Un barrio inundado de recuerdos; un paseo por la vida de la Rambla Belén

Hoy recorremos la Rambla Belén con Manuel Artero

Manu Artero ante el edificio que hoy ocupa lo que fue la puerta de su casa
Manu Artero ante el edificio que hoy ocupa lo que fue la puerta de su casa La Voz
Lola González
08:46 • 28 jul. 2019

Antes de la hora y con una sonrisa, a pesar del calor, me espera en el Anfiteatro de la Rambla Manuel Artero, Manu Artero para los que le seguimos en las redes sociales. Le precede su trabajo como investigador pero hoy saca su lado más personal al guiarme por los que son sus rincones, la memoria de su barrio, ese que creció al borde de una frontera natural que marcaba la vida de los almerienses. Hoy recorremos de la mano de Manu Artero el barrio de Rambla Belén.



Nació en la única casa de dos plantas de ese lado del cauce, compartían ‘La Casilla’ (como le llamarían más tarde sus amigos) con sus abuelos en la planta alta. Desde su mirador veía a apenas tres o cuatro metros esa rambla de coches aparcados  niños jugando a la pelota y que les aislaba cuando llovía.






Con la imagen en la retina de esa zona antes del encauzamiento, arrancamos la ruta justo en la confluencia entre la Rambla Amatisteros, calle Real del Barrio Alto y la propia Rambla Belén. Esa era la zona de los quioscos, “allí estaban los de Pepe y Encarna y el de Paco. El quiosco de Pepe y Encarna era famoso por sus pasteles, los traía del Barrio Alto”. No sé si eran los más vendidos o los que más le gustaban a él, pero a su boca retorna el sabor de los chinitos y de los bollos con coco. Reconozco que yo también los imaginé.



Estamos ya en lo que era el cauce de la rambla y justo allí estaba siempre un hombre que hacía garbanzos ‘torraos’. “Cada vez que nos juntábamos en casa para ver el fútbol, mi abuelo nos mandaba a los niños a comprar y claro, siempre caía alguna sorpresa: un sobre de soldaditos de plomo o un caramelo...”, recuerda.



Heridas



Era un niño bienmandado, pero tenía la costumbre de ir corriendo a todos lados, y en una de esas que iba a comprar garbanzos aprovechó el tirón para llevarse el ‘casco’ de cerveza ‘El Águila’ y se cayó. “Me corté el brazo por la zona de la axila, y aún tengo la cicatriz” y es que “los niños de entonces nos caíamos mil veces, íbamos con los pantalones llenos de rodilleras y las rodillas llenas de heridas”. En realidad eran cicatrices de guerra de haber jugado en la rambla, en la calle,  esa que casi no pisan los chavales de hoy.



Cruzamos y nos metemos de lleno en Rambla Belén, en el sentido ascendente de la Avenida Federico García Lorca, al otro lado están ‘Los Jardincillos’, una zona que “a pesar de que solo estaba separada por la rambla, parecía como más VIP”.


En esa acera, en la que hoy prácticamente todo son grandes edificios, salvo su casa el resto eran viviendas “de puerta y ventana que casi en su totalidad las había hecho Trinidad Cuartara. Tenían su entradita, su pasillito, y a la derecha su dormitorio”. 



Comenzamos a andar por donde había unas pequeñas casillas hasta llegar al edificio que sustituyó al almacén de maderas de Arriola. Cuenta Artero el miedo que les daba pedirle la pelota cuando se colaba en las naves a pesar de que “era buena persona pero muy serio”, su final fue triste.


Subimos un poco más y al llegar a un portal de un edificio afirma: “Ésta era mi casa”. Recuerda entonces el silencio de las noches de verano con todas las ventanas abiertas en esos tiempos en los que solo había una cadena de televisión y el sonido el programa de turno seguía siempre el mismo compás, fuera con la Ruperta o con el telediario.

Noches en las que también se ‘colaba’ con sus amigos entre las vallas para ver la película de la Terraza Almería o del ‘Apolo B’. Quizá la veían mientras se comían ese bocata de tortilla liada tan clásico para seguir con los juegos infantiles sin tener que subir a cenar.



Eran tiempos en los que los vecinos eran casi parte de la familia, y los amigos, aunque te pelearas, estaban ahí. “Recuerdo mucho a la abuela de mi amigo Ramón Martínez. Todos le decíamos ‘la yaya’ porque era la mayor del barrio. Por las tardes tenía la costumbre de tostar pan en la estufa  que funcionaban con una bombona de butano. Siempre que pasabas por aquí olía a pan tostado. Ella se hacía su pan con su mantequilla y su chocolate y fueron muchas  las veces que fuimos a que nos tostara pan ‘la yaya”. 


En la retina Pero no todo son buenos recuerdos. Desde ese mirador que tenía la segunda planta de su casa se veía perfectamente como el agua se llevaba los coches aparcados cuando la lluvia provocaba la salida de la rambla. En su retina aún está cuando el agua se llevó al circo “y eso fue en el año 1970 y yo tenía cuatro años y poco”.  En su memoria también quedó “cuando se cayó el edificio Azorín, en el que murieron 15 personas. Estaba en el mirador de mi casa y recuerdo ver pasar a todos los coches fúnebres camino del cementerio el día del entierro”.


Seguimos recorriendo este tramo de la Avenida Federico García Lorca y llegamos junto a un establecimiento de neumáticos, ‘Neumáticos Alonso’. Este taller ha visto pasar la historia del barrio también ante sus puertas, las que abriera allá por los primeros compases del otoño del año 1967 el padre de los actuales propietarios, y que ahí sigue aguantando el tirón.


Un poco más arriba, en la zona de ‘La Gloria’, “estaba la gasolinera del manquillo” y al lado, “un puestecillo donde hacían churros. De hecho son los que ahora lo hacen en Nueva Andalucía que empezaron aquí. Recuerdo que los domingos cruzábamos a comprarlos. Bueno, cuando podíamos porque recuerdo que llovía mucho más que ahora. Para ir al colegio, a casa de mi abuela, o lo que sea, la rambla siempre llevaba agua y a pesar de las botas de agua, acababas con los calcetines mojados”. Y es que en esta zona no había puentes  para cruzar. De hecho, recuerda que se convertía en controlador desde su mirador para ver si su padre podía llegar desde Las Almadrabillas, donde tenía el taller, hasta su casa sin problema.


Nos adentramos por la calle Gloria hasta llegar a la confluencia con Sicardó. Allí nos encontramos con el edificio que un día fuera la fábrica de muebles de Rabrijú. “Era una serrería, aquí cortaban la madera para hacer los muebles” y a pesar de que está cerrada, los ojos de Manu Artero la ven aún como el lugar al que iban a “coger la maderas para hacer espadas si es que había tocado esa tarde película de caballeros, hacer arcos si es que había tocado de vaqueros, para luego matarnos vivos”.



En las calles del entorno casi todas las viviendas eran entonces de planta baja. Muchas de ellas siguen ahí, en pie. La sensibilidad ha llevado a algunos a conservarlas y rehabilitarlas, otras ven pasar el tiempo con carteles de ‘Se vende’, con puertas tapiadas, o simplemente sumidas en el olvido. Un olvido que en algunos casos no es nuevo, y es que cuenta Artero que por la zona  “había una vivienda, que le decíamos la Casa de los Fantasmas, que estaba abandonada y nos metíamos por la noche a jugar. Tenía una especie de  sótano y allí nos metíamos y contábamos historias de terror”.


Casitas


Llegamos a calle San Lorenzo y a pesar de las viviendas tradicionales, lo que más llama la atención es el gran edificio de planta baja rojo que hasta hace pocos años era una sala de velatorios. 


Salimos a Rambla Amatisteros y vemos tres de las viviendas más antiguas de la zona, todas rehabilitadas e incluso reconvertidas en edificios mientras nos dirigimos de nuevo al punto de partida de la ruta mientras hablamos de ‘La Casilla’. Así le pusieron a su casa sus amigos cuando, después de haberse trasladado la familia a Santiago Vergara y ya metido en el mundo musical, se quedó con el ‘uso y disfrute’ de la casa del mirador a Rambla Belén.


Allí empezó a ensayar rockabilly con Miguel ‘El Elvis’, a hacer música con Miguel Ángel Molina,  con Kiko o con Mara. Fue “la casa de los primeros guateques. En la habitación grande pusimos una bola grande de espejos. Allí fueron nuestros primeros besos, los  primeros amores”, y es que ‘La Casilla’ se ha quedado en la memoria de Manu Artero, en los recuerdos de sus amigos, pero sobre todo, en la historia.


Perfil

Manuel Artero es responsable logístico de profesión, y músico e investigador de devoción, muy polifacético.  Miembro del departamento de Geografía y Ordenación del Territorio del Instituto de Estudios Almerienses es alguien del que aprender cada vez que habla de la ciudad. En la música, que dice que ahora mismo tiene aparcada más allá de colaborar en algún arreglo musical en su estudio de grabación, pero a la que volverá, ha formado parte del grupo ‘Madera’ que fueron ganadores del Imaginarock 97, así como de ‘Los puntos’ tras su vuelta a los escenarios. 



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