Escuchar su voz en la radio es una sensación parecida al alivio que uno siente al volver a casa después de una larga ausencia. El periodista Carles Francino se ha ganado el respeto y el cariño de miles de oyentes, a los que cada tarde abre de par en par ‘La Ventana’ de la Cadena SER, que ayer se retrasmitió en directo desde el Centro de Exposiciones de Campohermoso en el marco de la gira que la emisora nacional lleva a cabo por España después del parón provocado por la pandemia del coronavirus.
El periodista reflexiona en esta entrevista acerca del papel que ha jugado la radio durante el estado de alarma y el que deberían desempeñar los medios de comunicación a la hora de mantener a raya el ruido y dar voz a los que hacen propuestas.
La Cadena SER ha vuelto a salir a la calle tras la pandemia. ¿Era necesario volver a mirar a los oyentes a los ojos?
En la SER, por razones obvias, hubo debate sobre si debíamos salir o no. Se planteaba una disyuntiva: vivir acogotados por el miedo o seguir adelante tomando todas las precauciones. La radio siempre ha sido un instrumento para acompañar, pero en esta tesitura resulta más necesaria que nunca. Nos brinda la posibilidad de viajar y compartir lo que está pasando. Los presentadores nos hacemos pruebas todas las semanas, estamos más controlados que los futbolistas. Pero estoy muy contento. Y los oyentes también tenían muchas ganas de este reencuentro. Es una forma de recobrar la normalidad.
Durante el estado de alarma hicieron ‘La Ventana de la Resistencia’. ¿Fue una vuelta a la esencia de la radio como medio que une a la gente y sirve incluso como terapia?
Estoy convencido de que sí. La radio es acompañamiento y servicio y estar cuando necesitas echar mano de algo. Cuando fallan las cosas, la radio está ahí. Tenemos una tradición histórica y ahora hemos reforzado el vínculo, que no se toca, pero se percibe. Había que resistir, dar ánimos y voz a la gente y contar historias. Yo estoy muy contento por el trabajo que hicimos y es de las experiencias más particulares y hermosas que he vivido en la radio.
Durante el confinamiento siempre preguntaba a los oyentes qué veían por su ventana. ¿Qué le gustaría ver por la suya cuando se levante un día y la pandemia haya acabado?
Me gustaría ver un país con menos ruido y más esperanza. Tenemos los mimbres para serlo, pero no rematamos bien. Los medios tienen una responsabilidad: no dar altavoz al ruido. Y parece adictivo lo de dar minutos a la gente que monta pollos. Tenemos que escuchar a los que proponen. Esta mañana escuchaba en SER Almería a Alfredo Casas, que charlaba con el dueño de una ferretería al que daba gusto escuchar. Luego ha entrevistado al dependiente de una tienda de ropa que, a pesar de las dificultades, hablaba con pasión.
Acostumbrado a la intimidad del estudio, ¿qué siente Carles Francino al exponerse a la mirada del público? ¿Da pudor?
Aunque he trabajado en radio y televisión, soy una persona muy tímida. Siento nervios porque tengo un escrutinio más directo, pero también noto el cariño. Ver la radio ya me parece una cosa rara, pero las salidas me dan gasolina, pero un huevo. La intimidad del estudio tiene su magia y exponerte como un cantante de rock, un código propio.
¿Y por qué Níjar?
La filosofía es que en este tiempo tenemos que girar por toda España para dar a conocer realidades locales. En el caso de Níjar, venimos a un lugar que tiene dos palancas: la agricultura y el turismo con un paisaje de cine. Esto de que los tomates tienen calefacción mucha gente no lo sabe. Tampoco que hay miles de inmigrantes viviendo en unas chabolas que da pena verlas. Si en España nos conociéramos mejor, nos querríamos más. Luego a esta tarde de radio, con el sabor especial que da el directo, le sumamos la voz de Isaías Lafuente, la música en directo y el poeta Benjamín Prado.
La agricultura, el turismo y la inmigración están entre los temas que no pueden faltar al hablar de esta zona. ¿Hasta qué punto procuran tomar el pulso al terreno antes de llevar a cabo un exterior?
Se hace un trabajo muy importante de documentación a través de los compañeros de la emisora local, en este caso SER Almería. También podríamos ir desde la inopia y preguntar, pero es mejor tener los deberes hechos. Los periodistas locales son los que están en primera línea. Yo vengo de este tipo de información y sé cómo se trabaja.
Lleva 40 años en esto del periodismo y ha contado de todo, incluso la muerte de su amigo Michael Robinson la pasada primavera. ¿Cómo hace uno para contener la emoción en situaciones así?
No lo sabes nunca, te metes y vas a lo que surja. Cuando esa mañana me llamó Àngels Barceló, yo me eché a llorar en antena. Luego en ‘La Ventana’ mi preocupación era no hacer un programa funeral, porque Michael nos habría dado dos hostias a todo el equipo. Yo estaba jodido porque no lo iba a ver más, pero al mismo tiempo pensaba en él y me acordaba de un montón de historias alegres.
En la radio al impostor se le pilla y las emociones hay que dejarlas fluir. Si lloras un día en antena, que a mí me ha pasado varias veces, pues mala suerte; igual que te descojonas luego en ‘Todo por la radio’. La radio es como la vida, cuantos menos artificios y disimulos mejor. Hay que ir con la verdad por delante porque la comunicación es un fenómeno natural.
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