El Barrio Alto en los años 70 (1)

La Transición, al otro lado del badén de la Rambla, empezó después de la riada de 1970

Eduardo de Vicente
22:23 • 19 sept. 2023

Ir al Barrio Alto, para los que vivíamos en la otra esquina de la ciudad, era una aventura extraordinaria, como ir de viaje, como descubrir otro territorio, como llegar a una ciudad distinta donde todavía se conservaban casi intactas esas viejas formas de vida que habían ido desapareciendo en los otros barrios.




A comienzos de los 70, el Barrio Alto era la despensa espiritual de las antiguas costumbres, donde aún te podías encontrar a la gente sentada en la puerta de las casas y las hogueras encendidas en medio de la calle. Allí se mezclaba, como en ningún otro lugar, la nueva clase media que iba surgiendo con fuerza con esa pobreza secular que se iba heredando de generación en generación y que iba impregnando las fachadas y el polvo de las calles, las ropas y los gestos de la gente.




El Barrio Alto era un mundo aparte, con sus nuevas construcciones adaptadas a los nuevos tiempos y sus casuchas ancladas en la más pura miseria donde había familias que sobrevivían en dos habitaciones. En una misma calle podías encontrar a un niño que pasaba todos los días o al menos una vez a la semana por la bañera, y a otro que no se había duchado jamás. En una misma calle una madre hacia la colada en una lavadora moderna mientras que la vecina tenía que dejarse las manos restregando la ropa en las piedras de los antiguos pilones.




El Barrio Alto comercial y cosmopolita de la calle Real y el Barrio Alto profundo y atrasado de callejones estrechos donde no había llegado el asfalto ni el alcantarillado. El Barrio Alto universal, festivo y juvenil de las sesiones dobles de cine en el Monumental y el Barrio Alto fronterizo y arrabalero que empezaba en el badén de la Rambla.




El Barrio Alto que le pedía todos los años a San José Obrero que no lloviera demasiado porque las casas se venían abajo, aquel Barrio Alto vulnerable al que le cambió la vida después de la riada de 1970. Nada fue igual tras aquellas intensas lluvias que sirvieron para mostrarle a toda la ciudad que había familias que vivían aún como si estuvieran en plena posguerra y que el chabolismo seguía estando presente en la vida cotidiana de cientos de familias.




El Barrio Alto, en aquellos primeros años de la Transición, latía con dos corazones: el del viejo corazón gitano que languidecía a la espera de las soluciones institucionales, y ese nuevo corazón que había empezado a latir cuando unos años antes construyeron los bloques de viviendas de las casas de los pintores.




El Barrio Alto de la Transición se organizaba en torno a la calle Real y sus negocios y alrededor de su iglesia. La parroquia, que entonces estaba en pleno proceso de reconstrucción, jugó un papel fundamental, pendiente siempre del camino que  tomaban los jóvenes. En febrero de 1974, el cura don Manuel Sánchez Segovia había organizado un seminario de orientación juvenil que fue noticia en toda la ciudad porque la religión y las reivindicaciones sociales se mezclaron con la música para ser atractiva para los jóvenes. Ese mismo año, por el mes de mayo, una familia de las casas de Sindicatos de la Plaza de Béjar saltó a la fama por traer al mundo catorce hijos. El matrimonio formado por José Pérez Moreno y Francisca Rubira Sánchez vivían con su prole en un piso de tres habitaciones, por lo que tenían que hacer malabarismos para entrar todos y compartir una misma cama entre cuatro.




Aquel Barrio Alto cambiante era todavía el de los futbolines de Manrique, centro de reunión de los adolescentes de aquel tiempo. Era el Barrio Alto de los pasteles de Antoñico el confitero, de aquellas medias lunas inmensas que parecían encerrar todo el universo dentro del merengue. Era el Barrio Alto del bar del Carnicero, donde llegó la primera máquina de discos moderna: mientras te tomabas una caña podías estar escuchando la canción que más te gustaba por el módico precio de cinco pesetas. Era el Barrio Alto que todos los años se revolucionaba por las fiestas de San José y que los domingos se vestía de limpio y se llenaba el pelo de colonia para ir al cine Monumental.


Era un barrio en tránsito constante, con la iglesia en obras y con un nuevo colegio que estaba en construcción en el viejo Camino de los Depósitos, donde había estado ubicado el Parque de Bomberos. La Sagrada Familia se había quedado pequeña para atender a los vecinos del Barrio Alto, la Carretera de Ronda y la Rambla de Belén, y estaba en marcha un nuevo centro escolar.


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