El último mes nos ha dejado un invierno de verdad, que ha sido especialmente crudo para los que han tenido que sufrirlo tirados en la calle. La dura estampa de los ‘sin techo’ se ha multiplicado en el último año, sobre todo en el casco histórico, donde los indigentes han ido buscando refugio hasta en la puerta de los templos.
Ya no tienes que desplazarte al Parque, a la playa o buscar debajo de un puente para encontrarlos, han llegado al corazón de la ciudad, a las entrañas del casco histórico y allí, más protegidos, han instalado sus hogares con cuatro mantas y un manojo de cartones.
En los soportales de la iglesia de San Pedro, entre la puerta principal y las columnas, pasan la noche dos hombres que han encontrado un refugio para estar protegidos del viento y de la lluvia. Se les puede ver todos los días a primera hora, antes de que la rutina de la ciudad y el trasiego de las misas los obligue a levantar el campamento.
También el Paseo se ha llenado de pobres. En la puerta de Carrefour hay hombres jóvenes que esperan un gesto de generosidad de los que entran a comprar al supermercado. Unos céntimos, las sobras, se agradecen como si fuera un tesoro que les sirve para salvar el día. Algunos son tan habituales y generan tanta confianza que hay quien les deja el perro para que se lo cuide antes de entrar a comprar.
Este es el caso de Juan ‘el vasco’, al que casi todos los clientes y el equipo completo de trabajadores de Carrefour del Paseo conocen como si fuera de la familia. Llegó por primera vez a Almería hace más de veinte años, cansado de la humedad de Bilbao y huyendo de los recuerdos y de la soledad. “Desde los trece años me quedé sin padre y sin madre y después murieron mis tres hermanos, por lo que no tuve otra salida que echarme a la calle con la mochila a cuestas después de escaparme del reformatorio”, cuenta.
La mayoría de los indigentes que duermen en la calle responde a un mismo patrón: hombres jóvenes o de mediana edad que o no perciben ninguna ayuda oficial o están cobrando una paga mínima que no les permite ni poder alquilar una habitación en el suburbio más perdido de la ciudad. Los que cobran tienen lo justo para poder comer y se ven obligados a dormir en la calle. Eligen el centro porque se sienten más seguros, porque notan la presencia de los vecinos y también de la policía que no puede obligarlos a que cambien de hogar.
Otro escenario que se ha convertido en dormitorio de los ‘sin techo’ es la Plaza de Careaga. Uno de los inquilinos que se ha hecho habitual ha encontrado acomodo en el tranco techado de la antigua oficina de desempleo, hoy abandonada. Es un hombre que no debe superar los cuarenta años y que no acumula más equipaje que las mantas con las que se protege del frío, una bolsa con ropa y un aparato de radio que le ha regalado un vecino generoso.
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