Caligrafía de madre: la interna que dio carrera a sus dos hijos

Era un ama de casa de 41 años cuando enviudó, emigró y trabajó como interna cuidando ancianos

Anuncio para encontrar trabajo escrito por la protagonista de esta historia.
Anuncio para encontrar trabajo escrito por la protagonista de esta historia. La Voz
Melanie Lupiáñez
20:02 • 22 jun. 2024

Un cartel manuscrito con excelente caligrafía anunciaba empleada del hogar. Sentí curiosidad por la historia de la escribana y llamé. Al otro lado de la línea una mujer rumana de 64 años. Vino a Almería hace dos décadas cuando enviudó. Trabajó seis años como interna cuidando ancianos hasta pagar los estudios de sus dos hijos. Hoy vive en el Zapillo, Almería es su casa, aquí se hizo abuela y una persona sencillamente feliz.



Ella estudiaba pedagogía y él medicina cuando se conocieron en Rumanía, se enamoraron locamente, como en una novela turca, recuerda la protagonista. A mediados de los ochenta la pareja se casó y se mudó a un país de Oriente Próximo de donde él era originario. Allí tuvieron dos hijos, ella aprendió árabe y leyó el Corán.



“Soy ortodoxa, pero Dios es uno solo y es igual en todas las religiones”, dice ella. Durante su matrimonio se enriqueció culturalmente del país, pero jamás llevó velo porque su marido no se lo pidió. Ella era ama de casa, enseñaba la lengua y la cultura rumana a sus dos hijos hasta que su marido murió de un infarto.



Ella tenía 41 años cuando enviudó, no encontraba empleo cuando regresó con su familia a Rumanía y migró a Almería, donde vivía una de sus cuatro hermanas. Trabajó como interna porque así ahorraba el dinero del alquiler y podía enviar más a su familia. “Era un poco triste, no por el trabajo porque esto es algo que haces y ya está, sino porque no conocía a nadie. El domingo era mi día libre, paseaba por los alrededores un poquito y volvía a casa”, dice ella.



Dejó a sus dos hijos adolescentes en su país natal bajo la tutela de su madre que vivía a 150km de donde los chicos estudiaban. Aunque la abuela los visitaba a menudo la protagonista estaba muy angustiada. Cada vez que llamaba -desde una cabina pública porque no tenía móvil- pedía a su madre que cuidara de los muchachos para que no escogieran el mal camino. Afortunadamente todo salió bien, recuerda ella hoy.



“Por las noches me ponía la almohada en la cara para que nadie me escuchara y lloraba mucho”. Pasaron cuatro años hasta que regularizó su situación y volvió a abrazar a sus hijos. No le alcanzan las palabras para describir ese reencuentro en el aeropuerto de Bucarest, solo se lleva la mano al pecho y aprieta fuerte el puño, sus ojos azules se llenan de agua.



Durante su experiencia laboral como interna, la mujer aprendió cocina española: cocido, migas, paella y un poco de todo. Y al mismo tiempo introducía platos árabes y rumanos en la mesa del hogar donde trabajaba, los comensales los recibían con gusto.



Uno de sus valiosos consejos para cuidar ancianos es considerar que a partir de cierta edad todos volvemos a ser niños de tres años. También dice que es mejor no llevar la contraria a los abuelos, porque se ponen más nerviosos y olvidan más las cosas.


A pesar de que vive en España desde hace veinte años, solo ha cotizado nueve años en la Seguridad Social. Entonces cuando se jubile recibirá una paga no contributiva de unos 500€ mensuales. “¿Qué hacía si no me contrataban?, ¿Me quedaba cruzada de brazos?, tenía que trabajar y además siempre he tenido suerte, he estado con gente buena”.


Y es que la situación legal de los trabajadores del hogar es una tarea pendiente para la sociedad española. Este gremio no tenía derecho a paro, ni a un despido justificado o un contrato firmado hasta hace dos años, cuando el gobierno aprobó la ley que reconocía sus derechos.


Esta doméstica vive por y para su familia que también constituye su núcleo social. Su vida es sencilla: reza cada mañana y cada noche, trabaja unas horas, pega carteles para buscar más trabajo y compone poesías para que la recuerden cuando ya no esté. Cada año viaja a su país y periódicamente también visita a su hijo menor que vive en la península escandinava. A pesar de llevar 40 años fuera de su patria todavía la extraña, pero ahora Almería es su casa. Aquí su hijo mayor le compró un piso para que viviera sin la preocupación de pagar alquiler y re retirara, pero ella siempre necesita tener las manos ocupadas.


Esta es la historia de la mujer que siempre trabajó por su caligrafía refinada, que contrasta con sus manos rudas, curtidas por el trabajo. La mujer que escribía uno a uno sus carteles porque cuando hacía fotocopias se borraba la tinta. Esa que huela a talco y abraza fuerte, que sonríe grande y mira a los ojos. La mujer que no quiere decir quién es por el qué dirán. Y aunque su testimonio tiene nombre propio, podría ser la voz de cualquier madre del mundo luchando por sacar adelante a sus hijos.


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