Roquetas de Mar

Miguel García, el espartero de Roquetas que lleva el esparto de Almería al mundo

El taller de este vecino alberga no solo obras únicas sino también pasión, tradición y arte

Marina Ginés
14:01 • 18 nov. 2024

En el corazón de Roquetas de Mar, en un pequeño y modesto taller montado en el garaje de su casa, Miguel García Estévez, guarda su pequeño gran tesoro y recupera un oficio ancestral que ha sido parte esencial de la historia y la identidad de Almería: el trabajo del esparto. Desde cestas hasta lámparas, pasando por burros con yuntas, espejos y hasta cactus, las manos de Miguel dan vida a lo que muchos consideran ya una tradición casi olvidada.

A sus 72 años, Miguel asegura que lleva el esparto en la sangre, y es que “con solo 7 u 8 años ya estaba haciendo esparto”, dice con una sonrisa nostálgica. Miguel, nacido en Rubite, un pueblo de la Costa de Granada, llegó a Roquetas hace más de 20 años, pero nunca dejó atrás sus raíces, ni su amor por la tierra ni por el esparto, una fibra que su padre ya trabajaba. Después de una vida dedicada a la agricultura, como encargado de diferentes invernaderos, Miguel se jubiló cuando le tocaba, sin embargo, en lugar de descansar, decidió retomar el oficio de su familia y seguir aprendiendo el oficio de espartero.

"Cuando me jubilé, me apunté a grupos y asociaciones de esparteros, incluso en Badajoz, para seguir aprendiendo y perfeccionar mi técnica", cuenta Miguel, que a pesar de su vasta experiencia sigue aprendiendo cada día.

En su taller, la atmósfera es cálida y acogedora. Las vecinas que pasan por su puerta no pueden evitar saludarlo con entusiasmo, admirando las nuevas creaciones que cuelgan del taller."¡Buenos días, Miguel! ¿Cómo va el kiosko ¡Ahora tienes cosas nuevas!", le dicen mientras se asoman a su pequeño rincón lleno de esparto. Y es que Miguel no solo trabaja en soledad; las conversaciones sobre el esparto son constantes en el vecindario. Una vecina, también espartera, le pregunta si ha encontrado la manera de teñir el esparto, y él, con una sonrisa cómplice, responde: "Sí, ya he encontrado cómo hacerlo".

Las manos de Miguel han creado miles de objetos. Desde cortinas y burros, hasta espejos de gran tamaño y plantas de chumbo, casi cualquier cosa puede tomar forma en este taller. "Lo que me piden es lo que hago. Yo no lo hago por dinero, lo hago porque me gusta, porque me sale del corazón", asegura.

Y no es solo el vecindario de Roquetas el que aprecia sus obras. Miguel ha vendido cientos de piezas tanto en Almería como en Granada, y muchos turistas "guiris", como él mismo los llama, se han enamorado de sus creaciones. "El dueño del camping de Balerma es amigo mío. En verano monto un pequeño mercadillo y los turistas me encargan muchísimas cosas", comenta, orgulloso de ver cómo su arte cruza fronteras.

Sin embargo, el éxito no ha sido suficiente para que la tradición del esparto continúe en su familia. A pesar de sus logros, Miguel confiesa con cierta pena que ni sus hijos ni sus seis nietos tienen intención de seguir sus pasos. "Ni siquiera se interesan por cómo lo hago", bromea, con una mirada que refleja tanto resignación como orgullo por haber mantenido viva la tradición hasta ahora.

"La primera vez que me pidieron un cactus de esparto, no sabía ni cómo iba a hacerlo. Pero una noche, pensé y dije: 'Así lo haré'. Y lo conseguí". Para Miguel, este oficio se ha convertido en algo natural, algo tan fácil y tan adictivo como comer pipas. Las ideas nacen de su imaginación, de sus vivencias como agricultor y de su amor por la tierra. Muchas de sus creaciones evocan herramientas agrícolas tradicionales, como cántaros, burros con yuntas o botelleros, objetos que recuerdan a un pasado cercano en el que el esparto era parte de la vida diaria.

A pesar de su éxito, Miguel no se considera un artista. "Me siento un trabajador más", dice humildemente. Para él, la verdadera recompensa está en el proceso, en el tiempo que dedica a cada pieza, en los recuerdos que esas obras traen consigo. Y aunque ha expuesto sus trabajos en lugares como 'El Faro de Roquetas de Mar', su mayor satisfacción no está en el reconocimiento, sino en el simple hecho de seguir trabajando, día tras día, con la misma pasión que cuando comenzó.

"No vendo todo lo que hago. Hay piezas que no vendería por mucho dinero que me ofrezcan", asegura, señalando una alfombra que ocupa un lugar destacado en su taller. "Tiene mucho trabajo, es una de mis obras más preciadas".

Miguel García Estévez, uno de los últimos esparteros de Almería, sigue siendo un fiel reflejo de esa tradición histórica de Almería, conocida por su gente como "los legañosos", ya que, como cuenta la leyenda, el trabajo del esparto hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas debido al polvo. Hoy, Miguel continúa tejiendo recuerdos, creando piezas únicas, manteniendo viva una tradición que, aunque parezca extinta, sigue viva gracias a su dedicación. Mientras él siga en su taller, el esparto nunca morirá.













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