Una mañana de 1971, cuando los niños íbamos al Parque a jugar, vimos que en la placa de piedra donde estaba grabado el nombre de Queipo de Llano había aparecido una pintada debajo del apellido en la que se calificaba al militar de “asesino”. Dos horas después, cuando los niños regresábamos del Parque, dos operarios municipales con una escalera, un trapo y un bote de aguarrás trataban de borrar el adjetivo.
Queipo de Llano era como se conocía oficialmente a aquella calle donde estaba el colegio de San José, calle principal entonces que subía hasta los pies de las murallas de la Alcazaba y bajaba hasta el Parque, pero en mi casa y en la del vecino de enfrente y en todas las casas del barrio, la gente seguía llamándole calle de la Reina.
No nos llegamos a acostumbrar a toda esa serie de cambios que trajo la dictadura al terminar la guerra imitando la medida que habían tomado ocho años antes las autoridades de la República cuando llegaron al poder.
Unos días después de terminar la guerra civil, el seis de abril de 1939, el Alcalde de Almería, Vicente Navarro Gay, publicó un manifiesto dirigido a la clase patronal para que pusiera en movimiento sus negocios con el objetivo de “establecer en el más breve plazo posible la normalidad de la ciudad”. En esa misma sesión celebrada en el ayuntamiento, se acordó designar con el título de Paseo del Generalísmo Franco la que entonces era Avenida de la República y con el de Parque de José Antonio Primo de Rivera al llamado Parque de Nicolás Salmerón, “en tributo de gratitud y admiración a los que de un modo desinteresado han contribuido a la salvación de España”, reflejaba el acta municipal de aquel día.
En aquellos primeros días de la posguerra una de las prioridades de las autoridades locales fue cambiar la rotulación de las principales calles de la ciudad para enterrar los nombres que había proclamado la República.
El 21 de abril se acordó por unanimidad sustituir las denominaciones de las calles de la Reina, Granada y Concepción Arenal con los de General Queipo de Llano, General Saliquet y General Rada, “en atención a los servicios que han prestado a la patria los expresados generales, los cuales se han hecho acreedores a que Almería les manifieste en la referida forma su admiración”, quedó escrito en el acta de la sesión.
También se aprobó, a propuesta del alcalde, nombrarlos hijos adoptivos, y se propuso al jefe provincial de Falange que escogiera tres calles de la ciudad para designarlas con los nombres de Calvo Sotelo, Alejandro Salazar y General Tamayo, indicándole que por el “prestigio de los nombres dichos, sean calles céntricas e importantes de la ciudad”. El día 12 de mayo de 1939, el cronista de la ciudad, Joaquín Santisteban y Delgado, presentó un oficio en el que propuso que se designara con el nombre de Calvo Sotelo la calle de las Tiendas por ser la más céntrica. La propuesta no tuvo éxito y al considerarse improcedente rotular con el nombre de Calvo Sotelo la calle de las Tiendas “pues nadie adoptaría este cambio de nombre por estar muy arraigado el que tiene en la actualidad”, y que sería más conveniente que fuera la Avenida de la Estación la que llevara el nombre de Calvo Sotelo. El concejal Lacal propuso a su vez que la plaza que debía ser designada con el nombre de Alejandro Salazar era la de Manuel Pérez García, y darle el nombre de General Tamayo a la antigua calle de Sagasta, aprobándose estas propuestas en la sesión del 19 de mayo de 1939.
La idea de cambiar los nombres de las calles surgía en ocasiones de los propios ciudadanos. El 22 de junio se recibió en el ayuntamiento un escrito firmado por varios vecinos del distrito cuarto, solicitando que se bautizara a una calle del barrio con el nombre de Antonio Núñez Martínez, vecino del lugar “en premio a las penalidades sufridas por la causa nacional”. Se acordó denegar la petición “pues no es posible acceder a lo que se solicita por ser innumerables, no ya los que han sufrido por la patria, sino los mártires sacrificados en holocausto de la misma”, fue la respuesta de las autoridades.
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