La inesperada vía para salir de las chabolas

Los jesuitas muestran en ‘Caminos de Hospitalidad’ las realidades de los Campos de Níjar

Álvaro Hernández
20:03 • 29 sept. 2024

“No sé quiénes sois, pero pasad”. Efectivamente, no nos conocíamos, y con solo seis palabras, el jesuita Joaquí Salord empezó a desarmar los prejuicios previstos en la mochila.



Porque, de forma casi involuntaria, este reportaje fue concebido en un principio como un retrato de la vergonzosa situación que, durante décadas, ha vivido y vive el campo de Almería. Cómo es la vida en chabolas. Qué historias hay detrás de cada infravivienda. Quiénes la sufren y quiénes la prolongan. Cuánta miseria hay. 



La hospitalidad del jesuita era solo el comienzo, así que, lejos de la premisa que invita a que “la realidad no te estropee un buen titular”, el aire de estas líneas es irremediablemente distinto gracias a la marcha organizada por el Servicio Jesuita a Migrantes, que sirvió para demostrar que en Níjar hay, al menos, esperanza.



Cinco kilómetros entre San Isidro y Pueblo Blanco para conocer todas las realidades que allí conviven: la de la riqueza bajo plástico; la de la vida en chabolas; la de las largas distancias recorridas para poder ir a trabajar; la de poder salir del infierno de los asentamientos gracias al trabajo de los jesuitas o las Mercedarias de la Caridad (entre otras muchas entidades)...



Salir del pozo



Que hay esperanza lo reflejan bien Buba y Seriba, dos de los primeros residentes de los recursos gestionados por los jesuitas en Níjar: 12 viviendas construidas en San Isidro con capacidad para 6 personas cada una y Casa Arrupe, una finca reformada y rehabilitada en Pueblo Blanco en la que habitan un total de diez personas. 



Buba tiene 32 años y asegura que ahora está mejor, tras llevar cinco años en Almería, sobreviviendo en asentamientos chabolistas que ya no existen: primero, El Walili, derribado en enero de 2022; después, Cañaveral, desaparecido gracias a la puesta en marcha de las viviendas de los jesuitas. Y está contento a pesar de tener el trabajo que aquí nadie quiere, arrancando a las 5 de la mañana recogiendo calabacines, y ganando menos de 50 euros por jornada. 



Y está contento desde que vive en Casa Arrupe, donde ya son una “familia”, que es la palabra que más repite.


Seriba, con su español aún precario, va cotilleando con Buba qué hacen en otros invernaderos. Llegado desde Mali, él vivía en Atochares y trabaja para una empresa, lo que permite que los domingos descanse. Pero no es una ventaja: es menos dinero. 


Son solo algunos detalles de dos simples ejemplos de los miles que hay en Níjar (y en otros puntos de la provincia). Lejos de mirar para otro lado, hay compromisos como el de Pilar, una voluntaria mayor con una energía proporcional. Enseña castellano tres veces a la semana en Atochares y Casa Arrupe. Y es solo la punta del iceberg de lo positivo: hay miseria, sí. Pero también hay mucha esperanza en Níjar. 


La necesidad de tener más voluntarios

Daniel Izuzquiza, jesuita que dirige el SJM de Almería, aprovecha la marcha para hacer tres peticiones a la sociedad almeriense: la más amplia, que se aplique la hospitalidad y la acogida; la más urgente, que la gente se sume al voluntariado, algo muy necesario para (por ejemplo) dar clases de español; la más material, que se apueste por ayudas y subvenciones.



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