El día del Corpus Christi era tan grande porque aparecía teñido de rojo en el almanaque, un jueves del mes de junio en que se decretaba el estado de fiesta y los niños no tenían escuela ni había que ir a trabajar. Ya se encargaba después la Iglesia, con toda su parafernalia, de darle un sentido religioso.
La maquinaria religiosa jugaba un papel fundamental para que el Corpus fuera un éxito y no se limitara a ser, únicamente, un día más en el calendario festivo del país. Había que convertir el día del Señor en un acontecimiento multitudinario, en un gran acto de exaltación mística aunque detrás hubiera más tramoya que fe. Sí, las apariencias eran tan importantes como el propio cuerpo de Cristo que recorría las principales calles del centro escoltado por los soldados.
La procesión tenía un toque teatral que lo hacía diferente. Había que montar un gran espectáculo que sacara a los almerienses de sus casas, hacer ver que no se trataba de un desfile de beatos y beatas, sino de una demostración de fe profunda de toda una ciudad.
Para conseguir el éxito de la procesión había que congregar al mayor número posible de participantes, lo que en el argot cinematográfico se llama llenar la escena de figurantes. No se podía justificar aquel día sin trabajo y sin escuela con un simple desfile de curas y seminaristas. Era clave llenar la escena de gente, darle vida, que pareciera que los almerienses estábamos todos el año pensando en aquel jueves en el que nos entregábamos al Señor.
Una semana antes los heraldos del Obispado recorrían los centros escolares de la ciudad para recordarles a los maestros que había que llevar a los niños a la procesión, no solo a los que desfilaban en el centro vestidos con el traje de la Primera Comunión, sino al mayor número posible de alumnos.
Había que garantizar que media Almería se diera cita en las calles y que la otra mitad participara en la procesión. Desfilaban los niños de los Hogares, los de la Salle, los de la catequesis, los miembros de las congregaciones: Estanislaos, Luises, Tarsicios, Caballeros del Pilar, Hora Santa y Adoración Nocturna.
No podían faltar, porque formaba parte de su oficio, los frailes Jesuitas, los Franciscanos y los Dominicos, como tampoco los estudiantes del Seminario y todo el clero en activo de la ciudad. Para darle más solemnidad a la procesión el ejército mandaba un batallón del Regimiento de Infantería Nápoles 24 con armamento, casco y guantes blancos, y la Guardia Civil nos regalaba la presencia de una compañía perfectamente uniformada. En el centro, los niños y niñas que ese año habían hecho la Primera Comunión, seguidos de cerca por las madres, las tías y familiares allegados, que aunque fueran personajes secundarios en esta representación contribuían a que el acto fuera un gran espectáculo.
De aquellos Corpus de la posguerra, tal vez, el más recordado por ser el más multitudinario y en el que más empeño pusieron las autoridades civiles y religiosas, fue el del año 1943.
La ciudad festejó el Corpus de 1943 sin escatimar esfuerzos, sin que se notara demasiado que la ciudad vivía tiempos duros, que la posguerra apretaba, que los alimentos se adquirían racionados mediante la presentación de la cartilla correspondiente y que la autarquía decretada por el régimen había llegado a tal extremo que cada sábado los jóvenes del Frente de Juventudes recorrían las calles, casa por casa, recogiendo el papel viejo que no utilizaban las familias.
“Con su aportación, por modesta que sea, realizará una labor de liberación en provecho de la autarquía de nuestra industria papelera”, anunciaban en la propaganda.
Aquel jueves de Corpus funcionaron los cines instalados en la Terraza Imperial, donde echaban la película ‘El pirata soy yo’, y en el Tiro Nacional, con el estreno de ‘Tierra y Cielo’, al precio de una peseta y treinta y cinco céntimos la localidad. Durante todo el día, Radio Almería dedicó su programación a la festividad del Corpus y en la sesión de noche deleitó la cena de los almerienses con sus ‘Discos solicitados’.
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