Guillermo Fuertes
21:55 • 08 abr. 2012
“La gente en los pueblos no sabe que esto existe”, Juan Antonio Muñoz mueve la cabeza. “Yo he ido a Uleila, por ejemplo, y me dicen: “¿Eso está aquí?”. Y he enseñado las fotos a veinte personas, y sólo uno ha dicho: “Ah, sí, yo vi uno en tal sitio”. ¡Y los hay a montones!”.
Juan Antonio es investigador etnográfico, y en su ordenador y sus librerías atesora innumerables documentos y fotografías del patrimonio histórico, social y cultural de la provincia. Pero la recuperación de este, los refugios de piedra de varias zonas como Lubrín y Uleila, lo apasiona especialmente. Y lo preocupa.
“Ya no está la gente que los sabe hacer, ya no hay pedreros”, dice. “Hace un tiempo quisimos levantar uno que se nos cayó, y tuvimos que llamar a un hombre ya mayor, que era el único que sabía... Se está perdiendo en Almería la cosa ancestral de la arquitectura de la piedra, de la pizarra...”.
Y no es que estos refugios de piedra sean grandes monumentos, ni siquiera que sean exclusivos de estas tierras. Pero tienen un indudable valor etnográfico y son parte de su historia ancestral, construcciones que hablan de un modo de vida, de una cultura ya perdida de la piedra natural, y tienen suficientes peculiaridades en Almería como para ser estudiados, conservados y puestos en valor.
Los refugios de piedras que abundan en la sierra de Los Filabres son, en esencia, construcciones sencillas, prácticas y funcionales, enmarcadas principalmente en los ámbitos agropecuarios, levantadas para guarecerse de las inclemencias meteorológicas por los pastores y agricultores.
Piedra natural e inteligencia
“Actúan, realmente, como refugios”, explica Juan Antonio. “La gente tiene su casa en el pueblo, la finca a una distancia de media, una hora de camino, y se va por la mañana a trabajar para volver por la noche. Por lo tanto, necesita, lo mismo en verano por el calor, que en invierno, o en una tormenta, o lluvia, tener un sitio para protegerse. Son construcciones levantadas con los materiales inmediatos que hay en el lugar”.
Pero cuidado, advierte el investigador, no son fáciles de levantar. Colocar piedras es todo un arte. “Cuando era estudiante, hablábamos de los tests de inteligencia en psicología”, sonríe Antonio. “Y el padre de un compañero, que nos escuchaba, dijo: Para saber si un crío es inteligente, no hace falta más que ponerlo a dar piedras”.
“Y es cierto. Para hacer una construcción de piedra, hace falta alguien que las vaya poniendo, y alguien que se las va dando. Conforme vas necesitando, tiene que darte una piedra con tal tamaño, tal forma, para que no pierdas tiempo. Y eso significa que tienes que tener una lógica, una orientación espacial. Una condensación de inteligencia. Tan simple como eso”.
¿Y qué se puede hacer para conservar este patrimonio? “Dos cosas”, responde. “Lo primero, saber que están. Para eso hemos hecho artículos en revistas y publicaciones. Y en segundo, hacerle saber a la gente que es un patrimonio singular, diferente, único, que da identidad y valor a la comarca”.
Juan Antonio es investigador etnográfico, y en su ordenador y sus librerías atesora innumerables documentos y fotografías del patrimonio histórico, social y cultural de la provincia. Pero la recuperación de este, los refugios de piedra de varias zonas como Lubrín y Uleila, lo apasiona especialmente. Y lo preocupa.
“Ya no está la gente que los sabe hacer, ya no hay pedreros”, dice. “Hace un tiempo quisimos levantar uno que se nos cayó, y tuvimos que llamar a un hombre ya mayor, que era el único que sabía... Se está perdiendo en Almería la cosa ancestral de la arquitectura de la piedra, de la pizarra...”.
Y no es que estos refugios de piedra sean grandes monumentos, ni siquiera que sean exclusivos de estas tierras. Pero tienen un indudable valor etnográfico y son parte de su historia ancestral, construcciones que hablan de un modo de vida, de una cultura ya perdida de la piedra natural, y tienen suficientes peculiaridades en Almería como para ser estudiados, conservados y puestos en valor.
Los refugios de piedras que abundan en la sierra de Los Filabres son, en esencia, construcciones sencillas, prácticas y funcionales, enmarcadas principalmente en los ámbitos agropecuarios, levantadas para guarecerse de las inclemencias meteorológicas por los pastores y agricultores.
Piedra natural e inteligencia
“Actúan, realmente, como refugios”, explica Juan Antonio. “La gente tiene su casa en el pueblo, la finca a una distancia de media, una hora de camino, y se va por la mañana a trabajar para volver por la noche. Por lo tanto, necesita, lo mismo en verano por el calor, que en invierno, o en una tormenta, o lluvia, tener un sitio para protegerse. Son construcciones levantadas con los materiales inmediatos que hay en el lugar”.
Pero cuidado, advierte el investigador, no son fáciles de levantar. Colocar piedras es todo un arte. “Cuando era estudiante, hablábamos de los tests de inteligencia en psicología”, sonríe Antonio. “Y el padre de un compañero, que nos escuchaba, dijo: Para saber si un crío es inteligente, no hace falta más que ponerlo a dar piedras”.
“Y es cierto. Para hacer una construcción de piedra, hace falta alguien que las vaya poniendo, y alguien que se las va dando. Conforme vas necesitando, tiene que darte una piedra con tal tamaño, tal forma, para que no pierdas tiempo. Y eso significa que tienes que tener una lógica, una orientación espacial. Una condensación de inteligencia. Tan simple como eso”.
¿Y qué se puede hacer para conservar este patrimonio? “Dos cosas”, responde. “Lo primero, saber que están. Para eso hemos hecho artículos en revistas y publicaciones. Y en segundo, hacerle saber a la gente que es un patrimonio singular, diferente, único, que da identidad y valor a la comarca”.
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