Tico Medina, con sus brazos fuertes de estibador y un cuaderno eterno bajo esos mismos brazos, fue quizá el segundo gran reportero -el primero es honor de su paisano Pedro Antonio de Alarcón- que supo poner a Almería en la portada de los periódicos nacionales, sin necesidad de que cayera una bomba americana.
Él lo hacía además con el solo ajuar de su pluma, de sus adornos de lidiador, de sus afeites barrocos. Nada más: puro talento el de este granadino de Píñar, que de cero construía un rascacielos y que hizo de la provincia de Almería, y especialmente de Mojácar, su segunda patria. Se lo reprochaba con chanza Paco Umbral: “Tico es capaz de subliminar la nada”. Pero bendita nada la de Tico. Qué importa escribir de la humilde Venta de la Viuda de Sorbas, en vez del Taj Mahal, si se hace con pasión. Lo importante es el cómo no el qué. Se lo dijo Hemingway que lo conoció y de quien escribió su obituario que empezaba con un charco de sangre al lado de un revólver: "Tico, eres el único periodista capaz de convertir un suelto en una primera plana”. Tico era eso, que no era poco: un tipo siempre con los zapatos sucios y un Inoxcrom en el bolsillo de la camisa que le dio por Almería, como podía haberle dado por Cuenca.
Hace tres años publicó su último artículo sobre Almería, una actualización del ‘Invernadero y el milagro de la arena’ que él conoció en sus inicios, con motivo del 80 aniversario de LA VOZ. “Lo haré, lo haré”. Y lo hizo.
Además de adquirir esa notoriedad que lo llevó a trabajar por Europa y América entrevistando al Che Guevara o Nixon o a Fidel Castro, en Almería supo ejercitar su oficio de manera caudalosa. En su forma atropellada de hablar, como si estuviera en un atasco, coleccionaba cientos de anécdotas y viviendas.
Pero él, cuando llegaba a Almería, no se ponía hablar de Indira Ghandi ni de Marisol, él contaba sus andanzas con el Maestro Richoly o con aquel campesino del que decían que era el hermano bastardo de Burt Lancaster y que vivía en un cortijillo de la Cruz de Caravaca, como hacía el gran Josep Pla, cuando en vez de hablar de sus entrevistas con Dalí, se embarcaba en describir con palabras la forma de vida de los labradores de El Ampurdán. Decía Salinger, que se retiró a un cobertizo hastiado de éxito, que las cosas más sublimes ocurren al lado de tu casa. Eso es lo que mejor hacía Tico en Almería: sabía ver lo sublime de un borrico dando vueltas a una noria. Atesoró premios y medallas a lo largo de su vida, pero una de las cosas de las que sentía más orgullo era de su calle mojaquera rotulada a su nombre y del indalo de oro y del Premio Alcazaba que le dio el ayuntamiento de Almería el día que lo hizo pregonero.
Almería salía en el diario Pueblo todos los días gracias a Tico: un día La Chanca, otro Walt Disney, otro la uva de Ohanes. Siempre encontraba un resquicio por donde meter sus bagatelas. No solo era El Cordobés y Lola Flores, ni Julio Iglesias ni la duquesa de Alba, no. Tico era también las mujeres de Mojácar con sus cántaros y aquel torero llamado Antonio Bienvenida con casa en esa montaña a quien entrevistó en el hostal del Harico; y era el Café Puerto Rico, con su gran amigo Manolo Luque, comiéndose unas anchoas. Era versátil, camaleónico, supo hacer lo que correspondía en cada momento, del reportaje costumbrista a la crónica rosa, pero nunca escribió de política. Y se lo reprocharon. “Para qué lo voy a hacer, si yo no sé de eso”, decía. Se ha muerto con 87 años, sin saber lo que es navegar en Internet, sin saber que era una especie en extinción, sin saber que era El último mohicano del papel periódico.
Un granaino de Almería
Tico era un almeriense adoptivo por los cuatro costados: en su escritorio tenía de pisapapeles una mojaquera de Perceval y durante años llevó sobre el pecho un indalo. Era así, muy granaino, pero muy almeriense. Y escribió un libro delicioso ‘Almería al sol’ junto al fotógrafo Enrique Verdugo donde está contenida toda la historia de esa nueva provincia que era la Almería de los 60 y los 70.
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