A comienzos de los años treinta la Junta de Obras del Puerto y la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces firmaron un contrato para el servicio ferroviario del muelle, que estaba empezando a dar sus primeros pasos. Las autoridades portuarias tenían que abonar entonces la cantidad de treinta pesetas por hora por el alquiler de cada locomotora que se empleaba en las labores del puerto.
El acuerdo se produjo en un contexto complicado. La vida comercial del puerto de Almería se había visto afectada por la gran depresión de 1929 que había perjudicado seriamente a la exportación, sobre todo en el tráfico del mineral de hierro. De las 600.000 toneladas que se habían exportado en 1929 se pasó a las 242.000 en 1931, lo que suponía una importante merma en los ingresos y en la actividad comercial portuaria.
El tren del puerto había sido uno de los grandes anhelos de las autoridades, que finalmente se hizo realidad a finales de la década de los años veinte. Era un paso fundamental para agitar la vida comercial que en aquella época se basaba fundamentalmente en la riqueza que daban las minas y la uva.
Aquel tren llegaba desde la Estación con su paso lento, caminando por las vías que se adentraban en la ciudad por el barrio de las Almadrabillas. Casi de puntillas, la máquina atravesaba el puente sobre la playa para entrar en el puerto, donde siempre había un grupo de personas esperando el momento. Era emocionante ver pasar aquellas máquinas por una ruta que no era la habitual; parecía como si el tren se dirigiera hacia el mar, lentamente, lo que propiciaba que los niños pudieran correr a su paso, rozarlo, verle la cara al maquinista y a veces, engancharse en el vagón de cola aprovechando un descuido del ayudante.
Eran dos locomotoras alemanas marca ‘Deutz’, que tenían una capacidad de arrastre de seiscientas toneladas, por lo que podían tirar con más de sesenta vagones enganchados detrás. Fue su primer maquinista, y el que más años estuvo conduciendo el tren, Miguel Carmona Villar (1896-1975). Trabajaba como jefe de máquinas en las Salinas ‘San Rafael’ de Roquetas de Mar, propiedad de don José Sánchez Entrena, que hasta 1930 fue también presidente de la Junta del Puerto. Cuando a Miguel Carmona le hablaron de la posibilidad de pilotar una de aquellas nuevas máquinas que habían llegado a Almería no se lo pensó dos veces y con la ayuda de su jefe, consiguió la plaza. A su lado contó con los hermanos Jacobo y Antonio Baños, dos de los guarda agujas más célebres de la ciudad. El tren del puerto reunía a un grupo importante de profesionales que se encargaban de su funcionamiento: los maquinistas de locomotora, los fogoneros, los capataces de maniobras, los guarda agujas, los mozos de enganche y los guarda frenos. El puesto mejor remunerado era el de maquinista, que cobraba trece pesetas al día.
Las vías llegaban hasta el puente de hierro de Pescadería, lo que permitía que los vagones pudieran llegar hasta las mismas puertas de la lonja para cargar el pescado. Todas las tardes, con puntualidad británica, el tren atravesaba el Parque camino del muelle para recoger las cajas de pescado fresco que antes del amanecer llenaban las barracas de los mercados de Madrid.
El tren estaba tan integrado en la vida de la ciudad como el puerto en aquel tiempo. Cuentan que el 15 de abril de 1931, un día después de la proclamación de la República en España, los trabajados portuarios declararon el estado de fiesta durante veinticuatro horas y utilizaron el tren para pasear a los ciudadanos de un extremo a otro del muelle.
Aunque durante la Guerra Civil militarizaron el puerto de Almería, el tren siguió haciendo su función. Los sacos de lentejas y de garbanzos que llegaban en barcos desde Argentina y México, eran cargados en los vagones para repartirlos después por los pueblos. Hasta Guadix llegaba la mercancía que desembarca en nuestro Puerto.
El tren tuvo que ir adaptándose a cada momento de la historia. En la posguerra transportaba hasta la Estación el carbón que llegaba en barco desde Gijón. Cuando atracaba en el puerto el Vapor Indauchu, cargado del negro combustible, no faltaban en la zona los buscavidas que se dedicaban a asaltar el cargamento para llevarse algún botín a casa. Para combatir a los asaltantes, cada vez que los vagones del tren se llenaban de carbón, cubrían la carga con una capa de cal para descubrir si alguien había violado la mercancía.
El tren estuvo funcionando hasta los años sesenta y llegó a formar parte del reparto de algunas películas. En octubre de 1970 se utilizó la máquina y las vías que cruzaban el muelle para la película ‘El Bulevar del ron, con Brigitte Bardot como estrella.
Un día, los almerienses dejaron de ver el tren que iba y venía al puerto desde la Estación. Allí sólo quedaron los solitarios raíles, convertidos en un estorbo y en un peligro para todos que íbamos al muelle a montar en bicicleta. La locomotora pasó a ser historia, un recuerdo más de una época en la que el puerto estaba estrechamente ligado al paisaje sentimental de la ciudad.
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