ha costado cinco semanas comprobar que cuando más te aproximas a la cumbre, más cerca estás del descenso; sobre todo cuando tu equipamiento no vas más allá de una bandera, dos consignas y tres frases hechas.
El partido que situó a El Ejido, Roquetas, Almería capital y Níjar en el escaparate de la extrema derecha y al que todos revestían de una capacidad determinante en los gobiernos que habrían de formarse en esos municipios tras el 26 M, ha quedado reducido a la consideración de un inquilino molesto en los arrabales del poder. La imposibilidad metafísica de alcanzar mayorías alternativas con PSOE y Ciudadanos facilitará las alcaldías ‘populares’ en esos municipios y su participación en los gobiernos municipales se situará en un territorio cercano a la irrelevancia. El voto excitado de las autonómicas y las generales se ha disipado porque, como se cantaba al Cristo de la Pasión, no se puede estar eternamente enojado. Miles de votos que entonces fueron a Abascal han regresado al PP o a la abstención. La Reconquista es un paisaje emocional revestido de épica; los servicios sociales, la limpieza, las calles o los desarrollos urbanos son territorios reales construidos con dinero y hormigón, dos carriles por los que nunca han transitado las órdenes de predicadores. Los miles de votantes que situaron a Vox en la cumbre o tan cerca que ya la tocaban con los dedos, le han dado la espalda y, como el Cristo en el Gólgota, estarán cuatro años preguntándose “¿por qué me han abandonado?”. En los próximos cuatro años Vox será un costalero del PP aunque, eso sí, con derecho a tocar la campanilla de vez en cuando.
4. ¿Será verdad que el PSOE no quiere ganar?
Las reiteradas y contundentes victorias del PP en los grandes núcleos demográficos y económicos de la provincia se han sustentado siempre en una sociología más cercana al liberalismo funcional del conservadurismo que al garantismo burocrático de la socialdemocracia. La norma y su cumplimiento nunca ha sido bien acogida por quienes ven en ella una reducción de su capacidad de movimientos, sean correctos o no. El otro pilar de tan abrumadora acumulación de victorias hay que encontrarlo en la capacidad de gestionar que han demostrado quienes han dirigido esos municipios. Nadie vota de forma reiterada la ineficacia.
Pero adentrándose más allá de estos dos pilares fundamentales, hay un interrogante que, en cada elección, cobra más consistencia: ¿quiere el PSOE ganar en esos municipios? La pregunta parece inútil (¡¿cómo no va a querer un partido ganar?!), pero, quizá, no lo sea tanto.
Si los socialistas hubieran hecho en los últimos años un mínimo acto de reflexión y un inteligente propósito de enmienda hubieran llegado a la conclusión de que los generales con los que han ido a la batalla no han sido los más adecuados y (casi) nunca han contado con el apoyo de un ejército unido detrás. Uno tras otro y en una ciudad tras otra han sido derrotados, y uno tras otro y en una ciudad tras otra sabían de antemano el resultado de la batalla.
Ningún dirigente desconocía que los candidatos del domingo en la capital, El Ejido o Roquetas estaban condenados al fracaso. ¿Por qué perseveraron en el error, no había otros mejores o, tal vez, es que eran los mas dóciles para mantener el poder interno del partido? Para algunos candidatos la oposición es un lugar más cómodo que el poder: se cobra un poco menos, pero se trabaja mucho menos. Los socialistas deben romper esta dinámica premeditadamente suicida o estarán condenados a la derrota perpetua.
Hay tres máximas en primero de estrategia que ningún partido se atreve a cumplir. Primera: siempre hay que elegir a los mejores. Segunda: cuando alguien falla de forma reiterada, debe ser sustituido. Tercera: cuando el mando duda, la tropa sufre. Los socialistas, sobre todo en la capital, son tan expertos en esta acumulación de errores, aunque con distintos candidatos, que a veces, solo a veces, dudo si no lo hacen intencionadamente.
5. IU o la crónica de una muerte anunciada
Es tradición en los partidos comunistas defender el dogma de que el partido no se equivoca nunca, que lo que se equivoca es la realidad. Y así les va.
Y así les ha ido en la capital. La desunión les ha costado un concejal y, lo que es peor, han quedado fuera del pleno después de cuarenta años de presencia ininterrumpida. Si IU y Podemos se hubiesen presentado bajo Unidas Podemos hoy Amalia Román estaría en el ayuntamiento. El cainismo, tan permanente en la izquierda del PSOE, lo hizo imposible. Da igual. Lo importante es tener la llave de la entrada a la catacumba. El problema, para los que se encierran en ella, es que, al final, conservan las llaves del templo pero acaban enterrados en la marginalidad y la irrelevancia. Y lo peor es que todos lo sabían. El partido, ya se sabe, no se equivoca nunca. Con Anguita antes y con Garzón ahora el libro de las sagradas escrituras del comunismo está a salvo; otra cosa es que alguien tenga interés en leerlo.
6. El viaje a ninguna parte de Ciudadanos
Si había una opinión compartida entre todos los dirigentes provinciales y regionales de Ciudadanos era que la candidatura de Miguel Cazorla como cabeza de lista estaba condenada al fracaso. Nadie, solo el candidato y su entorno, creyó sinceramente que los resultados de 2019 superarían a los de cuatro años antes. La realidad ha demostrado que no estaban equivocados. ¿Por qué entonces cometieron conscientemente la equivocación de situarlo como número uno? La respuesta solo la tiene él y Fran Hervías, secretario de organización nacional del partido. ¿Por qué? Sigan leyendo.
El viernes 5 de abril el partido había organizado un mitin en el teatro Cervantes en el que tenían previsto intervenir Inés Arrimadas, Juan Marín y Marta Bosquet. Antes de la hora prevista y cuando ya se sabía que la portavoz nacional del partido se caía del cartel por un contratiempo inoportuno, Hervías ya se había reunido con Montse Piquer y le comunicó que sería la que encabezara la candidatura. Cazorla iría de dos y Rafa Burgos de tres. La candidata aceptó la imposición y Burgos conoció su posición en la lista mientras se celebraba el acto. No le gustó. Terminado el mitin, Hervías estaba citado con Cazorla para comunicarle la decisión. Lo que nadie sabe es qué argumentos esgrimió Cazorla en esa conversación para que quien le iba a comunicar su sustitución en el primer puesto acabara rectificando la decisión adoptada por la direcciones regionales y nacionales del partido. Al final Burgos fue de dos y quien había sido elegida para encabezar la candidatura ocupó el tercer puesto y no alcanzó el acta de concejal.
El resultado de tan radical cambio de ruta no deja espacio a la duda del error cometido: la candidatura encabezada por Cazorla obtuvo 5.951 votos frente a los 10.427 que cosechó la lista del partido a las elecciones europeas. Los 4.476 votos de diferencia y los motivos que la propiciaron son tan evidentes que es innecesario insistir en ellos. Pero, por si alguien deja espacio a la duda, cabría preguntarse porqué en las andaluzas de 2018 Marta Bosquet alcanzó un 19,04 por ciento de los votos en la capital y, cinco meses más tarde, la candidatura encabezada por Miguel Cazorla no superó el 7,58. La respuesta está en el viento que agitaba el cartel electoral.
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