Había ayer dos tipos de almerienses: los que permanecían al lado de la tele o de la radio comiéndose las uñas; y los que transitaban por las calles ajenos a los bombos del Teatro Real de Madrid. Los primeros, con 17 décimos en las manos, soñando, oyendo las vocecillas cantarinas de los niños; los segundos, más mundanales, comprando el pan y la leche, pagando recibos en el banco, indiferentes a la suerte. El Paseo era un reflejo de eso: mientras en el Parrilla Pasaje, hasta los camareros cantaban los números como si fueran goles de Ramazani, otros entraban y salían de Simago como si tal cosa. “Ha salido el gordo” le preguntaban a la lotera del Rostrico. “Nooooo”, respondía, cansada, tras la ventanilla. El Rostrico es la administración más antigua de la ciudad, desde que la fundara a finales del XIX José García Ramírez, quien repartió el primer Gordo de la lotería que cayó en Almería en 1896. En la ciudad despuntaba un día primaveral para contradecir al recién amanecido invierno; y la banda sonora del Paseo medio era La Flaca de Pau Donés, a manos de unos músicos callejeros apostados en barricada frente al Mercado Central: dentro sonaba una radio en un puesto de frutas con el repiqueteo incesante de las bolas y los alambres y debajo, en la pescadería de las Hijas de Juan Morato, una señora buscaba, como quien quiere cuadrar un círculo, un besugo barato.
Fuera, la circunvalación de Ulpiano, velando armas para el ambiente copero de la tarde y de la noche. Un vendedor de la Once con gorro de Papá Noel se batía en retirada con aspecto decadente, como si fuera uno de los que se rindieron en Breda: el día de la Lotería de Navidad, los ciegos son como un monaguillo al lado de un canónigo.
Los niños se tiraban por el tobogán de la Plaza San Pedro mordiendo el bocadillo, mientras el Premio Gordo seguía sin ser cantando por los niños de San Ildefonso. En uno de los bancos de la Plaza del Educador, unos jubilados habían montado una tertulia sobre el dinero y la felicidad, mientras el acostumbrado pobre con barba que por allí suele recalar forrado de cartones miraba tumbado y callaba sin intervenir. Almería no ha sido una provincia excesivamente pródiga en recibir el Gordo íntegro -siete veces solamente en 260 años, desde que el Borbón más feo, Carlos III, la importó de Nápoles. En la de 1896, le tocó a los impresores, en 1906, en Huércal-Overa, le tocó a los presos de la cárcel comarcal. La noticia de este año es que no ha tocado nada en Tíjola, en la administración de Estanislao, ni tampoco ha repartido nada José Martín, el lotero de Roquetas, él unico lotero de España que se cabrea cuando reparte el premio Gordo: “A mí es que no me gusta la lotería ni todo eso de los premios, yo soy un tío tranquilo” decía en 2015 cuando repartió el premio máximo.
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