A la hora en la que usted lee esta crónica, las visualizaciones de BVocal desde Almería en Youtube habrán trepado como una buganvilla. Con ellos -con BVocal digo- llegó ayer el escándalo al patio de butacas de la Plaza Alfredo Kraus, mientras en la puerta un Audi 5 plateado se moría de frío; cinco hombres de negro con voces de negros a capella, en el escenario de los sueños de Almería, haciendo música sin instrumentos, como en una tribu de Tanzania. Vimos al Rey León sin que apareciera su osamenta y a Antonio Machín vendiendo maní con su Guantanamera. La Voz de Almería celebraba su gala número 12 el día 12 del mes 12. Y celebraba 85 años de no fallar nunca en el kiosco ni ahora en el móvil -aquí nunca significa nunca- tejiendo la gran madeja de lo que fue y es Almería- El periódico que más se le aproxima en este ránking de Dorian Gray es La Crónica Meridional, que estuvo 77 años con la tinta caliente.
Cinco músicos aragoneses, dominando el suajili de la selva, geniales, haciendo magia con un talento formidable, ante un auditorio llenó hasta el corvejón para acompañar al periódico decano en un viaje por el tiempo y el espacio desde la Plaza Antonio González Egea hasta Cortijo Grande, desde Burguella de Toro, hasta Pedro Manuel de la Cruz, desde la pluma estilográfica hasta el Chat GPT, como se advirtió en el video de presentación. Lo dijo la presidenta de La Voz, Laura Martínez Orbegozo, describiendo su trayectoria como una singladura apasionante, describiendo a esta cabecera histórica como un lugar de servicio público, donde se hacen muchas cosas y haciendo un guiño a José Luis Martínez, el editor, el valedor que ha mantenido en pie el andamiaje de este periódico durante los últimos 40 años, casi la mitad de toda su cronología.
En el escenario descorrieron el telón Ana Márquez – a punto de que le cambie la vida para siempre- y el inefable Alfredo Casas con pajarita, chispeante, ingenioso, dueño de un rostro que cada vez se asemeja más al Russell Crowe de Noé. Y fueron subiendo a las tablas del arca los laureados, entre los aplausos afectuosos del respetable que llenaba el Auditorio, mientras, fuera, la noche había caído sobre la ciudad, mientras, dentro, en el Maestro Padilla, las luces se avivaban y se atenuaban con el fulgor de una gala prenavideña, en una ciudad provinciana que ha escalado con sus 103 pueblos por encima de las 763.000 almas (Simón Ruiz dixit).
Subieron los campeones almerienses que han estado socorriendo la desgracia valenciana con sus manos y sus ganas. Allí estaba la zapadora Irene, la funcionara Ana María, el camionero José Antonio y Manuel, el bombero, como paladines de lo que ha sido el grano aportado por esta provincia a la calamidad levantina y con José Luis Heredia, vicepresidente de Cajamar, entregándole la recompensa de piedra noble de Los Filabres; y allí estaba Diego López, antorcha de Clece en Almería, una empresa, propiedad del presidente del Real Madrid, que se cuela en los hogares para dar servicio y compaña a los que más lo necesitan, y que recogió su galardón de las manos bienaventuradas del obispo Cantero; y allí estaba Pedro Olivencia, acopiándose del premio para su padre Gabriel, por su instinto promotor inmobiliario para conservar los arcanos, para no derribar lo que bien hecho está. Olivencia, estajanovista del ladrillo, de los negocios, oteador de oportunidades para embellecer el Paseo y Puerta Purchena, pensando ahora en su retiro garruchero, con Isa Mari, la del tío Andrés, tras ceder testigo a sus hijos.
Aparecía el auditorio almeriense engalanado como una dama de antaño, resplandecían las luces y las cortinas de terciopelo, se mecían las faldas de raso en las plateas, mientras el murmullo crecía cuanto más se entonaba BVocal y, antes, el coro abderitano Pedro Mena, como unos Niños Cantores de Viena. Antes aún, cuando aún no se habían llenado los asientos, el photocall había atrapado sonrisas y destellos masculinos y femeninos para celebrar el aniversario de un periódico donde la palabra se hace relato y el relato melodía diaria de la provincia, desde Los Vélez hasta las playas del Cabo de Gata.
Seguía aplaudiendo el público, como preludio de la Navidad, a otros homenajeados investidos con la púrpura de reconocimiento público, como Rafael Ruiz Amador, al que nadie conoce por su nombre, sino por su acrónimo RVFV, el cantante almeriense, chanqueño y pescatero, el artista más internacional para la gente que ha venido al mundo en el XXI y que no saben nada de un tal Manolo Escobar y que saben lo justo de nuestro David Bisbal. Habló poco, menos que poco, Rafael, con su insultante mocedad, con su barbita recortada, con sus manos extendidas en señal de abrazo colectivo. Habló más Fulgencio Hernández, del Club de Piragüismo Los Troncos, quien reclamó una sede para que este club solidario, inclusivo, no desaparezca tras dejar forzosamente Las Almadrabillas.
Y también recibió premio de LA VOZ la voz de la ciencia, de la investigación, a través de María del Carmen Pérez Fuentes, catedrática de la UAL, estudiosa de los comportamientos humanos, quien emocionó a la sala con un sentido recuerdo a los suyos, a los que están y a los que ya no están. Y estos últimos -los que se fueron en los últimos doce meses en esta provincia, los que se irán poco a poco difuminándose excepto en el corazón de los suyos- protagonizaron las imágenes de despedida, el epílogo de una noche hechicera, el telón a un año en el que La Voz, la Voz de Almería, La Voz de los almerienses, ha escalado a la cima de las ocho décadas y media sin que la hayan detenido ni crisis, ni terremotos, ni riadas, ni pandemias Covid, convirtiéndose ya por derecho propio, en la historia interminable de Almería.
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