Será difícil caminar por los pasillos de la Escuela de Hostelería sin tener la sensación de que más temprano que tarde, al doblar una esquina o al abrir la puerta del comedor, no va a aparecer la figura de don José Vique pendiente de todo. Su presencia forma parte de la historia del centro desde que en 1969, siendo un adolescente recién llegado del pueblo, ingresó en el internado con la esperanza de aprender un oficio y hacerse un hombre de provecho.
Entonces, todo estaba por hacer: la escuela, la profesión, la propia sociedad que no paraba de cambiar y los muchachos que llegaban a la escuela soñando con una buena colocación en el restaurante Imperial, en el Rincón de Juan Pedro o en los hoteles modernos que acaban de aparecer en escena: el Gran Hotel Almería y el Meliá de Aguadulce.
Fueron dos años intensos, de continuo aprendizaje antes de dar el salto a Madrid donde se vino con el título de grado superior. En esa experiencia cosmopolita tuvo tiempo de conseguir el campeonato nacional de cocina que le sirvió para regresar a su tierra con un pan debajo del brazo. Formó parte de la cocina del restaurante ‘Paraíso’ de Aguadulce en los primeros años de la revolución del turismo y en 1974 entró a formar parte del claustro de profesores de la Escuela de Hostelería.
Eran los tiempos de la vieja escuela, allá por el barrio de la Pipa, cuando las matriculaciones apenas superaban la centena y cuando los alumnos doblaban en número a las alumnas. Hoy, con más de seiscientos matriculados, la paridad es absoluta.
El profesor Vique lleva más de medio siglo ligado al centro y ahora le ha tocado retirarse. Sabe que va a echar de menos la actividad frenética de las cocinas, esa ilusión contagiosa de los alumnos que le permite a los maestros beber de la fuente de la eterna juventud. Sabe que una parte de su historia se quedará allí dentro, pero también tiene claro que hay vida fuera: “Tengo ilusión con hacer otras cosas distintas, con disponer de tiempo libre y disfrutarlo”, asegura.
Atrás dejará una Escuela de Hostelería que es mucho más que un centro de enseñanza. Entrar en las cocinas te permite intuir el grado de preparación del centro y el espíritu de trabajo que ronda entre las ollas. La cocina parece un inmenso camarote de un barco, abierto a la luz y a las miradas de los profesores con grandes ventanales que están comunicados con el comedor principal para que los clientes que a diario, de lunes a jueves, lo visitan, puedan ver lo que se cuece al otro lado de la pared.
Los alumnos trabajan en la cocina y practican haciendo menús especiales que están abiertos a cualquier público. Para ir a comer a la Escuela de Hostelería solo se necesita inscribirse a través de la página web del centro. Esta última semana, con motivo del día de los enamorados, los alumnos prepararon un menú especial compuesto por cóctel ‘Serena pasión’, crema de alcachofas con almejas, mejillones y virutas de jamón crujiente, atún en escabeche con frutos rojos, sorbete afrodisíaco, taquitos de solomillo asado con calabaza, red velvet con frutos y helado de queso y un remate con café y copa de cava, al módico precio de 28 euros.
La escuela cuenta con su propia panadería y con una sala de repostería donde los alumnos experimentan a diario con postres innovadores. La formación es incuestionable y también el porcentaje de éxito a la hora de encontrar un trabajo. “Los alumnos aprenden lo que necesitan las empresas. Los últimos cuatro meses son de prácticas fuera de la escuela. Salen bien preparados y un porcentaje muy elevado no tarda en encontrar una colocación”, asegura el director. Tienen también la posibilidad de acceder a los estudios de Turismo en la universidad o de hacer un master y quedarse como profesores de la Escuela de Hostelería, como hizo el profesor Vique hace ahora 46 años.
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Eduardo de Vicente