La calle Real del Barrio Alto se fue quedando sin referencias, perdió todos sus símbolos comerciales que tanta fama le habían dado. Para los vecinos del barrio, su calle Real llegó a ser como para nosotros el Paseo. Tenían de todo, hasta un cine, del que hoy solo queda la huella impresa en un solar donde un cartel gigantesco se ha hecho viejo anunciando una promoción de viviendas. Desapareció el Cinema Monumental y a partir de entonces el barrio fue languideciendo y mudando de piel. El progreso mal entendido dijo que había que derribar las casas viejas, aquellas viviendas de puerta y ventana que fueron el alma de los barrios obreros de Almería. Se podía haber puesto en marcha un plan de recuperación de este tipo de casas tan características de nuestra ciudad, pero no, el plan fue derribarlo casi todo y empezar de nuevo.
Con tantos cambios la calle Real parece más una carretera que una calle, aunque todavía se pueden encontrar en ella algunas reliquias que nos cuentan la historia del barrio. Allí permanece, perdida en un mundo al que ya no pertenece, la casa a tres calles donde estuvo el legendario bar Texas, que estuvo funcionando hasta el año 2004, cuando falleció su propietario, José Usero López, al que todo el mundo conocía con el apodo de ‘el Pisón’ por el zapato ortopédico que calzaba. Con él al frente, el negocio vivió sus años de esplendor. La primera televisión que se instaló en el Barrio Alto fue la del ‘Texas’. El día que retransmitieron la llegada del hombre a la luna, la cola de gente para entrar daba la vuelta por la calle Magaña. Los primeros partidos de fútbol, las primeras corridas de toros televisadas, se vivieron en el viejo local que lleva cerca de veinte vacío, en una de las esquinas principales del barrio.
A pocos metros del Texas aparece otro edificio que formó parte de la memoria de varias generaciones de vecinos del Barrio Alto. Le llamaban la casa de Falange y destacaba en aquel entramado de casillas bajas por su altura de dos pisos y sus tres espléndidos balcones labrados en escayola. Hoy es una vivienda privada, pero en la posguerra fue la sede de las autoridades falangistas, donde se despachaban los asuntos importantes del Barrio Alto antes de pasar por las oficinas municipales. Con el paso de los años fue cambiando de vida. Cuando lo del yugo y las flechas se fue pasando de moda, la casa se convirtió en algo así como el centro social de los vecinos y sobre todo, en el local donde se reunía la sociedad de colombicultura, en una época en la que el barrio era un nido de palomeros. De la casa de Falange salían los gigantes y cabezudos que todos los años, por las fiestas de San José, recorrían las calles del Barrio Alto.
También forma parte de la historia del Barrio Alto su querido callejón El Cairo, que entre ruinas se asoma a la calle Real. Sobrevive una fachada medio derruida donde aparece el nombre de la calle y un lienzo de tapia de piedra derrumbado. Subiendo por encima de los escombros se llega al lugar conocido como los pilones. Es un patio amplio por el que ya no cruzan ni los gatos. Los restos de un huerto habitan junto las piedras y lo que fue una fuente de mármol reposa bajo media tonelada de basura. En una esquina emerge una gran sala en la que se encuentran las pilas, donde generaciones de vecinas han lavado su ropa en los últimos cien años. Allí estaban las piedras sobre las que las mujeres frotaban la ropa; los pilones por donde corría el agua que no había en las casas; las canastas de esparto sobre las que reposaba la colada antes de ser tendida al sol.
Siguiendo por la calle Real hacia el camino de Ronda, tras dejar atrás el bar Texas, aparece como un fantasma la sombra del cine Monumental, hoy reducido a un solar. Cuesta imaginar que allí se alzaron los muros de una de las grandes referencias que tuvo el Barrio Alto, su cinema, tan importante o más como lo fue la iglesia de San José. Fueron los dos grandes templos de su época por la que pasaron todos los vecinos de aquella pequeña ciudad al otro lado del badén de la Rambla. La historia de los fines desemana en el Barrio Alto se escribió en las viejas butacas de madera del cine de la familia Asensio.
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