Hay ordenanzas que están para no cumplirlas porque se saltan a la torera constantemente sin que nadie ponga remedio. Cuánto tiempo llevamos hablando del peligro que suponen los patinetes eléctricos que circulan libremente por las aceras de la ciudad y por las calles peatonales sin que realmente se tomen medidas. Basta con darse una vuelta cualquier día por la céntrica y transitada calle de las Tiendas para ver como pasan los conductores de patinetes esquivando peatones como si fueran postes de goma.
Hay una serie de ordenanzas municipales que se las lleva el viento, que son papel mojado, pura teoría. El que dé un paseo por la manzana que se extiende desde la Alcazaba a la calle de la Almedina, un barrio muy visitado por los turistas, podrá comprobar como el artículo diez sobre animales, que se refiere a la norma de convivencia, se pisotea impunemente un día sí y otro también. Ese artículo, en su primer apartado, dice que “se prohíbe la tenencia continuada de animales en terrazas, patios o similares”, cuando en la realidad los terrados de muchas viviendas están habitados por perros e incluso por gallos, que se han puesto ahora de moda y constituyen una molestia para el vecindario.
En el apartado tercero de ese mismo artículo se refleja que está prohibido “perturbar la vida de los vecinos con ruidos emitidos por animales” y que “las personas poseedoras de animales estarán obligadas a adoptar las medidas necesarias para no generar molestias o perturbar la tranquilidad del vecindario”. Nada de lo que dice este apartado se cumple en determinados barrios de la ciudad donde se utilizan a los perros como guardianes, que apostados en las terrazas se pasan el día, y a veces también la noche, ladrando cada vez que intuyen una amenaza. En estas zonas de Almería donde reinan los perros a sus anchas suele darse con frecuencia otro problema que afecta a las ordenanzas, el de los excrementos de los animales. Los barrenderos que hacen su servicio por el casco histórico son los primeros que tienen que sufrir a diario las meadas y las cagadas de los perros. Unos se molestan en quitarlas y otros pasan de largo. Es casi imposible encontrar una calle en el entorno de la Catedral y de la Alcazaba donde no haya en el suelo la huella indeseable de un perro. El problema afecta a las propias viviendas, ya que hay muchos propietarios de animales que permiten que su mascota se orine en los zócalos de las fachadas dejando o bien la orina o bien un chorro de agua con lejía sobre la pared ajena.
En el capítulo de medio ambiente también encontramos ordenanzas que no se están cumpliendo cuando entramos en el apartado de los ruidos producidos por los vehículos a motor. El artículo tercero dice que “tanto en vías urbanas como interurbanas se prohíbe la circulación de vehículos con el llamado escape libre”, o lo que es lo mismo, lo que coloquialmente hemos llamado siempre ‘trucados’. Se prohíbe también “producir ruidos innecesarios debido a una mal uso o conducción violenta, aunque estén dentro de los límites máximos admisibles”, cuando la realidad nos habla de los continuos casos de conductores que cruzan las calles acelerando como si fueran bólidos de Fórmula Uno.
El ejemplo más contundente se da en la calle de la Reina y en la calle de Almanzor, que es la principal que llega hasta la Alcazaba. Aquí son continuos los casos de jóvenes que van de carrera por estos tramos y que pisan el acelerador con violencia cuando ven grupos de turistas para asustarlos. Es un viejo problema que un grupo de vecinos llegó a plantearle al propio alcalde de la ciudad hace un par de años en una visita que hizo por las calles del barrio. Se habló entonces de poner un badén reductor que persuadiera a los infractores, pero se descartó porque al parecer perjudicaba el tránsito del autobús de la línea 7 que hace ese recorrido.
Las ordenanzas también se estrellan cuando se llega al apartado de protección del medio ambiente contra ruidos y vibraciones. En el capítulo sexto, el del comportamiento de los ciudadanos en la convivencia diaria, se prohíben los ruidos como los de los aparatos de música en la calle, cuando en la realidad la policía está cansada de recibir llamadas de vecinos afectados que no pueden descansar por el alto volumen de dichos aparatos sin que la autoridad sea capaz de darle una solución al problema.
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