La belleza de la fragilidad

Marta Rodríguez
00:29 • 16 jun. 2017

La fragilidad de la vida no por ser terrible pierde su condición de bella. Es bella, irremediablemente bella, si el que trata de desentrañarla es un funambulista de la palabra como Juan Herrezuelo (Palencia, 1966). En su nuevo libro, Las flores suicidas, publicado por Talentura, el escritor -afincado en Almería desde 1978- lleva a cabo un ejercicio en el que traslada esta idea casi al terreno poético. Porque hermoso es el modo en el que reflexiona sobre “la manera temeraria en que actuamos ignorando que somos flores creciendo entre los carriles de la vía de un tren que estamos construyendo”. Hermoso resulta el juego que propone al lector, al que le cuesta diferenciar entre realidad y ficción, entre dimensiones espacio-temporales y entre planos narrativos. Y hermoso es el universo del que rodea a sus personajes a los que contagia del romanticismo de mundos como la música clásica, las librerías, la radio y el ferrocarril.



Pero no se engañen, este halo de belleza no es más que una ilusión óptica, un espejismo para cuestionarnos el hecho de que no existen verdades absolutas y para hablar de los temas que de verdad nos tocan. Hasta el punto de que si en sus inicios Herrezuelo se basaba más en lo fantástico, ahora aborda los asuntos que nos duelen y que tenemos más próximos aunque siempre de una forma muy personal y con un giro inevitable hacia lo insólito.



De los cinco relatos de Las flores suicidas, al menos tres poseen referencias apocalípticas en un intento de transmitir esa idea de fragilidad, “de lo inestable que puede ser lo que tenemos y lo que damos por supuesto”, dice el autor. Y son tres apocalipsis distintos: el del primer cuento, La esfera de sus plumas, es colectivo; afecta a una ciudad que sufre una extraña plaga de palomas con riesgos para la salud. “El origen está en una escena del huracán Katrina que me impactó, uno puede pensar que en una situación así brota la solidaridad de los que sobreviven -lo vimos en los atentados de Madrid-, pero cuando el desastre afecta a toda una comunidad, impera la ley del más fuerte”, apunta.



En El fuego sordo -el segundo relato del libro-, el apocalipsis es individual: el de una persona que llega a la desesperación porque no es capaz de encontrar trabajo. Y en Las flores suicidas -cuento que cierra el volumen y que le da título-, el fin del mundo se convierte en una amenaza global, la del cambio climático que puede acabar con el planeta tal y como lo conocemos.



La crisis económica, la tiranía de los bancos y el drama del desempleo se filtran asimismo en las páginas de esta obra, que se presenta hoy viernes 16 de junio a las 20 horas en Librería Zebras, en la Plaza Balneario San Miguel de Almería, en un acto en el que Herrezuelo estará acompañado por el también escritor Miguel Ángel Muñoz (Entre malvados) y que contará con la actuación del violinista Justo Andújar Peral.



Voces narrativas y géneros



En los relatos de Las flores suicidas cambian las voces narrativas y se mezclan los géneros, incluso dentro de un mismo cuento. Una cuestión que responde a ese juego que el autor establece con el lector, que para él es solo uno y que tiene gustos similares a los suyos.



“Jugando surge esa sucesión de géneros del tercer relato, Vísperas de olvido, que pasa de tener la forma de una escena teatral a otra, con la que busco que el mismo lector se identifique con el personaje y dude de qué es lo real y qué no. En cuanto al cambio de voces narrativas, con ello intento dotar de una identidad propia a cada relato. El cuarto, El camino de los aires, está contado en primera persona por un testigo que, como en El gran Gatsby de Fitzgerald, está dentro y fuera de la acción a la vez hasta que las historias confluyen en un determinado momento y aparece un gran conflicto”, señala Herrezuelo en una entrevista.


Desde un punto de vista estilístico, en el libro se aprecia el gusto por la frase bella de este escritor, que se reconoce “lento” -su último título, Pasadizos, vio la luz en 2011 de la mano del IEA- y que confiesa que en otra época, habría sido “un juglar, un contador de cuentos”. “Trato de evitar por todos los medios caer en el lugar común; puedes contar lo que quieras con frases más largas o más cortas, pero siempre debe ser tuyo y debe representar una manera nueva de contar algo que seguramente ya ha sido contado, desde otra perspectiva, desde otra sensibilidad, desde otra línea narrativa, con otro estilo”, mantiene a LA VOZ.


Las referencias literarias, cinematográficas y musicales enriquecen a los personajes y son constantes desde los mismos títulos de los cuentos que provienen de citas de escritores como Gómez de la Serna (Las flores suicidas), Cortázar (El fuego sordo), Ovidio (El camino de los aires) y Góngora (La esfera de las plumas). El que falta, Vísperas de olvido, es el nombre de la obra teatral ficticia que centra la trama. Un juego narrativo perfecto.


Un encuentro cargado de emotividad

En clave autobiográfica, el libro Las flores suicidas contiene un guiño a las tertulias literarias que Juan Herrezuelo y otros compañeros de generación celebraban en lo que entonces era Radiocadena -hoy RNE-, en el mítico programa La escalera mecánica que presentaba Juanma Cidrón. Encuentros que no sólo despertaron vocaciones, sino que les permitieron acceder a grandes autores del momento y forjar amistades que fueron clave en sus trayectorias.


Una de esas amistades, amistad con mayúscula, fue la que unió a Herrezuelo y al escritor y periodista Miguel Naveros, fallecido el pasado mes de marzo. Un vínculo que confiere significado y emotividad al encuentro de hoy viernes en su librería, en Zebras. “La importancia de Miguel para mí excede en mucho lo literario, pero en lo estrictamente literario empezó abriéndome una puerta para que publicara El veneno de la fatiga en Alianza y a partir de ahí estuvimos luchando para que viese la luz otro libro, Pasadizos. Este último lo esperaba con verdadera ilusión; al día siguiente de su muerte, llamé al editor para incluir la dedicatoria. Ahí también está la infinidad de conversaciones que mantuvimos, nos sentíamos reconocidos el uno en el otro”, confiesa.


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