Sonido de pájaros y de coches. Eso es lo que ha presidido la mañana en una ciudad que ha echado el cierre en toda su actividad no esencial y que ha dejado a arterias como la Avenida del Mediterráneo o el Paseo de Almería, normalmente bulliciosas, con la sensación de fin de semana.
Calles casi sin gente, sin aglomeraciones más allá de las habituales a las puertas de los colegios a la entrada y salida de los niños y siempre la misma conversación entre los padres: “¿hasta cuándo seguirán abiertos? ¿Cuántos confinados hay en tu clase?”.
Más allá de esto, lo cierto es que la vida en barrios como Nueva Andalucía, Oliveros o Altamira ha quedado reducida a las pequeñas tiendas de alimentación, algunos bares valientes que se han lanzado a vender desayunos para llevar incluso otros, como el Roypa, te lo lleva a casa si lo deseas. Y es que en esta pandemia han sacado el ingenio a pasear y han desarrollado una aplicación a través de la cual se pueden pedir todos sus productos. Eso sí, Julio Martín tiene claro que “es un buen complemento para la hostelería” pero que solamente así es muy difícil sobrevivir.
Lo que no se pueden comprar son los churros de Luis Marín o de tomarse un café en la terraza del Paquillo. Algo que los abogados, jueces y testigos que abarrotaban la puerta de la Ciudad de la Justicia a primera hora lo echarán de menos. Lo tendrán que comprar para llevar como todos los que hoy recorrían las calles con esos vasos blancos que evitan que te quemes los dedos.
Poco tráfico
Ni siquiera Carretera de Ronda parece hoy la misma. Los coches pasan sin pitos, sin colas, con una tranquilidad alejada de la preocupación de los que circulan por sus aceras embozados en ffp2 coloreadas huyendo en algunos casos de los que siguen con la nariz por fuera o fuman cerca de otros viandantes. Será por casualidad, pero de fondo se escucha la sirena de una ambulancia sonar mientras cambio de acera para escapar de sus aerosoles.
El Museo de Almería cerrado me adentra en la tranquilidad del barrio con sus pequeñas tiendas abiertas, bares cerrados y coches aparcados aprovechando que no funciona la zona azul. Paro en la peluquería, en la mía, con solo una clienta. Es temprano pero me reconocen que hay gente que está anulando citas casi al mismo ritmo que otras llaman para saber si sigue abierta para coger la suya. Y es que si algo hay claro es que la gente no sabe qué es esencial y qué no lo es, al menos, para la autoridad sanitaria.
Veo colas para comprar en algunas pastelerías y, sorprendentemente, la puerta de las administraciones vacías. No hay funcionarios saliendo ni entrando, ni colas a las puertas de tráfico. Ni siquiera el chico que habitualmente te ofrece el reconocimiento médico. Oliveros está hoy más silencioso que nunca si no fuera por los niños que están en el colegio.
Vacío
La Rambla me recibe desierta, recién limpiada y contagiada de la tristeza de la situación. Las terrazas que le generan movimiento a lado y lado están desmontadas, no hay donde comprar ropa, cosas de decoración o zapatos, y eso se nota. Lo hace tanto que el Paseo de Almería pareciera ya peatonal sin necesidad de hacer ningún tipo de obra.
Hoy está tranquila hasta la Delegación de Hacienda. Y es que solo las perfumerías, el súper o las tiendas de telefonía levantan la persiana para los pocos que por allí circulan. Algunos terminan su recorrido en la calle Las Tiendas que hoy, de forma más irónica que nunca, no tiene casi donde comprar. La floristería, la droguería, la tienda de productos artesanos o la de libros y juegos son los únicos que abren y que tienen claro que a pesar de ser privilegiados porque pueden trabajar, la ausencia del vecino les hace mucho daño.
Dice la gerente de ‘Almería Centro’, Carmen Sánchez, que esta situación puede derivar en el cierre de algunos de sus asociados que llevan resistiendo la pandemia a duras penas y tiene claro que ahora toca que les ayuden a seguir. “Nos han metido en el mismo saco a todos y deberían establecer medidas por un lado para los centros comerciales, por otro para la hostelería y por otro para el pequeño comercio”, afirma mientras espera que solamente sean 15 días de cierre porque ahora mismo todo es incertidumbre.
Cerrado
En la milla de oro de la hostelería, la calle Jovellanos, todo está cerrado. No hay terrazas ni interiores, ni desayunos ni la caña de la una. Y los funcionarios de la zona tienen que buscarse la vida para conseguir café para llevar algo más lejos que de costumbre.
Y es que Almería se ha cerrado con la expectativa de que sirva para parar la curva de un virus que nos está matando, también de pena.
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