Casa Puga ya está cerrada. Los dueños del histórico establecimiento de la calle de Jovellanos han optado por marcharse sin hacer demasiado ruido, con la naturalidad del que se deja llevar por el paso del tiempo. Ayer, a esa hora de la noche en el que bar empezaba a recoger después de una jornada intensa, los hermanos Puga decidieron echar el cierre, terminando así una historia de más de un siglo que deja una profunda huella en varias generaciones de almerienses.
No ha sido un bar más, sino la taberna que mejor supo recoger en sus distintos escenarios formas de ser comunes a la gente de su tierra, un sentimiento colectivo que convirtió su barra y sus mesas en un verdadero templo. Al Puga no se iba sólo a tapear o a beber vino. Al Puga íbamos también a encontrarnos con ese trozo de nuestra vida que estaba allí presente, danzando como un fantasma por las paredes, entre la filas de jamones del techo o reflejado sobre el cristal de los viejos retratos en sepia.
Ayer, a la hora de la despedida, los Puga no quisieron dramas, sino abrazos y sonrisas. Allí estuvieron amigos de toda una vida, gentes ligadas al bar con una relación casi familiar como Joaquín Ruvira, que ya visitaba la taberna con su abuelo, el hombre que cuidaba el reloj de la Catedral hace sesenta años. Había veteranos y hasta una niña de dos meses, Claudia Magaña, que iba en brazos de su abuela Encarna Conde, que junto a su hija Claudia, querían que la pequeña estuviera en el santuario de los Puga el día del cierre.
La expectación dentro del bar era tan grande que había colas para ocupar una mesa y sobre la barra se batallaba codo a codo por coger un hueco. En una de ellas estaba Paco Gómez, propietario del histórico ‘Blanco y Negro, junto al coleccionista Narciso Espinar y el periodista José Antonio Belda, toda una institución en la radio almeriense.
Leonardo Puga, el alma del negocio durante los últimos cuarenta años, reconocía ante sus amigos que ha llegado agotado a la línea de meta, que necesita el descanso, que siente tanto la necesidad de cambiar de vida que no ha tenido tiempo para mirar atrás ni de pensar en nostalgias. Quizá, dentro de unos meses, cuando se aburra de pasear y de mirar a las estrellas desde el cortijo de la sierra, se arrepienta de la decisión, pero ahora no le quedan fuerzas para retomar el camino.
A partir de ahora se abre una nueva página en la vida del bar de la calle de Jovellanos que tendrá como protagonistas a los dueños del Hotel Catedral. Tienen delante el reto de mantener intacto el espíritu del establecimiento. Por eso no tienen previsto hacer grandes cambios: van a mantener la plantilla de camareros y apostarán por las tapas de siempre que tanto prestigio le han dado al negocio. Para que el escenario se mantenga intacto, tal y como lo dejan los hermanos Puga, no van a tocar ni los retratos que cuelgan de las paredes, pequeños retazos de historia de un lugar irrepetible.
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