Eran atletas de la supervivencia que no supieron lo que era rendirle culto al cuerpo. Hacían deporte por cultivar el alma, por escapar de una realidad asfixiante y también por ganar unos duros que les permitieran sobrevivir, aunque los únicos deportistas que pudieron llevarse una peseta a sus casas en aquellos años de la posguerra fueron algunos futbolistas y sobre todo los boxeadores, que tanta fama tuvieron y que con tanta fuerza afloraron en la Almería de la posguerra.
Los héroes del boxeo local tenían un denominador común: todos venían de abajo, de familias muy humildes y a todos los movía un sueño, ganar dinero y ganar prestigio. Empezaban de cero, con lo justo para hacerse un pantalón de deporte a medida, entrenándose a deshoras por los cerros y por la arena de la playa, corriendo a veces con el estómago vacío.
Esa afición al boxeo en Almería había empezado a gestarse a finales de los años veinte, En aquellos tiempos el boxeo empezaba a hacerse muy popular en la ciudad. Se organizaban combates en el campo de Regocijos y en el mencionado campo de deportes junto a la Rambla. Eran frecuentes las peleas callejeras que se celebraban de forma furtiva en los barrios, perseguidas por la autoridad competente.
Eran frecuentes también los boxeadores itinerantes, púgiles que ejercían la profesión buscando rivales por los pueblos y las ciudades cercanas, retando a los mejores de cada lugar. Un ejemplo de esta forma de ejercer el boxeo es esta carta que se publicó en el verano de 1929 en el periódico local ‘La Crónica Meridional’: “Hemos recibido una carta, suscrita por José Collado, de Málaga, en al cual nos manifiesta sus deseos de enfrentarse con cuantos boxeadores se hallen dispuestos a contender con él en Almería. Nos advierte que pesa 76 kilos”. El retador anunciaba su dirección en el periódico para ver si algún valiente se atrevía a escribirle y concertar así un combate de boxeo.
Fue después de la guerra civil cuando el boxeo se fue convirtiendo en una fiebre, en una moda entre los jóvenes y cuando el deporte se transformó en una necesidad para escapar de la realidad. Los atletas de entonces tenían espíritu de deportistas, pero sus cuerpos estaban muy lejos de ser atléticos, más bien de pasar necesidades. Qué lejos estaban los preparados de colágeno y magnesio, los batidos de suero de leche, los comprimidos de aminoácidos y las pastillas de vitaminas y minerales. Para todos aquellos atletas almerienses de la posguerra la dieta básica consistía en un bocadillo de lo que fuera, a ser posible con una de aquellas onzas de chocolate negro que te llenaban de energía para estar corriendo dos horas. Fueron los atletas que surgieron de la nada, por que nada teníamos, ni grandes instalaciones, ni preparadores cualificados ni una cultura deportiva que les allanara el camino.
El deporte no les iba a dar de comer a aquellos muchachos que se vestían de corto y se llenaban de humedad en las mañanas de invierno del estadio de la Falange. Existía incluso la creencia que correr mucho te podía enfermar del pecho en un tiempo donde la tuberculosis era casi una epidemia. Algunos, los más pudientes, se podían permitir el lujo de irse a correr al estadio después de haberse metido entre pecho y espalda un suculento desayuno con un vaso de chocolate con churros, que te aportaba calorías para un día entero pero que era el mejor menú para ponerse a correr. El chocolate caliente con churros fue el paraíso soñado por toda una generación de jóvenes que conoció de cerca la soledad que produce en el alma acostarse y levantarse con el estómago vacío.
En aquellos años de la posguerra el deporte fue una vía de escape para intentar olvidar durante unas horas las estrecheces de la época. Se jugaba al fútbol a todas horas, se organizaban frecuentes combates de boxeo en las terrazas de cine y de vez en cuando se celebraban carreras de atletismo, que casi siempre se organizaban en fechas señaladas para festejar algún acontecimiento político o para enriquecer el programa oficial de la Feria de agosto.
Los atletas de entonces lo eran por selección natural: si tenías condiciones innatas para correr, corrías, porque no existía la preparación física ni se conocía la fórmula para fabricar un atleta a base de entrenamiento y dietas.Para fomentar el atletismo, el Frente de Juventudes creó equipos que puso en escena con el nombre de centurias, que competían en los campeonatos locales de Falange.
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