Mónica Leal Montoya es maestra de Educación Infantil en el CEIP Rafael Alberti de la capital. Con más de 15 años de experiencia en aulas de varios centros de la provincia, en 2020 se tuvo que enfrentar a una situación totalmente nueva, no solo para ella, también para sus alumnos y los padres. Una situación que, como a muchas otras personas, le llegó a afectar personalmente.
Esta docente ha afrontado, además, en estos últimos 12 meses un doble reto: finalizar el ciclo de Infantil con unos alumnos e iniciar otro con niños recién llegados al colegio.
El comienzo de la pandemia, según asegura, lo vivió con mucha incertidumbre, a lo que hay que añadir el miedo y los temores como madre. “Al principio fue una locura”, reconoce, a la vez que habla de que hubo “conciliación cero”.
No había horarios y las tareas en casa se habían multiplicado. Tenía un trabajo previo de preparación de los contenidos educativos diferente al de otros años, tenía que saber conectar con sus alumnos en la distancia, atender la formación de sus hijos y mil tareas más en casa.
El comienzo
“Esa semana veías ya noticias en televisión, pero de golpe y porrazo nos dicen que nos vamos a casa. Ese viernes salimos del colegio a las dos de la tarde, cogimos lo que pudimos y salimos por la puerta. Algunos docentes tenían material en casa, pero otros tuvieron que volver el lunes, en plena pandemia”, explica.
“No estábamos acostumbrados hasta ahora a trabajar on line. Se hacía alguna reunión con las familias o contacto por email, pero poco más. Los primeros días fue una locura, estábamos todos (maestros y padres) perdidos”, reconoce esta docente de Infantil. “El confinamiento fue difícil, pero creo que todos aprendimos de todo un poco: de trabajar on line, de ser madre, de cocinar, de atender el teléfono…”, enumera.
Mónica Leal destaca que hubo niños que durante el confinamiento lo pasaron anímicamente muy mal. “A pesar de ser los más olvidados en esta pandemia, ellos nos han sorprendido”, asegura esta maestra.
Reconoce que, al principio, el confinamiento fue horrible. “Hasta Semana Santa era como dar palos de ciego”, pero asegura que fue fundamental el apoyo entre compañeros y también la ayuda de docentes de otros centros y las directrices marcadas desde el colegio. “Había familias que no tenían recursos y te ponías en contacto con ellas a través del teléfono. Echamos mano de recursos personales”, afirma.
“Después, nos dimos cuenta de que la situación se iba a alargar hasta junio. Cogimos ritmo, se fueron perfeccionando los métodos, tuvimos que adaptar la programación presencial a una no presencial y el papeleo se multiplicó”, explica.
Un final de curso triste
Mónica Leal reconoce que vivió el final del curso pasado con mucha pena. Despedía a sus alumnos de los últimos tres años y no pudo hacerlo como ella acostumbra. “Durante toda la etapa de Infantil vas poniendo semillas y al final de ese ciclo los niños empiezan a leer, a redactar, a hacer cosas solos. Me faltó ver esos frutos”, afirma.
“Mi mayor satisfacción es verlos crecer y ver que tú sabes que fuiste poniendo muchas de las semillas que van floreciendo con el tiempo. Eso faltó en el final del tercer trimestre, pero gracias a seguir viéndolos en el centro compruebas que es así, incluso recibir algún email de alumnos y familias”, apunta.
También faltó en la despedida alguna jornada de convivencia con las familias o cualquier actividad especial para cerrar esa etapa antes de que ‘sus niños’ pasaran a Primaria.
Tras un merecido descanso tocaba volver. Este curso, Mónica Leal se hacía cargo de un grupo nuevo, los más pequeños del colegio. “Mi mayor preocupación al principio es que no conocía a los niños si teníamos que volver a casa”, asegura.
En el aula ha habido muchos cambios. Mascarilla, pantalla y un micrófono para ayudarse en las clases y gel hidroalcohólico para todos. Afirma que se han tenido que modificar métodos de trabajo. “He tenido que cambiar mi forma de trabajar. En tres años lo que menos hago son fichas y ahora hacen muchas tareas sentados. Los rincones de juego también se han visto alterados y los que han permanecido se desinfectan después del uso y se dejan los juguetes en cuarentena. Hay menos actividades interciclos con otras clases. Además, ahora los cambios de niños en clase se hacen en Infantil por trimestre para que de tiempo a una correcta limpieza y desinfección de cada puesto", explica. “Yo sigo celebrando los cumpleaños en clase pero sin vela. ¡Cantar un cumpleaños feliz sin vela!”, exclama.
Cercanía y contacto
“Lo que más echo en falta en tres años es el contacto físico”, reconoce. “Hay cosas que no se enseñan a través del ordenador y durante el confinamiento es lo que más extrañé. Para los más pequeños la expresión facial es fundamental”, afirma.
Reconoce que pensaba que el curso iba a ser una ida y venida por cuarentenas, pero destaca la importante labor desarrollada desde el centro con el protocolo elaborado y la indiscutible ayuda de los padres, así como la de la enfermera de zona. “El ser nuestro centro un colegio pequeño también nos ha ayudado”, apunta esta maestra de Educación Infantil.
De la “incertidumbre” de comienzo de curso, asegura, se pasó al “estrés” vivido tras la Navidad, coincidiendo con el pico de la tercera ola del coronavirus.
Mónica Leal se queda con el cariño recibido. “A mí me gusta la educación y disfrutar con mi trabajo. Yo me quedo con esas cosas gratificantes. Los niños en este tiempo nos han enseñado mucho. Yo ver sus caras de brillo y felicidad en el colegio no lo cambio por nada en el mundo, ellos hacen que nuestro trabajo tenga sentido”, afirma, a la vez que reivindica el importante papel desempeñado por los maestros en esta dura vivencia.
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