“Por la orientación, por el abrigo que las montañas le ofrecen, por el panorama que desde él se descubre, por la originalidad del paisaje, circunstancias todas imposibles de improvisar y de imitar, es La Hoya el sitio ideal para la instalación de un verdadero parque, de un gran parque, no sólo por lo dilatado del paraje, sino también por los accidentes del terreno y el sabor especial del ambiente”. Así defendía ‘Una mejora importante’ para la ciudad de Almería con la creación de un parque en La Hoya el periódico ‘La Independencia’ en sus páginas del 17 de abril de 1925. Sí, hacer de La Hoya un espacio de esparcimiento de los almerienses ya era una demanda social, al menos periodística, hace casi un siglo.
Sabíamos que eso que ahora se ha venido a llamar ‘Jardines del Mediterráneo’ no era un proyecto nuevo sino que viene de los ochenta, cuando se aprobó el ya desaparecido Plan Especial de Reforma Interior (PERI) de San Cristóbal, y que la idea siguió sobre la mesa también en los 90 y en los 2000, pero lo que no esperábamos es que la iniciativa datara de los años 20 (del siglo pasado). Ya se sabe, es que no hay nada nuevo bajo el sol.
Aunque lo que también pone de manifiesto es lo que se tarda en esta ciudad (podría hacerse extensible a la provincia) en convertir en realidad una idea. Sino que se lo digan a quienes pensaron que estaría bien coser la ciudad eliminando las vías del ferrocarril en superficie y soterrando el tren, quien creyó que las mercancías podían llegar a Europa en un tren de alta velocidad (Euromed era por aquel entonces) o al que pensó que arreglar la Casa Consistorial y su plaza era algo rápido.
La propuesta
Tanta importancia le dio en 1925 ‘La Independencia’ a esta propuesta que apenas unos días después, el 29 de abril, volvía a insistir con otro artículo bajo el título de ‘El paseo de invierno’. Aquí detallaba su propuesta , y mucho se parece a los planes que se han desarrollado y se están desarrollando en la zona, quizá más que lo que quería hacer el PERI de San Cristóbal del año 1985 y que por diseñar, dibujó hasta un colegio empotrado en el terreno y tapado con los árboles para ‘disimularlo’.
Dice la propuesta de 1925 que urbanizar la Rambla de La Chanca conectaría lo que entonces eran “los dos únicos paseos de la ciudad, el del Príncipe y el parque Alfonso XIII” y afirma que La Hoya es “un lindo rincón almeriense que todavía conserva los rasgos característicos de la época de la dominación árabe, y transformar este valle en un verdadero parque, que sería paseo de invierno ideal, por la topografía del terreno y sus bellezas naturales; al que se podría dar fácil, corto y cómodo acceso desde la plaza del Ayuntamiento o de la Constitución, por las calles de la Albóndiga y de la Dicha”.
Apuesta por mantener en pie la muralla de La Hoya (entonces no tenía acero corten) y pedía que La Hoya nueva y la vieja estuvieran conectadas para el paseo (no estaban aún las gacelas de la Reserva Sahariana por allí). Su proyecto no es nada grandilocuente. Parte de que “las ruinas de la fortaleza árabe”, es decir, la Alcazaba, eran ya un “elemento decorativo” de inestimable valor con lo que solamente con la intervención en las laderas de los cerros dotándolas “de boscajes de palmeras festoneados de espléndidos jardines; explanar el fondo del valle y convertirlo en mirador que por una parte abarcase todo el panorama de la ciudad hasta perderse en el horizonte con su magnífica vega, y por otra la inconmensurable extensión del mar y las pintorescas cuevas de los cerros vecinos, tan en armonía con el conjunto, tan dentro del estilo de morería, fuera crear el Paraíso por tres «perras gordas»”.
No sabemos cuánto serían esas tres perras gordas pero lo cierto es que el proyecto no se ejecutó. Quizá tuvo algo que ver que apenas unos días después de estos dos artículos de ‘La Independencia’ hubo respuesta a la idea en negativo, y así lo plasma el mismo medio el 16 de mayo de ese año. Y es que la respuesta dejaba entrever que para hacer el parque tendría que ser “a costa de dejar las demás calles en un gran abandono, las cuales no presentarían armonía ni concordancia con esa reforma, ello equivaldría seguramente a que una dama echara todo su ahorro en obstentar una gran y deslumbrante alhaja y en cambio no procurara ir bien calzada y enguantada”.
Pues como dice el articulista “¡Nuestro gozo es un pozo!” y se ha tenido que esperar prácticamente un siglo para que algo que era tan obvio, sea una realidad.
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