La reina de las fiestas era la orquesta

En cualquier pueblo, en cualquier barrio, sin orquesta no se celebraba la fiesta

La gran orquesta Casino en una de sus actuaciones con vocalista en los años 50.
La gran orquesta Casino en una de sus actuaciones con vocalista en los años 50. La Voz
Eduardo de Vicente
20:02 • 21 may. 2024

En los pueblos lo más importante de las fiestas era el santo, el cohetero y la orquesta que amenizaba la verbena popular cuando llegaba la noche. Podía ausentarse el alcalde, que no pasaba nada, podía resfriarse el cura y quedarse en su casa sin que nadie lo notara, pero la orquesta jamás podía dejar de acudir a la cita porque sin ella no era posible la fiesta.



Los jóvenes se echaban a la carretera el día señalado para ver como se acercaba el coche donde venían los artistas cargados hasta el techo con los instrumentos. Traían los ritmos modernos, los éxitos que aquella primavera sonaban en la única radio del pueblo y traían ese glamour de estrellas que entonces tenían los músicos que venían  de la capital con la aureola de sus victoriosas actuaciones en los escenarios míticos de aquellos tiempos como eran el Casino y la Terraza del Tiro Nacional.



En Almería, en los treinta, tuvimos dos grandes orquestas que marcaron su época: ‘Black Diamond’, compuesta por diez músicos y  'Jazz Melody', que nació en 1934 con el propósito de hacer llegar a la juventud lo nuevos sones que se ponían de moda en el mundo.  Fueron los primeros que dieron a conocer en Almería ritmos como el danzón, el son cubano y el blues. El grupo, dirigido por Luis Jesús García como director y cantante, lo formaban: Antonio Sánchez, violín concertino; Trino Arnés, saxofón y violín; Eduardo Gálvez, saxofón y clarinete; Rogelio Pérez, banjo, maracas y palillos; Alejandro Mallebrera, contrabajo; Francisco Donaire, trompeta, y Juan Pérez, jazz-band.



Aquellos músicos innovadores trajeron la modernidad, los sonidos que triunfaban fuera y sorprendían constantemente al público con aquellos ritmos nuevos de baile que la moda iba trayendo cada temporada. Se convirtieron en la orquesta más solicitada de Almería y allí donde se presentaban los ‘Jazz Melody’ el éxito estaba asegurado. 



La banda sonora de la posguerra la pusieron las orquestas, que tantas penas hicieron olvidar a la gente en todos los rincones de la provincia: la Orquesta Donaire, los Trovadores, Costasol, Casino, Los Ases del Ritmo, fueron algunos de aquellos grupos que recorrieron todos los pueblos de la provincia y todos los barrios de la ciudad haciendo posible la fiesta.



Las mejores orquestas llevaban su vocalista para que el espectáculo fuera completo. Una de las más célebres y de las que más actuaciones completaban a lo largo de la temporada era la Orquesta Casino



En septiembre de 1954, en las fiestas de sociedad que se organizaban cada noche en el Casino Principal de Adra, la gran atracción era la presentación del “excelente conjunto musical” que llegaba de Almería con el nombre de  ‘Orquesta Casino’, con la bella vocalista Noemí Esmeralda, que en aquellos tiempos para ser cantante de un grupo además de tener buena voz también había que ser guapa. Aquella temporada, el grupo llevaba en su repertorio los últimos éxitos que sonaban en Madrid y que ya se escuchaban en la radio y en las fiestas privadas con tocadiscos que se organizaban en las casas de la alta sociedad almeriense. 



El muy distinguido y respetable público, cuando sonaban los primeros acordes de ‘Cántame un pasodoble español’, se alborotaba y se echaba a la pista con el corazón a flor de piel.  “Cántame un pasodoble español, que al oírlo se borran las penas”, y las parejas se rozaban, se miraban, se examinaban, envueltas en aquella atmósfera llena de  emociones. Sonaban los eternos pasodobles, los mambos, y cuando bien entrada la noche el ambiente se prestaba a la intimidad, la orquesta atacaba los primeros compases del ‘Compromiso’ que ese mismo año había popularizado Antonio Machín. “Sin firmar un documento ni mediar un previo aviso, sin cruzar un juramento hemos hecho un compromiso”; era el momento de bailar bien agarrados, un privilegio que estaba reservado para los casados y para las parejas de novios formales, que en los pueblos todo el mundo se conocía y un roce subido de tono, aunque fuera sin querer, podía poner en entredicho la honra de una muchacha. 


Aquellas grandes orquestas de los años 50 se transformaron una década después en los conjuntos, que llegaron con nuevos ritmos, con los pelos más largos y con aquellas guitarras eléctricas que cambiaron el curso de los tiempos.


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