Vuelve a la vida un cine de la provincia

El viejo Avenida desempolva el proyector, la cartelera y hasta la linterna del acomodador

Los hermanos González Perez, fundadores del cine, los rollos de las películas en la exposición, las entradas y la foto del Avenida.
Los hermanos González Perez, fundadores del cine, los rollos de las películas en la exposición, las entradas y la foto del Avenida. La Voz
Manuel León
00:12 • 08 oct. 2024 / actualizado a las 09:05 • 08 oct. 2024

Turre, uno de los pueblos más serranos de esta provincia desgajada del antiguo reino de Granada, ha despedido la feria de su patrón San Francisco, con un homenaje a su desaparecido Cine Avenida, que es como hacer una ofrenda a la añoranza de tantas tardes de domingo. 



Ha resurgido el cine turrero de sus cenizas por unos días para despertar emociones entre los decanos del pueblo, para que jovencillos aparezcan por allí mirando los carteles de Bruce Lee o de Tarzán y su hijo como si miraran un coche de gasógeno. Por obra y gracia de Frasquito Baraza y Pepe de Piedad, el Centro Cultural de Turre ha vuelto a ser el Avenida de siempre. Allí estaba el luminoso con las letras escarlatas y los rollos que viajaban en bicicleta de pueblo en pueblo; allí, el altavoz de la cabina  y el de la calle por el que resoplaba la voz de Farina primero y de los Mustang después, y el cuadros de luces que hizo Ginés Soto y la linterna del acomodador en las sesiones numeradas. 



El Avenida se cerró hace 37 años, con el epílogo de La rosa púrpura de El Cairo. Fueron más de cuarenta años de sueños tejidos por la familia Baraza -los hermanos González Pérez- que activaron este santuario de felicidad contenida sobre 1945. Fue cuando Diego González compró un proyector de cine mudo que había llegado a la casa del negociante Diego Haro y decidió convertirlo en un complemento del bar y la fonda familiar de su padre Frasquito y su madre, la tía Ana. En un bancal donde se sembraban hortalizas decidieron poner los cimientos del Cine Avenida, cubriendo el techo con una estructura de uralita. Al principio las sillas las aportaba cada espectador hasta que se incorporaron los bancos de madera.



Pasaron los años y la vieja cámara se cambió por un proyector Ossa para ver las películas en Cinemascope a los mandos de Diego. En el negocio colaboraba toda la familia, la madre Ana en la puerta, Antonio como técnico y las hijas, Juana y Paca con las entradas y en el ambigú, donde también colaboraba el Jura Jura como ayudante.



Allí se proyectaron peliculones como Benhur y las grandes películas del Oeste de John Ford y las de romanos, y después llegaron las de destape, intentando no sucumbir a los nuevos tiempos y a la competencia del video y la televisión.



Fueron los 50 y los 60 los años fuertes del Avenida, cuando jóvenes y mayores de Turre bajaban por la calle La Rambla los fines de semana con la música sonando desde el fondo, música que actuaba de reclamo para los espectadores, al igual que el bar donde se despachaban las gaseosas y las golosinas. Y  en julio y agosto con la terraza de verano y las verbenas. Y los días de feria cuando se exhibían las películas de Sara Montiel,  de Manolo Escobar, de Concha Velasco, con el bar de Diego, el de la jibia a la plancha, o el del Jarras , a tope; el único pueblo en el que había un barbero abierto hasta las 12 de la noche en esa misma calle.



Ahí están ahora todas esas reliquias del viejo cine, mostrándose como arcanos de una memoria compartida; ahí están todas esas antigüallas como diciendo “Miradnos turreros, porque nos despedimos para siempre”; ahí está esa vieja cámara Ossa conservada con maíz en su interior; ahí están los tacos de entradas, las cartas del gobernador y las advertencias para los menores y las pinzas de carbones y el póster del Zorro con sus bigotes; y el cuadro de fotos antiguas de los fundadores de aquella deliciosa aventura de sonrisas y lágrimas: los Hermanos González Pérez (los Baraza de Turre). 



Los ecos entrañables de San Francisco

Se ha ido un año más la feria de Turre dejando como pregonera a la periodista Ana Almansa y dejando también, de nuevo, alegría bien llevada en esos ambigús y chiringuitos en su plaza principal, donde corre el vino y la cerveza, pero sobre todo la inmortal morcilla turrera, que tanto ha despachado Adelina y antes su hermana en El Grice. Turre, pueblo de sierra verde, de agua, de reductos moriscos a la sombra de Cabrera; Turre, pueblo de boliches, de partidas de dominó en la calle Rosalías; Turre, el Turre viejo de aquel Antonio el Gallina que quiso volar como Icaro; pueblo de cantaores como el Picolo, de panaderos y molineros, de futbolistas que eran Leones de la Isla; Turre, pueblo con su cine, el Cine Avenida, sobre cuyas cenizas hay ahora una oficina de Cajamar y un bar transformado estos días en uno de los abrevaderos de su entrañable feria franciscana.


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