El puerto y la batalla por los tinglados

En 1902 los exportadores de uva instalaron sus propios chambaos para la faena

El polifacético delineante Emilio Perals con su esposa Rosa Romero, paseando bajo los tinglados del puerto en los años 50.
El polifacético delineante Emilio Perals con su esposa Rosa Romero, paseando bajo los tinglados del puerto en los años 50. La Voz
Eduardo de Vicente
19:09 • 11 dic. 2024

Para la campaña uvera de 1902 se pensó en utilizar el andén de costa para que allí se realizara la carga del fruto. Ante esta importante decisión de la Junta de Obras del Puerto, la mayoría de los exportadores, viendo en serio peligro su mercancía por la carencia de tinglados donde  los barriles pudieran guarecerse de las inclemencias del sol y de las lluvias que solían llegar siempre a finales del verano y a comienzos del otoño, solicitaron a la autoridad portuaria el permiso necesario para instalar a lo largo del andén unos chambaos de grandes dimensiones para proteger las mercancías antes de ser cargadas en los barcos.



Aquel año la faena se desarrolló en un escenario pintoresco, con el andén de costa convertido en una feria donde cada exportador levantó su propio chambado sin que hubiera un criterio unificador que pusiera orden en medio del caos. Ante este panorama,  fue el propio Gobernador civil el que tomó cartas en el asunto, ordenando que para la campaña siguiente, la de 1903, desaparecieran aquellos improvisados chambaos que se habían montado sin ton ni son y que tanto deterioraban la imagen de nuestro puerto. En julio de ese año, el presidente de la Junta de Obras del Puerto, don José Batlles, recibió una carta certificada del ministro de Agricultura informándole de la Real Orden que ratificaba la resolución del gobernador.



Mientras tanto, el ingeniero Cervantes llevaba ya bastante tiempo trabajando en un proyecto de tinglados estables de hierro y madera y en la construcción de dos vías de ferrocarril debajo de marquesinas a fin de que la lluvia no perjudicara el producto durante su transporte. Tras más de un año de espera, en el invierno de 1904 se recibió la Real Orden que aprobaba el proyecto de construcción de los tinglados, que tanto falta hacían para el éxito de la campaña frutera.  Unos meses antes, en octubre de 1903, los exportadores del puerto de Almería habían tenido que sufrir importantes pérdidas en sus negocios debido a las fuertes lluvias que cayeron y que afectaron seriamente la integridad de los barriles. 



Las obras de los tinglados se adjudicaron al constructor Julio Petrement, que fue el presentó el proyecto más rentable. Los trabajos se iniciaron en septiembre de 1904 y se prolongaron durante un año. Desde entonces, los tinglados del puerto han formado parte de la vida de la ciudad, no solo como lugar de almacenamiento de las mercancías, sino como escenario de ocio de varias generaciones de niños que aprovechaban sus sombras para jugar al fútbol. Los viejos tinglados forman parte de la memoria colectiva de la ciudad, porque todos pasamos bajo su techo aunque sólo fuera para tomarnos un helado camino de la playa o para ver como Robles Cabrera, uno de los muchos artistas incomprendidos que dio la tierra, iba construyendo de forma artesana la figuras de las carrozas que después desfilaban en los días de feria.



Aquellos tinglados del muelle vivieron sus días de apogeo en los años veinte cuando el aumento de la exportación, sobre todo de uva, originó que los primitivos cobertizos del puerto se quedaran pequeños. En diciembre de 1920, la Junta de Obras del Puerto aprobó el proyecto de prolongación de los tinglados para aumentar en dos mil metros cuadrados la superficie cubierta con un presupuesto de doscientas mil pesetas. Atendía de esta forma la petición del comercio de la ciudad ante la necesidad de librar a las mercancías, especialmente a los barriles de uva, de la acción del sol y del agua en la época de mayor aglomeración.



Las clases mercantiles y comerciales expresaron su inquietud ante la Junta de Obras del Puerto, argumentando que: “Conocido es de todos que en la campaña uvera se depositan en el muelle un número considerable de barriles que tienen que permanecer muchos días a la intemperie resistiendo las inclemencias del tiempo. El perjuicio que sufre la uva es bien notorio y muchas veces tiene que ser retirada antes del embarque por haberse echado a perder”.



En los meses de gran actividad, cuando el muelle se llenaba de barriles de uva y los barcos extranjeros llegaban al puerto a por la fruta, la zona de los tinglados se convertía en una pequeña ciudad llena de pequeños buscavidas que trataban de hacer negocio.



Los tinglados del puerto tenían sus vigilantes, los guardias que cuando el lugar se llenaba de barriles de uva, de sacos de almendra, de trigo, de naranjas, de limones, se encargaban de velar porque nadie metiera la mano. En los tiempos del hambre algunos de esos vigilantes hicieron negocio llenándose los bolsillos y vendiendo el género en el estraperlo. El método era muy sencillo: se amarraban los pantalones a la pierna por la parte de los tobillos, agujereaban los bolsillos, y con las manos se iban metiendo a puñados las uvas, el trigo o las almendras que podían conquistar.


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