Sin estar concernido por superstición alguna, entiendo, y, sobre todo respeto, a quienes guardan ciertas creencias a pies juntillas. De ahí el salto del número doce de ayer al catorce de mañana. Si encima de estar en ascuas, añadimos un elemento más de zozobra, pues como que no. Ignoro la diferencia, si la hay, entre supersticiones y manías. Para mí, una manía es la de Rafa Nadal, como ejemplo. Antes de un saque practica una liturgia consistente en alinear las botellas, secarse el sudor doscientas veces, tocarse la nariz, las orejas… Hemos de suponer que no puede evitarlo, además, mientras juegue al tenis como juega, que se toque lo que le venga en gana. Por otra parte, como dicen en Galicia, las brujas no existen, pero haberlas haylas. En este punto, ignoro si los gallegos hablan de brujas con escoba o de otras brujas que yo me sé. Salgamos de este jardín antes de meternos en un laberinto.
Mi amigo Justo me envía un mensaje. Entre divertidos comentarios, introduce un asunto serio: el escaso vocabulario que usamos los españoles a diario. Así, a bote pronto, con trescientas palabras nos bastamos, con quinientas nos explayamos. Y tiene razón. El idioma español es majestuoso, tiene cerca de noventa mil palabras, más las que se inventan los perifrásticos, aquellos que dan rodeos lingüísticos con tal de no decir algo que se habría podido decir con menos palabras o con una sola. Véase: hemos metido la pata. Esto sólo a modo de muestra.
En situaciones extremas, vivimos una de ellas, siempre brilla una palabra que interiorizamos, la hacemos nuestra. Es el caso de la palabra pico. Toda España anda pendiente del pico. En las conversaciones telefónicas o cibernéticas hablamos del pico: ¿cuándo se alcanzará el pico?, ¿estaremos antes de la llegada del pico?, ¿que vendrá después del pico? El pico, el pico. A propósito: ¿si un pollo pone un huevo justo en el pico fronterizo más alto entre España y Francia, el huevo es francés o español? Entra en juego el arte de la diplomacia. Ahí lo dejo.
Desaprensivos continúan saltando a la torera las estrictas normas de aislamiento. A los que pillan en este insolidario, absurdo, peligroso e idiota comportamiento se les imponen sanciones económicas. Pese a ello, los hay reincidentes, deben ser adictos al virus. Lejos de toda intención malévola, palabrita del Niño Jesús de Praga, propondría la aplicación de otros correctivos más severos. Ahora mismo no se me ocurren cuáles ni soy el más indicado para plantearlos. Irrita la actitud de estos irresponsables. ¡Cómo se puede ser tan inconsciente! Parece importarles una vaina el fallecimiento de centenares de personas diariamente.
Esto de hoy está escrito en sábado. Un sábado soleado y se nota. Desde la ventana veo de refilón paseantes de mascotas intercambiando comentarios sin guardar distancia prudencial, no de las mascotas, de los paseantes. Qué les puedo decir, me dan ganas de darles unas voces o salir a pedirles juicio. Cierro la ventana. Yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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