Dolores Ascensión Gómez Ferrón, Lola para una inacabable lista de amigos, agricultora por vocación, guía turística por el interior de su ‘mar de plástico’ por su ansia de comunicar al mundo la explosión de vida que se esconde bajo es cubierta que “si la levantáramos, veríamos latir la Naturaleza, la vida misma”.
Como a tantos, la pandemia del coronavirus le pilló trabajando, el confinamiento también, porque la suya es una tarea esencial, la de alimentar a medio mundo. Y en el fondo lo considera una suerte porque “disfruto tanto en la finca, entre las plantas, viendo crecer las hortalizas, oliéndolas, acariciándolas, que me llego a olvidar de la presencia del coronavirus; esos pequeños momentos de placer me permiten abstraerme de esta horrible situación”.
Como todos, vive con inquietud estos momentos, se levanta cada día con la larga lista de medidas preventivas que deben tomar porque su actividad no puede parar, “por nosotros y nuestras economías, pero también por lo que supone de compromiso de producir para que muchos coman sano”.
Se considera afortunada porque su trabajo “es muy agradecido porque estás en tu invernadero, tu mundo, aislado del resto, un mundo vegetal de aire limpio, luz natural, diáfano y eso nos permite trabajar cada día las siete personas que estamos allí y mantener sin problema las distancias”.
Constata que uno de los aspectos más afectados es la rentabilidad, no tanto en cuanto a la producción de hortalizas, aunque los costes han aumentado por las medidas que hay que tomar contra la Covid, pero si en las visitas de grupos a los invernaderos, que se han reducido drásticamente.
Y ahí sí que reconoce estar pasándolo mal porque “echo mucho de menos el contacto, el feedback con la gente, esa comunicación sin palabras de verles las caras cuando les explicas lo que hacemos, las sonrisas, las expresiones de sorpresa; todo eso lo echo de menos, pero sobre todo lo que ese contacto visual me enriquece en mi trabajo”.
Persona con alto grado de sociabilidad, afirma que añora “la comunicación con las personas, hablar con ellas, saludarles, abrazarles, socializar, compartir un fragmento de vida”.
Teme al coronavirus pero, sobre todo, a que “nos estemos olvidando del significado de la palabra compartir y eso es algo muy peligroso”. Y recela del mundo digital porque “todos, pero especialmente los niños y las niñas, aprenden mucho de lo que ven en sus casas, con su gente, y eso jamás lo podrán conseguir frente a una pantalla porque ahí no estamos nosotros, nuestra forma de ver la vida, nuestra cultura”. Algo que considera peligroso por lo que supone de deconstrucción social.
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