El acebuche es un olivo silvestre de fruto pequeño. El Acebuche es un presidio, el centro penitenciario de Almería visible desde la Autovía del Mediterráneo. En un par de ocasiones visité la cárcel. Tras múltiples gestiones pude entrevistar a unos reclusos -internos-, que lo del lenguaje es hoy como caminar por el filo de la cuchilla de afeitar ‘La Palmera’, aquella con tres agujeros, sí, hombre, venían en unos sobrecitos. Bien, entrar en El Acebuche es perder de vista el mundo conocido. Allí, al menos en aquellas dos oportunidades, todo el mundo andaba deprisa quizá porque el tiempo pasa despacio, no sé. Muchos de los peatones atropellados son presos recién salidos de la cárcel, eso cuentan, porque dentro no hay semáforos, ni pasos de cebra, nada, solo horarios. Bueno, también hay algunas cosas más, pero no vienen a cuento ahora.
En El Acebuche pasa una temporada de seis meses un antuso, Diego. El bueno o el malo de Diego, según con quién hables, se le ocurrió, en qué cabeza cabe, manipular la pulsera telemática -no está claro este punto- y, además, además, justo el día de lo de Gabriel. Diego andaba, aún debe andar, obsesionado con la madre del ‘Pescaíto’, Patricia, mujer de sublime categoría moral. Diego tenía orden judicial de alejamiento de Patricia por acosarla. Sin embargo, las pasiones le tenían desquiciado, quién sabe, al punto de perder la cabeza. Y lo pillaron al momento. Y el asunto se puso al rojo vivo, él estaba desde un principio en el objetivo de la Guardia Civil. ¡Dios, sálvame!, y más vale tarde que nunca la Benemérita borró a Diego de la lista de sospechosos.
La Guardia Civil te dio de baja en el terrible suceso; sin embargo, Diego, fuiste apuntado con el dedo del linchamiento, el índice. Te señalaron en un país donde siempre flota la duda. No puedo imaginar tu angustia, o sí, tampoco la desazón de tu familia, o sí, la tensión a tu alrededor, o sí. Tremendo, Diego, de pronto las cosas se desorbitan, tu familia y tú os enfundáis el saco de la impotente resignación, de agachar la cabeza al salir de casa pese a que todo Antas arropa a la familia, aunque no toda la familia te arrope, que si quieres ya hablaremos cuando salgas de El Acebuche.
Te escribo, Diego, porque debes de saberlo, lo que dijo la alcaldesa de Antas, Isabel Belmonte, tras la declaración institucional de duelo, “aprovechamos esta oportunidad para mostrar a la familia de Diego nuestro apoyo por estos días tan difíciles que les ha tocado vivir y que les han supuesto un verdadero calvario, invocando desde aquí para que en adelante haya la prudencia necesaria en asuntos tan delicados como por los que por desgracia nos ha tocado vivir”. Ya ves, Diego, una persona cabal.
Supongo, es un suponer, que al salir de prisión volverás a correr maratones, medios maratones, lo que sea. Mientras no lo hagas en las cercanías de Patricia todo irá bien. Ahora, como te acerques a ella y tú lo sabes, el paquete que te caerá será importante. Si ella va al norte, tú al sur. Siempre en dirección opuesta a Patricia. Joé, Diego, si tienes que llevar pulsera, la llevas, es mejor que llevar la pena de tu familia encima.
Contigo, Diego, me he permitido el tuteo porque nos conocemos. Posiblemente no lo recuerdes, pero, ya digo, que si quieres hablaremos cuando salgas de El Acebuche. A usted, doña Carmen, qué se le puede decir que no sepa. Vayan usted y su marido con la cabeza alta, la conciencia tranquila y la dignidad en todo lo alto. Los padres son/somos responsables de poner a los hijos en el camino, después cada uno toma el suyo o el que las circunstancias determinan. Queden con mis respetos.
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