Ya caía el sol y el calor daba un pequeño respiro, a pesar de las mascarillas, cuando me encontraba con Mar Verdejo en la Plaza de España. Bueno, en el ‘parquecillo’ como lo llama ella. Así es como ha pasado a ser uno de los puntos que mejores recuerdos le traen de su infancia, de su juventud scout y de su amor por las plantas.
Casi recién llegada de cuidar a ‘La Peana’ y aún en semiconfinamiento, Mar Verdejo me recibe con choque de codos y dispuesta a contarme no solo sus recuerdos de Ciudad Jardín, sino su patrimonio, su patrimonio vegetal. Porque más allá de ese diseño de Guillermo Langle, que cada vez se parece menos a lo que ideó con la llegada de las construcciones ‘modernas’, si por algo destaca el barrio es por la presencia de esos jardines particulares que le han dotado de una biodiversidad maravillosa y que ha permitido a sus propietarios que los más de 100 días de confinamiento hayan sido mucho más llevaderos. ¡Que importante es tener un rincón para respirar!
Arrancamos el paseo por el ‘parquecillo’. Allí sus recuerdos comienzan cuando era solo una niña que vivía en la zona de El Zapillo y llegaba aún en su carrito a ese parque aún hecho de arena y algunas plantas, y su principal diversión era perseguir a las hormigas -de hecho le siguen fascinando - y hasta ayudarlas a llevar comida a su hormiguero porque ni siquiera había juegos infantiles.
Cambios
De aquel parque ideado por Langle como epicentro del barrio en los años 40 poco queda con su diseño ‘andalusí’ al estilo de quien diseñaba cuando se convirtió en ese espacio de jardín en altura casi inaccesible.
Eso sí, el ‘parquecillo’ continúa siendo el epicentro del barrio rodeado por la iglesia de San Antonio, el consultorio médico – antes casa de socorro-, el colegio Lope de Vega -antiguo Romualdo de Toledo – y el centro de servicios sociales -antes mercado del barrio -. Pero para Mar Verdejo este espacio le enlaza directamente con su juventud, con sus años de andanzas scouts en el Grupo Áncora. Allí “nos reuníamos. Cada seisena en un banco, en otra zona los escultas, era perfecto para los pequeños grupos. De hecho, aquí nos hemos reunido nosotros y en ella sigue jugando el Grupo Scout Zálata y también lo ha hecho Almaryya”. Casualidad o no, es la única zona de Almería con tres grupos que velan por la naturaleza.
Todos los recuerdos de esos juegos y esos encuentros se le pasaron por la mente cuando el 4 de diciembre de 2004 se descubre un paquete bomba bajo los juegos infantiles “solo porque se llamaba Plaza de España y era el Puente de la Constitución”. Aún lo recuerda con tristeza y sentimientos de vulnerabilidad. Son compartidos. Por aquel entonces yo era scout en activo y ese sábado, afortunadamente, Zálata había suspendido su reunión por ser puente. Pero esa sensación de lo que pudo pasar siempre queda ahí.
Más allá de los recuerdos, que salen a borbotones hablando de las carteleras de las terrazas de cine de Ciudad Jardín o de San Miguel; las muchas tiendecillas que poblaban el barrio, la de Agua de Araoz de las más longevas; pasamos a hablar de aquello que mueve el día a día de Mar Verdejo: las plantas.
“¿Cómo huele Ciudad Jardín?”, me pregunta. A mí siempre me olió a galán de noche. Ella añade: “y a jazmín y madreselva”. Olores muy fuertes que reconoce que “nunca un paisajista mezclaría” pero que nos lleva al “bosque primigenio europeo”.
Empezamos este paseo botánico por la propia Plaza de España. Aquí señala Mar Verdejo la gran “diversidad” de especies y su desorden ya que hay mezcladas unas que necesitan de mucha agua con otras que casi no necesitan”. A pesar de esto, se trata de un parque construido “casi al modo de las plazas jardín ya casi desaparecidas en la ciudad; la antigua de San Pedro o de la Catedral, y que cuenta con grandes ejemplares como las bella sombra y los ficus, que en algunos casos apuntan ya a romper los muros sobre los que se asientan. Son los que le aportan más sombra y frescor al parque en el que “puede haber, fácilmente, diez grados menos que en otras zonas de la ciudad gracias al arbolado”.
Junto a estos grandes ejemplares encontramos las clásicas buganvillas, de las que descubrí que las flores son las pequeñitas internas y no las que le dan ese color tan característico y que en realidad “sirven para llamar la atención para la polinización”.
Desde el jurásico
Me presenta a las cycas, esas plantas del jurásico que han llegado a nuestros días, y a las esparragueras que han crecido allí casi por arte de la magia que hacen los pájaros que “posiblemente han transportado semillas desde las macetas de algunas de las vecinas”.
Vemos las fitolacas y me enseña a lo lejos una palmera – en realidad un híbrido de livistona – que resiste en una vivienda. “Tendrá más de 50 años”. Y es que si algo se ha demostrado es que en los jardines de estas viviendas siempre hubo “palmeras, araucarias y dragos” especies que nos conectan sin una explicación clara con “las casas canarias” que los usan convencidos de que tienen magia.
Pasamos por la puerta de ‘El Lengüetas’, afortunadamente aún cerrado para no sucumbir al olor de esa histórica plancha,y tras revisar el estado del viejo ‘falso pimentero’ que sobrevive en la acera, llegamos a las puertas del Centro de Servicios Sociales.
Ese edificio, confeccionado como mercado en su origen y que tanto visitó en su carrito la propia Verdejo, está presidido en ambas puertas por pequeños jardines muy almerienses que salieron de su mano y de la de las alumnas de un curso de formación profesional. “Lo pasamos muy bien preparándolo. Apostamos por especies que necesitan poco mantenimiento con sus rocallas, sus áridos, y han crecido un montón”.
Desde allí comenzamos a observar los jardines privados que nos rodean. Alrededor de la Plaza Colón la mayoría de las casas mantienen estos espacios. Las jacarandas se mezclan con limoneros, nísperos, jazmines -algunos de Madagascar –, madreselvas... Y es entonces cuando me confiesa que su casa, la de su familia, olía a madreselva. “Nunca me había dado cuenta hasta que en la carrera una amiga me dijo al oler una que ese era el olor de mi casa, y era verdad”.
Recuerda como su abuela “iba recogiendo flores cuando andaba por el barrio y luego tenía la casa llena de jarrones por todos lados”, quizá de ahí le viene parte de su pasión por las plantas.
En el paseo nos cruzamos en la esquina entre las calles Huelva y Colombia con un jardín en el que los árboles, ya de bastante porte, sostienen una casa de madera y una zona de escalada. Sería el sueño de algún niño que harto de verlo en las ‘pelis’ americanas decidió convertir un deseo de muchos en realidad.
Seguimos ruta y llegamos a una rotonda con espectaculares ejemplares de palmera y árboles de porte que aportan sombra a un cruce de caminos sin lugar para hacer parada. Echamos un vistazo alrededor y ahí contemplamos como cada vez hay más vecinos que apuestan por casas más grandes y menos plantas. ¿Cambiará la Covid la tendencia de más losa y menos jardín?
Llegados a este punto Mar Verdejo cambia el rumbo y me lleva a una vivienda en la que plantas y ladrillos se unen. Estamos en la calle Aragón y ahí además del jardín contemplamos como una parra enredadera le da color a una vivienda a la que va abrazando poco a poco. De nuevo hablamos de la temperatura y de como ayuda a regular el frío y el calor la presencia de árboles en las calles.
Secretos
Dirigimos nuestros pasos ahora a mis recuerdos. Me lleva al colegio Lope de Vega, mi cole. Pasamos junto al ‘nuevo’ patio y me pregunta: “¿cuántos secretos guardan estos árboles? Porque los árboles nos escuchan y guardan nuestras confesiones”. De los niños de hoy no sé, míos seguro que muchos.
Recorremos la calle Andalucía en la que sobreviven a duras penas las moreras como vestigio de aquella Almería que contaba con los mejores telares de seda en el siglo XI. “Hemos olvidado lo que fuimos” al eliminar las moreras de la Rambla y casi las de Ciudad Jardín porque “ensuciaban las aceras”.
Torcemos en la esquina y nos adentramos en la calle Chile donde observamos el edificio principal del colegio tal y como lo diseñó Langle en los años 40. Allí las viviendas conservan sus jardines y muchas de ellas también unos impresionantes patios traseros plagados de plantas.
Caminando por la calle Celia Viñas encontramos una valla de las clásicas, de las que tenían todas las viviendas del barrio, interrumpida para respetar las raíces de un falso pimentero. Cerramos ruta en la calle Córdoba. Vía estrecha que mantiene sus jardines a ambos lados, plagada de jazmines y buganvillas, hiedras y palmeras. Llenas de vida.
Perfil
Mar Verdejo Cotoes ingeniera técnico agrícola y paisajista. Su vida son las plantas y así lo demuestra en cada uno de los trabajos en los que se embarca. Quizá sus años como scout en activo (una vez scout, siempre scout) dirigieron sus pasos a defender la naturaleza sin tomarse un descanso.
Es una persona comprometida. Activista en movimientos sociales y feministas.
A pesar de ser de ciencias adora la literatura y eso de comunicar. Es fácil verla recitando poesía, escribiendo artículos o colaborando con el ‘Bosque Habitado’ de Radio 3.
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