Cuando hace seis años decidió dejar de trabajar y cerró el bar para cambiar de vida, el bueno de Matías contaba que no tenía muy claro a qué se iba a dedicar lejos de la barra y de sus clientes.
Decía a los amigos que no quería convertirse en un sujeto pasivo, en un jubilado aburrido que se pasara los días tumbado en un sofá viendo la televisión. Quería seguir activo, quería disfrutar, ser útil, probar cómo era la vida sin la obligación del trabajo, sin esa responsabilidad con la que había tenido que convivir durante cincuenta años.
Quería pasear con su mujer, ir por las mañanas al Mercado sin tener que madrugar y sin carreras, conocer esos pequeños detalles donde dicen que reside la felicidad y que él se había perdido después de tanto tiempo atado al negocio. Su patria había sido el bar, estaban tan ligado al establecimiento que cuando un día te lo cruzabas por el barrio sin el mandil y vestido de calle tenías que mirarlo dos veces para reconocerlo.
Cuando se jubiló pensaba que tenía media vida por delante, que había llegado el momento de disfrutar, pero no podía imaginar que unos meses después, cuando empezaba a saborear el placer del tiempo libre, una enfermedad le iba a golpear con tanta dureza. Durante seis años ha tenido que pelear duro en una batalla desigual con un enemigo que ha terminado derrotándolo.
Muchos conocimos a Matías cuando a mediados de los años setenta entró a trabajar en el bar de Emilio, en la esquina de la Almedina con la calle de la Reina. Aquel negocio fue decisivo en su trayectoria, ya que le permitió hacerse con un nombre en el barrio, ganarse una clientela que le fue fiel un tiempo después cuando decidió instalarse por su cuenta.
El 20 de octubre de 1978 empezó a caminar el bar de Matías, en el último tramo de la calle de la Reina y la embocadura del Parque. Tenía juventud, ocho mil pesetas en el bolsillo para hacer frente al alquiler del primer mes y más de veinte años de experiencia después de haber pasado por una primera aventura en un verano en Mallorca y por las barras de ‘El Puente de hierro, ‘El Paso’ y ‘El Coimbra’, auténticas universidades para los que querían ser camareros. Se instaló en un local donde había estado funcionando uno de aquellos antros de futbolines y máquinas tragaperras que crecieron como flores de un tiempo en los primeros años setenta. Lo acondicionó, montó una plancha de talla grande junto a la ventana y empezó a perfumar el barrio con las fragancias de las jibias y los calamares frescos.
El bar de Matías fue en sus comienzos un refugio donde la juventud del barrio encontró el acomodo que necesitaba para fugarse unas horas de la realidad de sus casas y del aburrimiento del instituto. Allí, entre la barra de mármol y la máquina Flepper se tejían a diario un manojo de revoluciones apasionadas que se inflamaban entre caña y tubo de cerveza para acabar marchitándose cuando después de las tres de la tarde el bar cerraba sus puertas. Allí compartimos nuestras primeras cañas a siete duros y descubrimos lo que era la solidaridad cuando participábamos todos del mismo paquete de tabaco y nos enamorábamos de la primera muchacha que entraba por la puerta. Creíamos que la juventud nos pertenecía, que aquello era un patrimonio para toda la vida y que dentro del bar estábamos a salvo del porvenir de los adultos y de batallas que no eran las nuestras.
Al otro lado de la barra estaba siempre Matías, con media sonrisa entre los labios, un bolígrafo en la oreja y un mandil blanco en la cintura, dispuesto a escuchar nuestras esperanzas de adolescentes mientras que nos quedaran veinte duros en los bolsillos. Allí, detrás de la barra, ha estado él durante más de treinta y nueve años, viendo pasar generaciones de muchachos y muchachas, asistiendo a la renovación de un barrio, aguantando el temporal en los años de crisis bajo la mirada atenta de un mosaico de Santa Gema, en homenaje a sus padres, y el colosal escudo del Sabadell que ha presidido el bar desde su fundación. Posiblemente, Matías haya sido el único hincha del Sabadell que ha habido en Almería en el último siglo. Descanse en paz.
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