La playa que tomaron ‘los ricos’

A finales de los años 20 la ciudad empezó a descubrir las playas de Villagarcía

El barrio de las playas de Levante la mañana que bombardearon la Campsa, el 8 de noviember de 1936.
El barrio de las playas de Levante la mañana que bombardearon la Campsa, el 8 de noviember de 1936. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
20:05 • 29 ago. 2024

Eran los recordados años veinte, aquellos a los que después le colgarían el adjetivo de ‘felices’. Almería era entonces una ciudad perdida en el mapa, alejada de todo, que vivía del mineral, de la uva y del tráfico de su puerto. Era una villa que gozaba de un clima privilegiado, pero que estaba aún por descubrir, no solo por el turismo forastero, sino por los propios almerienses que vivían de espalda a sus playas. 



La principal, la playa de las Almadrabillas, estaba castigada por el mineral, mientras que el tramo de litoral que se extendía hasta la boca del río sufría las consecuencias de una carretera que era un camino rural y del otro cargadero de la ciudad, el Francés, que amenazaba con su polvo rojo toda aquella manzana.



En el verano de 1928, el empresario Miguel Naveros, propietario del Balneario de San Miguel, se quejaba con amargura ante las autoridades municipales por el estado de abandono en que se encontraba el olvidado barrio de la playa y la zona del Zapillo. No existían aceras desde la esquina donde estaba la Fábrica del Gas hasta el balneario, y la carretera para llegar era un camino de tierra por el que nunca pasaba la regadora y casi siempre estaba a oscuras. 



Las playas de Levante de la ciudad eran una zona que ya había descubierto el señor Naveros, pero aún estaban por conquistar. Fue a finales de aquellos años veinte cuando la franja de costa, conocida como Villagarcía, empezó a ponerse de moda con la llegada de comerciantes y profesionales liberales que invirtieron en la construcción de chales y viviendas que le dieron un aire de modernidad a aquellos parajes rodeados de mar y de Vega. 



La presencia de familias de la alta sociedad, con sus casas en primera línea de playa, pusieron en valor el barrio, que se llenó de una vitalidad creciente que en los meses de verano se traducía en grandes eventos deportivos y en fiestas llenas de glamour.  Don Antonio Bernabéu, uno de los empresarios que conquistaron la zona, fundó la Colonia de la ‘Costa del Sol’, que fue muy célebre en los primeros años treinta porque en las noches de Feria se organizaban espléndidas verbenas a las que acudían las muchachas de mejor posición social de la ciudad para bailar y participar en el concurso en el que se elegía a la ‘Mis Costa del Sol’



De los chales de la playa, destacaba el de ‘Villa Pepita’, del comerciante don Deogracias Pérez Pérez, propietario de la famosa relojería ‘La Francesa’, que él mismo fundó en  la esquina donde hoy se alza la joyería Regente



Don Deogracias, que había llegado a Almería en 1910 procedente de Azuqueca de Henares, tenía  como una de sus grandes aspiraciones poder vivir en una gran casa frente al mar, un sueño que le encargó al arquitecto Guillermo Langle, y que dedicó a su mujer, Josefa Plaza Ortega. La vivienda estaba muy cerca del chalé de  José Fornieles Ulibarri, el ingeniero de caminos que dirigió el proyecto de construcción del puente sobre la Rambla, que fue clave para acercar las playas de la zona de Levante a la ciudad. 



Por allí aparecieron también los chales de Francisco Romero, de Pedro Plaza, de Ramón Abad Montiel, de Juan José Sicilia, de Enrique Terriza, de José Perals y el de la familia Cano, entre otros. 


En 1935, Villagarcía formaba ya una pequeña ciudad con cerca de trescientos vecinos que se repartían en las viviendas de primera línea de playa, destinadas a las familias más pudientes, y las casas que ocupaban las calles interiores, mucho más humildes. 


El Zapillo formaba otro territorio donde la playa y la Vega se alternaban y se daban la mano; empezaba a la altura del Patio de Naveros y se extendía por la Plaza de Carabineros y un lugar conocido como ‘Las Chozas’, por la presencia de estas modestas viviendas, habitadas por familias de pescadores. 


El relojero de la playa, don Deogracias Pérez, contaba que desde una de aquellas terrazas de Villagarcía vio como el crucero Canarias bombardeaba los depósitos de combustible de la Campsa, situados en el Puerto, en la mañana del 8 de noviembre de 1936. Estaba en compañía de su amigo Manuel Orozco, y en la terraza de enfrente se encontraban el ingeniero de caminos José Fornieles, junto a José Perals, ingeniero director de la Junta de Obras del Puerto, y el hijo de éste, el joven Emilio Napoleón Perals, que no dudó en bajar a la casa, coger una cámara de fotos e inmortalizar aquel momento dramático en que una gigantesca columna de humo negro inundaba el horizonte.


Ellos nos dejaron el testimonio de aquel triste día. Contaban que el olor a gasolina quemada hizo el aire irrespirable, que aquella nube de humo negro llenó de noche la mañana, borrando la ciudad del horizonte, y que la gente sintió tanto miedo que salía gritando de las casas buscando los escondrijos de la Vega y sus cortijos, que en los días de guerra fue el refugio más cercano de los vecinos que habitaban la zona de la playa.


Temas relacionados

para ti

en destaque