En la pequeña finca de sus padres se cosechaba la mejor uva de la comarca. Las tierras de Lucas Vicente eran célebres en Enix por su asombrosa fertilidad, dicen que por el agua milagrosa que nacía en una mina cercana. El agua de la mina iba llenando, con una parsimonia de siglos, la balsa en la que el sol y el aire puro doraban el manantial antes de que el agua se esparciera, lentamente, inundando la tierra.
Debajo de la balsa surgía una parra gigantesca que en el año 1917 se hizo célebre en Almería porque dio uvas para llenar veinticinco barriles. Cosecheros de toda la provincia peregrinaban hasta la finca para ver de cerca la milagrosa vid y descubrir su secreto. Aquel arbolillo llegó a ser tan venerado como un dios, y como un dios fue sacrificado por la mano de los hombres. Una noche, alguien entró en la finca y pinchó el tronco de la parra para extraerle la savia. Ya no dio más frutos y sin su fertilidad las tierras de Lucas Vicente dejaron de ser rentables.
En 1919, dos de sus hijos, Juan y José, cansados del sufrimiento de la tierra, se embarcaron en el puerto y se fueron a Melilla siguiendo a los soldados del Regimiento de la Corona. En aquellos años de la Guerra de Marruecos fueron muchos los almerienses, civiles, que como los hermanos Vicente se establecieron en el norte de África, aprovechando el ir y venir continuo de tropas y la formación de grandes poblados en torno a los cuarteles, lugares propicios para montar negocios y ganar dinero en períodos cortos de tiempo.
José ejerció durante años como practicante y con el tiempo consiguió alcanzar puestos importantes, primero fue concejal y después llegó a ser teniente de alcalde del ayuntamiento de Melilla.
Juan Vicente López, el otro hermano, no tuvo tanta suerte y su aventura terminó prematuramente, en el verano de 1921, antes de cumplir los treinta años. Él no quiso dedicarse a la política como José. Escogió un oficio artesano, el de churrero, y con un bidón, un barreño de lata para hacer la masa, una sartén usada, dos juegos de palos, una mesa portátil y una vieja garrafa de aceite, se puso a recorrer los principales poblados de la zona buscando el hambre insaciable de los jóvenes soldados.
Sus suculentas ruedas de churros, junto a las copas de coñac y de anís de la mañana, se convirtieron en una pócima mágica que despertaba el ánimo al amanecer y subía la moral de las tropas en los días de combate. Verduleros, churreros, buhoneros, sacamuelas y prostitutas frecuentaban aquellas ciudades itinerantes que se iban levantando alrededor de los destacamentos militares próximos a Melilla. Tampoco faltaban los minuteros, fotógrafos ambulantes que recorrían los campamentos con su caja misteriosa y su trípode para retratar a los soldados y que pudieran mandarle un recuerdo a sus padres y a sus novias.
Juan Vicente López fue uno de los que posaron para el retratista, en el momento cumbre en el que sacaba del aceite hirviendo una espléndida rueda de churros. La fotografía llegó a su familia unos meses antes de su muerte.
En julio de 1921, en una de las sangrientas incursiones que hicieron los moros a los campamentos españoles, el joven churrero almeriense cayó herido de muerte en un trágico asalto donde también murió Juan Jurado Medina, sargento del Regimiento de la Corona, natural de Almería. Aquel episodio formó parte de una tragedia mayúscula que pasó a la historia con el nombre de ‘El desastre de Annual’. En Almería, las contadas y sesgadas noticias que llegaron después de la matanza causaron una honda consternación en la sociedad, debido a la vinculación de la ciudad con el ejército que combatía en África. El 8 de agosto el vapor ‘Belver’ llegó al puerto con cuatrocientas personas, población civil que habitaba los poblados atacados y saqueados por los rifeños. Sus testimonios, libres de censura, reflejaron parte de la masacre que se estaba viviendo en la zona.
Un sentimiento de solidaridad y patriotismo recorrió las calles y las tertulias de los cafés. La gente se ofrecía para colaborar desde la retaguardia con los heridos que iban a ser evacuados: el barbero Juan Bisbal Durán se presentó ante el Gobernador para afeitar y cortarles el pelo gratis a los heridos de guerra; las maestras de escuela Carmen López Silva y Dolores Cantón Rodríguez se ofrecieron para servir como enfermeras, y el alcalde de Roquetas, José Quesada, abrió una suscripción a favor de los soldados del Regimiento destinados en Marruecos, en el que prestaban servicio varios hijos del pueblo.
El ayuntamiento de Almería, ante la necesidad de habilitar un Hospital con al menos cincuenta camas para recibir a los heridos, optó por reducir los festejos previstos en la Feria. El dos de septiembre se celebró un solemne funeral en La Catedral por la memoria de los fallecidos en África y al día siguiente se organizó una manifestación patriótica por las calles del centro y se cerraron todos los comercios.
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