El carril bici que la Junta de Andalucía ha creado en el puente de la Avenida del Mediterráneo no le gusta a los ciclistas. Así lo explican desde el colectivo Al Pedal, al explicar que es un carril más estrecho de lo que debería y que esto conlleva riesgos importantes para quienes lo usan. Además, tampoco ha gustado a los peatones que tienen miedo a las posibles invasiones que de su tramo puedan hacer los ciclistas.
Con el metro en la mano, los representantes del colectivo ciclista midieron la anchura del carril: 1.80 metros y explicaban que “según la normativa debería de tener tres metros” con lo que tienen claro que lo que se ha realizado en el puente no cumple.
Aseguran además que ellos nunca fueron partidarios de un carril realizado de esta manera porque “se quita sitio al peatón cuando lo que defendemos es todo lo contrario” y que siempre han apostado por “reducir la velocidad de unos de los carriles y convertirlo en ciclocalle” que es prácticamente la disposición que había tenido durante el tiempo de la obra.
Para comprobar la dificultad que puede plantear la estrechez del carril dos de los miembros del colectivo decidieron usarlo y cruzarse, para evitar que uno diera con el manillar en la valla, el otro tuvo que invadir la zona de peatones (aunque lo menos que pudo). Esto puede suponer un importante problema en el caso de que alguno de ellos pierda el control.
Opiniones
Varios de los ciclistas que circulaban por allí dieron su opinión. Así una mujer que lo recorre a diario con su hijo explicaba: “cuando hay un cruce con otro ciclista es muy difícil. Es muy estrecho e inseguro”.
Otros dos usarios habituales decían que el principal miedo se produce en los cruces porque se puede invadir la zona peatonal pero también su manillar puede chocar contra la valla. “Nosotros vamos en alto y si el manillar golpea con la valla, podemos salir despedidos y acabar en la carretera”. Cierto es que tanto ellos como otro usuario del carril reconocen que “es mejor que no tener ninguno”.
Un tramo complicado
De primera mano, y no solo por mi falta de destreza conduciendo la bicicleta, pude comprobar como la conexión del carril bici que recorre la Avenida del Mediterráneo desde el Pabellón Rafael Florido hasta el puente está lleno de peligros. Así, el tramo comienza en línea recta hasta el semáforo. A partir de ahí comienza el laberinto. Para seguir hasta el puente, el carril pasa a ser de uso compartido entre peatones y bicicletas. La curva ocupa gran parte de la acera por lo que los peatones circulan por él y, subido en la bici, es casi imposible ver quien viene lo que provoca que en algunos casos haya que elegir chocarse con la valla, con el peatón y para los más acostumbrados, parar. (Yo paré y casi caigo).
Llegamos al semáforo y esperamos. Mientras, veo el giro que tengo que dar al llegar al otro lado de la acera para no comerme (literalmente) el murete de la gasolinera. Le pregunto a una avezada ciclista que tengo cerca y me responde que ella normalmente se baja y hace la curva andando. Para una persona que llevaba 8 años sin subirse a una bici, la opción de seguir en el sillín ni me la planteo. Si eso es un reto, el no atropellar a alguien es el siguiente porque sigue el carril compartido en un tramo que zigzaguea. No lo conseguí. Tuve que frenar y abrazarme a una farola (de esas que llevan madera y que no tienen a punto su barniz gracias a nuestro sol). Desde entonces llevo una bonita marca roja en mi brazo izquierdo y puedo decir que me dejé la piel en este reportaje, literalmente. Fue el momento de bajarme ya de la bicicleta y ver los problemas desde la barrera, aunque de cerca.
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