Habría que haberlos visto por primera vez saltar al albero del Andén de Costa, justo donde hoy brota el agua por la boca de los peces de Perceval; habría que haber visto a esos jovenzuelos en calzones y boina algunos, con corbatín y tirantes otros, inaugurando ese nuevo sport en Almería, ese que con el tiempo se ha convertido para miles de aficionados almerienses en el principal granero de ilusiones, como se exteriorizó en las calles de la ciudad hace justo hoy una semana: no hay nada que mueva más a los almerienses -ni a los vizcaínos, ni a los tinerfeños- que el fútbol. Ni las carencias seculares de transporte, ni la falta de trabajo, ni el precio de la gasolina, ni la devoción por la Patrona, nada es comparable a las emociones que genera el fútbol.
Habría que haberlos visto, como digo, inaugurando un nuevo tiempo, a aquellos genares, sin ni siquiera intuir en lo que se convertiría con el tiempo ese postureo primitivo, ese ejercicio un poco erótico de chutes a un balón de cremallera, mirando al tendido de las señoritas que se arracimaban en la tribuna del Parque. Uno los imagina jugando al balón como si estuvieran practicando esgrima, con raya en el pelo y oliendo a colonia, hablándose de don, y acudiendo a la banda a secarse el sudor de la frente con un pañuelo de seda bordado con sus iniciales. Así nació el fútbol en Almería en un nivel, el de los señoritos del Casino que en los días de feria se atusaban el bigote hacía arriba con brillantina y se subían las calzas oscuras hasta las rodillas como medias de mujer.
Pero hubo otro nivel, otro fútbol arrabalero, que practicaban los almerienses en el campo de Oliveros junto al depósito del mineral de hierro, compitiendo con rudos marineros ingleses de brazos tatuados y rubios como la cerveza como en la copla de la Piquer, revolcándose entre pedruscos con sus camisetas de redecilla y con la cara llena de polvo y de hollín, en partidos sanguinarios en los que las porterías era dos pedruscos o listones de madera y las bota eran meras alpargatas de yute.
El foot-ball en Almería, como tantas otras cosas, nació así: mestizo, como el cine, para ricos y para pobres, vadeando partidos que eran como nenúfares con exquisitas reglas de cortesía entre muchachos burgueses; y enfrentamientos que eran como manglares, frecuentados por forzudos estibadores portuarios. Habría que haberlos visto a esos muchachos, como los vemos nosotros ahora en las fotos de al lado, en ese primer desafío futbolero que se disputó en la historia de Almería, un 23 de agosto de 1907, con motivo de la Feria. Allí estaban los dos equipos. Los de distintivo azul: cancerbero: Rafael Pérez Reyna; zagueros: Antonio Alemán y Antonio Nieto; medios: Ricardo Jiménez, José García y Alfredo Bahlsen; y delanteros, Ramón Calzada, Ernesto Martínez, Agustín Baeza, José Salmerón y Cuadrillero. Con distintivo blanco: cancerbero: Julio Ruiz; zagueros: Miguel Rodríguez y Manuel Echevarría; medios: Manuel López, Luis Pardo y Antonio Jiménez; delanteros: Carlos Arizcun, Hermenegildo Arráez, José Rodríguez, Rogelio Ubeda y Miguel Guerrero. Un primitivo sistema 2-3-5 en toda regla. Actuó de árbitro Guillermo Martínez y ganó el equipo blanco con dos goles de José Rodríguez.
Desde ese primer match hace ahora 115 años, ya nunca dejó de jugarse al balompié en la ciudad. El primer club oficial, el Almería Football Club, se constituyó en 1909 bajo la presidencia de Antonio Martínez Trevijano, que era también jugador y árbitro, una especie de Bernabéu o Samitier a la almeriense. Llegó a contar con 300 socios, entre ellos el Conde de Torremarín, y con su zamarra rojiblanca de Almacenes El Aguila empezó a salir a competir a campos de Granada, Málaga y Jaén, llevando como cronista al célebre Rogelio Quiles (Rogequi).
En el alborear del fútbol almeriense hubo otras dos escuadras legendarias: el Sporting Club Almeriense, que ganó en 1910 la primera Copa de Almería, en la que había jurado que evaluaba y decidía el campeón, en vez del número de goles, y el Atlétic de Almería, con Antonio Langle de capitán, que era el de los estudiantes que volvían de Granada. Rivalizaron hasta 1916 en que se fusionaron los tres en el Almería Sporting Club, incorporándose el marqués de Torrealta como presidente y jóvenes valores como Jover, Blanes, Ripoll, Gallart o los hermanos Navarro Gay.
Los campos de juego más primitivos fueron los de Oliveros o del Inglés, el Andén de Costa, el patio del Cuartel de la Misericordia, Ingenio de Montserrat, Calzada de Castro, Barberín y el primer estadio semiprofesional, el de Regocijos, en la Huerta de los Cámaras, donde se empezó a cobrar entrada a 25 céntimos y donde llegó a jugar Ricardo Zamora El Divino en 1927.
Los años 20 fueron un frenesí de equipos que surgían y desaparecían en la ciudad: Alfonso XIII, Júpiter, Español, Europa, Fortuna, Iberia, Gimnástica Almeriense, incluso un Boca Juniors de emigrantes retornados. En la provincia, entre las sociedades futboleras adelantadas aparece la Asociación de Football de Albox, en 1909, la Sociedad Football de Níjar, con Francisco Plaza de presidente y la Asociación de Huércal-Overa de 1913. En los años 20 surgen conjuntos en Garrucha, Cuevas y Vera, en Macael (Campo de la Cuna), en Benahadux, Huércal y en el Campo de Dalías, el Campestre Fútbol Club, en el Molino de Doña Adela.
Hasta los años 30, en el que el fútbol almeriense se semiprofesionalizó con el Atletic Club Almería y el campo de Ciudad Jardín, el football en esta provincia fue eso: furia de gladiadores, sangre y arena, pañuelo en la frente como Quincoces y el célebre grito de Amberes trasladado al Contramuelle: “Cuadrillero, a mí el balón, que los arrollo”. Justo en las antípodas de lo que se ha convertido.
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