Las cosas de Almería: enero de 1980 (2)

Ya teníamos los primeros ordenadores, pero el tren de Madrid tardaba casi 9 horas

Los pubes empezaban a imponerse en Almería, como lugar de ocio de la juventud. El Jockey estaba situado frente a la iglesia del Corazón de Jesús.
Los pubes empezaban a imponerse en Almería, como lugar de ocio de la juventud. El Jockey estaba situado frente a la iglesia del Corazón de Jesús.
Eduardo de Vicente
01:08 • 13 ene. 2022 / actualizado a las 09:00 • 13 ene. 2022

Comenzamos 1980 con la moda de las máquinas de escribir portátiles de la marca Olivetti que por ocho mil pesetas se podían comprar en Bazar Almería. Eran un lujo en aquellos tiempos, solo para familias pudientes o grandes empresas. 



Escribir a máquina seguía siendo una vieja aspiración de muchos padres de la época, que matriculaban a sus hijos en academias de mecanografía para que aprendieran a manejarlas. Se decía entonces que si no sabías escribir a máquina no te podías colocar en ningún sitio importante, como una oficina de prestigio o en un banco o en una caja de ahorros. En 1980 el que conseguía un puesto en la banca era Dios porque al contrario de  lo que ocurre ahora, era un trabajo para toda la vida que te aseguraba un estatus por encima de la media.



Mientras los niños aprendíamos a teclear con destreza en Almería ya se hablaba de un invento revolucionario que estaba llamado a cambiar el mundo en unas pocas décadas. En los corrillos profesionales de la ciudad se comentaba que algunos arquitectos ya estaban utilizando micro ordenadores, un artefacto que según se decía entonces, venía a ser como la máquina de escribir pero con memoria. 



El invento venía para quedarse y se tenía la certeza de que en algunos hospitales del país ya se estaban utilizando en las oficinas. Aquí estábamos todavía en pañales, no solo en asuntos informáticos, sino también en temas de infraestructura sanitaria, esperando a que por fin estuviera terminado el Hospital de Torrecárdenas, cuyas obras habían alcanzando ya la quinta y la sexta planta.



El nuevo hospital se alzaba en un cerro frente al santuario que entonces estaba de moda, el campo de fútbol Franco Navarro. En el último partido de 1979 se había vivido una jornada histórica con el triunfo del Almería sobre el Athletic de Bilbao por cuatro goles a dos y el nuevo año se vivía con grandes esperanzas en esa aventura inesperada de la Primera División.






Nadie dudaba de que los tiempos estaban cambiando. Teníamos un equipo entre los grandes,  un campo de fútbol razonable con hierba y hasta con marcador electrónico y los primeros ordenadores funcionando. Lo que no cambiaba era el ferrocarril, que se mantenía anclado en el pasado con viajes insoportables que te quitaban las ganas de salir. El tren a Madrid tardaba ocho horas y media y el semi directo a Granada no bajaba de las cuatro horas. Si no querías tren tenías que soportar las carreteras llenas de curvas que nos separaban de Málaga y de Granada. En temas de ocio, además del fútbol que era el principal, el protagonismo empezaba a centrarse en los pubes, que iban aflorando por el centro de la ciudad de forma imparable. El pub era un bar refinado destinado a lugar de reunión de la juventud, o lo que es lo mismo, el mejor escenario para perder el tiempo aparte de los futbolines y las salas de billares. 



En aquellos comienzos de 1980 el cine había perdido protagonismo como lugar de culto de las tardes de los sábados y los domingos, en parte debido el auge de los pubes que congregaban a un sector importante de la juventud, y en cierta medida por el aluvión de películas eróticas que invadió las salas, que fue pan para hoy y hambre para mañana. 


1980 fue el gran año de las películas clasificadas ‘S’, que ocupaban la mayoría de las carteleras, a veces con tanto detalle que los empresarios responsables acabaron sancionados. El 14 de enero, Juan Asensio fue multado por la profusa propaganda de la película ‘Sexualidad en las aulas’, que apareció por las principales calles del centro. 


Con tanta publicidad erótica los adolescentes de aquel tiempo lo teníamos complicado: por un lado el cine nos contaba que ligar y culminar el ligue era coser y cantar, un juego de niños, pero la realidad nos decía lo contrario  y a la hora de la verdad, cuando la fiebre nos cegaba en aquellos bailes caseros de los barrios, casi siempre nos quedábamos a medias sin el desahogo de rematar la faena, abocados a buscar un final precipitado en la soledad del cuarto de baño.


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