Una mañana, a comienzos del otoño de 1967, dos operarios colgaron una pancarta en el frontispicio del edificio del Mercado Central, coronando la puerta principal, donde aparecía, pintado, el rostro del industrial Antonio González Vizcaíno, y un mensaje llamando a los almerienses a darle su voto en las elecciones para Procurador en Cortes que tenían que celebrarse en octubre.
A pesar de la propaganda, los resultados no le fueron favorables y el señor González Vizcaíno se vio superado en las urnas por dos rivales de enorme peso popular en aquel tiempo como eran Emilio Pérez Manzuco, tantos años alcalde, y Manuel de Oña Iribarne, médico de cabecera de media Almería.
La derrota en unas elecciones sui géneris en las que solo podían votar los cabezas de familia, marcó los últimos años de una carrera política que había alcanzado sus cotas más altas en noviembre de 1966, cuando salió elegido concejal de representación familiar junto a José García Ruiz, Francisco Salmerón Herrera y Antonio Pérez Iglesias.
A pesar de aquella aventura en el mundo de la política, que le llevó a ser teniente de alcalde, Antonio González Vizcaíno no presumió jamás de los cargos, ni los que tuvo en el Ayuntamiento ni el que desempeñó en el Círculo Mercantil e Industrial, donde fue presidente durante doce largos años. Él defendía su condición de hombre humilde y trabajador que había ido subiendo peldaños desde abajo. No olvidaba su vocación de parralero ni su larga experiencia en la industria cuando fue director gerente de la empresa de montajes Comercial Eléctrica Aznar, que en los años cincuenta llevó los cables de alta tensión por todos los rincones de la provincia.
Antonio González Vizcaíno nació en Almería en 1912. Tras cursar estudios en el Instituto completó la carrera de Comercio y se dedicó a la industria eléctrica, especializándose en los motores y las bombas para instalaciones de riego. Estaba casado con Francisca Aznar Jurado, hija del prestigioso empresario don Vicente Aznar Verón, cuya empresa de fabricación de motores fue una de las más importante de la ciudad en los primeros años de la posguerra.
González Vizcaíno continuó el negocio iniciado por su suegro y alternó su condición de industrial con la política, destacando por su humildad y por su afán de generar ideas para ayudar a las familias más humildes. Siendo teniente de alcalde defendió a capa y espada que el Estado aumentara la ayuda a las familias numerosas y que desaparecieran todos los privilegios sociales porque “la aristocracia más auténtica es la honradez, el trabajo y la inteligencia”, dijo en una declaraciones en el periódico.
Desde su cargo municipal batalló porque las familias más desfavorecidas pudieran tener viviendas dignas. “Por cada vivienda suntuosa deberían de construirse cien humildes”, dijo una vez en el Ayuntamiento. Fue también un defensor a ultranza de la enseñanza pública, haciendo hincapié en la necesidad de construir en Almería escuelas sanas, alegres y confortables con maestros que estuvieran bien retribuidos.
Cuando en 1967 decidió presentarse al cargo de Procurador en Cortes quería seguir trabajando por Almería desde Madrid. Mientras los almerienses pensábamos que el futuro pasaba irremediablemente por el turismo, González Vizcaíno insistía en la necesidad de potenciar el sector industrial y sobre todo, volcarse con la agricultura, que debía ser uno de los motores de la economía provincial.
Además de destacar como industrial y político, Antonio González Vizcaíno fue un dinamizador de la cultura local, destacando por su buen verbo y los artículos, llenos de compromiso, que fue publicando en la presa. Fue mi crítico con la sociedad de su tiempo, con la pérdida de valores fundamentales del ser humano: “En el transcurso de este gigantesco desarrollo científico y tecnológico que vivimos el hombre no se ha perfeccionado moralmente en la misma proporción, sino que, por el contrario, en algunos aspectos anímicos ha quedado rezagado. Su conciencia no ha mejorado paralelamente al uso y disfrute de tantos bienes materiales como tiene a su alcance. Ha postergado los valores del espíritu dándole absoluta primacía a la materia”, escribió.
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