Esta es una ruta para llegar a un hallazgo impagable: sabemos dónde está la puesta de sol más bonita de Almería.
En mitad de la carretera que une San Isidro y Campohermoso, un cartel reza un mensaje corto y directo: “Disfruta”. Más allá del juego de palabras de la empresa en cuestión, el mensaje no es muy de extrañar teniendo en cuenta que estamos a apenas 20 kilómetros de las paradisiacas playas del Parque Natural Cabo de Gata - Níjar.
Sin embargo, lo de disfrutar resulta paradójico por el entorno que nos rodea. Sesenta años después de que Juan Goytisolo publicara ‘Campos de Níjar’, del suelo aún rezuma miseria y el paisaje corresponde a la pobreza de algún país en vías de desarrollo.
Las caras y las penurias han cambiado, eso sí. Lejísimos queda la España profunda de los Paca Cañada y Casimiro Pérez de la historia real de ‘Bodas de sangre’.
Ahora, el nombre más común del lugar en el que estamos es Mohamed, y el plástico oculta una riqueza de cientos de miles de euros por temporada. Alrededor, migrantes venidos de distintos puntos de África sobreviven como pueden con lo que tienen.
Con difícil acceso a la vivienda, precariedad y la regularización como utopía, miles de personas encontraron en cortijos abandonados un refugio al que han tenido que llamar hogar durante años. Aún hoy, en Atochares, se levanta un asentamiento con chabolas hechas de palés y plásticos en el que vive una cifra indeterminada de personas que supera, eso sí, el medio millar.
Para colmo de males, hace un tiempo se cortó el acceso al agua de los distintos puntos instalados en el asentamiento. Además, hace algo más de una semana se cortaron todos los enganches al suministro eléctrico.
El corte podría ser anecdótico sino fuera por los tintes dramáticos que tienen en el entorno del que hablamos.
Buba, que vivió en dos asentamientos chabolistas antes de empezar una nueva vida en Casa Arrupe (el recurso habitacional de los jesuitas en Pueblo Blanco), vive ahora mismo a 12 kilómetros del invernadero en el que trabaja. Exactamente, la misma distancia que muchos almerienses recorren para veranear en Aguadulce. Él recorre esa distancia todos los días, a eso de las 4 de la mañana, en un patinete eléctrico que le permite llegar al trabajo en ‘solo’ media hora. Algo similar le sucede a Seriba, que vivía precisamente en Atochares y ahora reside en una de las doce viviendas de alquiler social que también gestionan los jesuitas: trabaja a media hora en patinete.
De hecho, en una tarde de sábado, mientras el sol empieza a caer, las peligrosas carreteras de la zona (sin arcén siquiera, salvo un tramo que cuenta desde hace poco con un más que necesario carril bici) son un constante ir y venir de bicicletas y patinetes que son mucho más que el medio de transporte de miles de trabajadores del campo: es su medio de vida.
Da igual que sea sábado. Son casi las siete de la tarde y un trabajador magrebí sulfata un invernadero. El calendario no tiene días, si acaso temporadas, y da igual que sea domingo o miércoles, solo importa que toca recoger calabacines o plantar la siguiente hortaliza del año. Ese necesario trabajo que ha traído riqueza a un lugar pobre lo hacen aquellos que han visto obligatoria la huida de sus países para poder tener un futuro que escribir.
Así, entre necesidades y coches de alta gama; entre plásticos recién puestos y botellas y latas de Red Bull abandonadas en los caminos; cruzando ramblas y llegando a núcleos de población salpicados de casas y chabolas (pero siempre hogares), se dibuja esta ruta hacia la mejor puesta de sol de la provincia.
Cada uno tendrá la suya. Como la que se disfruta desde la playa de La Fabriquilla, compartida hasta la saciedad en publicaciones de Instagram. O la que se vive cada verano en La Isleta del Moro, con el Pico de los Frailes como testigo privilegiado del paso del tiempo.
Pero, situada entre invernaderos, una casa disfruta de la mejor puesta de sol de Almería: entre cientos de invernaderos, a menos de 6 kilómetros del infierno que puede llegar a ser el asentamiento chabolista de Atochares, la azotea de Casa Arrupe ofrece vistas a la mejor puesta de sol de Almería. La más pura. La que más verdad tiene. Riqueza bajo plástico. Pobreza en bicicleta. Un paisaje tan duro como las vidas que luchan por salir adelante allí. Dignidad. Esperanza. Y una puesta de sol única en el corazón del campo.
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