Por mucho empeño que pusieran los curas en alejarnos de los pensamientos impuros, los niños de los años 70 vivíamos instalados en un pensamiento impuro común.
Cuanto más nos decían que no nos tocáramos, más tiempo empleábamos en rastrear los oscuros caminos del placer, a riesgo de caer en el fuego eterno para siempre.
Pero tanto quemaban las llamas del infierno que nos anunciaban los sacerdotes, como el fuego que llevábamos nosotros incorporado en la piel. Era un fuego que se avivaba con lo prohibido, con el pecado que nos acechaba a todas horas y por todos los rincones para dejarnos un peso de conciencia insoportable y la cara llena de granos.
Los curas, desde los confesionarios, nos invitaban a la meditación y trataban de despertar nuestra espiritualidad escondida, mientras que en la calle la vida empezaba a correr desbocada, empujada por esos primeros vientos de libertad que iban a trasformarnos de pies a cabeza.
Eran los últimos escarceos de la dictadura, tiempo de grandes cambios que anunciaban el final de una época, la decadencia de un estilo de vida y de unos patrones morales que se iban desmoronando día a día, como un castillo de arena a la orilla del mar.
Almería, envuelta en su piel de ciudad de provincias donde no pasaba nada o todo llegaba tarde, también se agitó en aquellos meses de fuertes emociones. La revolución se fue digiriendo lentamente, en pequeñas dosis que a veces representaron grandes descubrimientos. Un detalle que vino anunciando una nueva época en nuestra vida cotidiana fue la aparición en los quioscos de las primeras revistas de destape. Todavía no se veían desnudos completos, pero se intuían, lo que agrandaba el deseo. Más impactante fue la llegada a las salas de cine de las primeras escenas cargadas de ese tímido erotismo que caracterizó los inicios del destape.
En la primera semana de noviembre de 1975, en las carteleras del cine Imperial se anunciaba la película ‘La mujer es cosa de hombres’. Su estreno fue un gran acontecimiento porque llegaba con la aureola del escándalo que había supuesto ver un primer plano de los pechos de María Luisa San José, y disfrutar, sin cortes de la censura, de su espléndida espalda inferior.
Aquí, lo más parecido al erotismo que habíamos visto eran las ilustraciones sin maldad que decoraban aquella enciclopedia del sexo que se llamó ‘El libro de la vida sexual’, una gran obra que escribió el doctor López Ibor a finales de los sesenta. El libro lo tenían en la sala de lectura de la Biblioteca Villaespesa, aunque los sobrios bedeles del lugar jamás se lo dejaban a un menor.
Fue un otoño de grandes contrastes. El 29 de octubre se celebraba en La Catedral la misa especial por la salud del Caudillo, pidiendo la recuperación del enfermo y recordando la necesidad de reforzar los valores morales. Ese mismo objetivo era el que perseguían los organizadores, en los primeros días de noviembre, de la llamada ‘Semana de la Virginidad’. El contenido de las charlas las dirigió el jesuita Darío López Tejada, que consiguió llenar los salones de actos de los colegios Stella Maris y Virgen del Pilar de estudiantes.
Todas las disertaciones fueron una auténtica cruzada contra el erotismo desenfrenado que empezaba a instalarse en la sociedad. “Hay hambre acuciante de amor limpio. Frente a esa marea negra del erotismo, del egoísmo sucio, se levanta en muchos corazones de los jóvenes almerienses una afirmación poderosa del amor auténtico”, fue alguna de las frases que se pronunciaron en aquellas jornadas.
Para intentar influir con más fuerza en la conciencia de los jóvenes, los escenarios de las jornadas se adornaron con frases que causaban impacto: “La juventud no quiere pornografía, quiere libertad. No quiere placer, quiere ideal. La juventud no es para el placer, sino para el heroísmo”, se aseguraba.
La misma tarde de la inauguración de la ‘Semana de la Virginidad’, se estrenaba en el cine Emperador la película ‘Sensualidad’, que nos dejó el recuerdo imborrable de Amparo Muñoz invitándonos al placer con cada gesto de su cuerpo.
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