Manuel Leon
11:53 • 03 nov. 2011
Cajamar pone a la venta el edificio que hasta ahora ocupaba la sede de su fundación en el Paseo de Almería esquina con la calle Navarro Rodrigo. Se trata de un edificio en el que la caja rural almeriense posee en propiedad tres plantas de 350 metros cada una y que salen a la venta de forma conjunta por una cifra que gira en torno a tres millones de euros.
La operación de venta la capitliza la empresa de compraventa de activos inmobiliarios de la caja, Cimenta2, aunque Cajamar conservará la propiedad de la oficina a pie de calle más los pisos superiores que son viviendas y despachos profesionales de propietarios particulares.
La caja rural almeriense adquirió el inmueble a los propietarios de los antiguos almacenes comerciales ‘Bazar Almería’ en 1993.
Tras 18 años ocupando el edificio, con distintas dependencias asignadas, decide venderlo una vez que la sede de la Fundación se ha trasladado al rehabilitado edificio de la Casa de Las Mariposas, en Puerta Purchena.
Centro de negocios
La entidad que preside Antonio Pérez Lao, conserva, por tanto, la actividad comercial de la oficina que ocupa la planta baja del céntrico edificio debido a su privilegiada ocupación para el negocio financiero.
El Paseo de Almería ha sido objeto siempre, por su privilegiado enclave comercial, de significadas operaciones inmobiliarias. Una de las últimas fue la venta por parte de la familia Marín Rosa de su antigua sede al empresario inmobiliario Gabriel Olivencia, quien a su vez la tiene arrendada a una de las cadenas del grupo El Corte Inglés.
Cajamar abandonó las plantas superiores del edificio para trasladarse a Las Mariposas la pasada primavera.
Después de numerosos cambios de manos Cajamar adquirió el edificio diseñado por Cuartara en 2008. Tras concluir las obras, el inmueble está destinado a actividades institucionales y a la Fundación. La planta baja también es una oficina comercial y el sótano está dedicado a un salón de actos.
Cajamar invirtió 15 millones en la compra y rehabilitación de este edificio finalizado a mediados de 1911 por el arquitecto Trinidad Cuartara. Diez millones se destinaron a la compra del edificio y cinco a la recuperación de la Casa que está protegida y catalogada como edificio histórico.
la primera planta se reparte entre la división del negocio agroalimentario y la Dirección de Sucursales; la segunda planta alberga la sede de la Fundación Cajamar. La última plant estará dedicada a una biblioteca y terraza.
Un edificio que fue fábrica de sueños
El edificio que Cimenta2 comenzará a comercializar de inmediato en su portfolio fue escenario durante varias décadas del siglo XX de miles de sueños de los almerienses de clase media. Allí emergía Bazar Almería, como el mayor templo de las ilusiones de una ciudad; como un Corteinglés rudimentario, sin escaleras rodantes ni moquetas, donde las familias de la provincia abrían los ojos como platos antes sus escaparates y luego, dentro, seguían soñando, haciendo cuentas como la lechera para comprar a plazos el televisor, la lavadora o los juguetes de los Reyes; cuando comprar un electrodoméstico era toda una hazaña, una proeza doméstica a golpe de letra mensual, antes de que la globalización y millones de manos juveniles en China o en Taiwan democratizaran el acceso a las máquinas que nos acompañan en nuestras cocinas y salas de estar; antes de que empezásemos a cambiar de video como el que cambia de cepillo de dientes. Bazar Almería, con Julio Torres Guerrero, era eso: una fábrica de sueños; como Electroaltamira o antes El Aguila y ahora Todobá: un abrevadero donde llegaban, todavía entrados los 70, familias enteras en el Alsina y por la Avenida de la Estación se encaminaban al Paseo, hasta Bazar Almería, donde se detenían y donde tanto el niño como el abuelo con el ‘gallao’ empezaban a hacer cuentas y a sacarse de la cartera aquellos billetes antiguos de cien o mil pesetas.
Un edificio que fue fábrica de sueños
El edificio que Cimenta2 comenzará a comercializar de inmediato en su portfolio fue escenario durante varias décadas del siglo XX de miles de sueños de los almerienses de clase media. Allí emergía Bazar Almería, como el mayor templo de las ilusiones de una ciudad; como un Corteinglés rudimentario, sin escaleras rodantes ni moquetas, donde las familias de la provincia abrían los ojos como platos antes sus escaparates y luego, dentro, seguían soñando, haciendo cuentas como la lechera para comprar a plazos el televisor, la lavadora o los juguetes de los Reyes; cuando comprar un electrodoméstico era toda una hazaña, una proeza doméstica a golpe de letra mensual, antes de que la globalización y millones de manos juveniles en China o en Taiwan democratizaran el acceso a las máquinas que nos acompañan en nuestras cocinas y salas de estar; antes de que empezásemos a cambiar de video como el que cambia de cepillo de dientes. Bazar Almería, con Julio Torres Guerrero, era eso: una fábrica de sueños; como Electroaltamira o antes El Aguila y ahora Todobá: un abrevadero donde llegaban, todavía entrados los 70, familias enteras en el Alsina y por la Avenida de la Estación se encaminaban al Paseo, hasta Bazar Almería, donde se detenían y donde tanto el niño como el abuelo con el ‘gallao’ empezaban a hacer cuentas y a sacarse de la cartera aquellos billetes antiguos de cien o mil pesetas.
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