En el corazón de
Roquetas de Mar, en un pequeño y modesto taller montado en el garaje
de su casa, Miguel García Estévez, guarda su pequeño gran tesoro y
recupera un oficio ancestral que ha sido parte esencial de la
historia y la identidad de Almería: el trabajo del esparto. Desde
cestas hasta lámparas, pasando por burros con yuntas, espejos y
hasta cactus, las manos de Miguel dan vida a lo que muchos consideran
ya una tradición casi olvidada.
A sus 72 años, Miguel
asegura que lleva el esparto en la sangre, y es que “con solo 7 u 8
años ya estaba haciendo esparto”, dice con una sonrisa nostálgica.
Miguel, nacido en Rubite, un pueblo de la Costa de Granada, llegó a
Roquetas hace más de 20 años, pero nunca dejó atrás sus raíces,
ni su amor por la tierra ni por el esparto, una fibra que su padre ya
trabajaba. Después de una vida dedicada a la agricultura, como
encargado de diferentes invernaderos, Miguel se jubiló cuando le
tocaba, sin embargo, en lugar de descansar, decidió retomar el
oficio de su familia y seguir aprendiendo el oficio de
espartero.
"Cuando me jubilé, me apunté a grupos y
asociaciones de esparteros, incluso en Badajoz, para seguir
aprendiendo y perfeccionar mi técnica", cuenta Miguel, que a
pesar de su vasta experiencia sigue aprendiendo cada día.
En
su taller, la atmósfera es cálida y acogedora. Las vecinas que
pasan por su puerta no pueden evitar saludarlo con entusiasmo,
admirando las nuevas creaciones que cuelgan del taller."¡Buenos
días, Miguel! ¿Cómo va el kiosko ¡Ahora tienes cosas nuevas!",
le dicen mientras se asoman a su pequeño rincón lleno de esparto. Y
es que Miguel no solo trabaja en soledad; las conversaciones sobre el
esparto son constantes en el vecindario. Una vecina, también
espartera, le pregunta si ha encontrado la manera de teñir el
esparto, y él, con una sonrisa cómplice, responde: "Sí, ya he
encontrado cómo hacerlo".
Las manos de Miguel han
creado miles de objetos. Desde cortinas y burros, hasta espejos de
gran tamaño y plantas de chumbo, casi cualquier cosa puede tomar
forma en este taller. "Lo que me piden es lo que hago. Yo no lo
hago por dinero, lo hago porque me gusta, porque me sale del
corazón", asegura.
Y no es solo el vecindario de
Roquetas el que aprecia sus obras. Miguel ha vendido cientos de
piezas tanto en Almería como en Granada, y muchos turistas "guiris",
como él mismo los llama, se han enamorado de sus creaciones. "El
dueño del camping de Balerma es amigo mío. En verano monto un
pequeño mercadillo y los turistas me encargan muchísimas cosas",
comenta, orgulloso de ver cómo su arte cruza fronteras.
Sin
embargo, el éxito no ha sido suficiente para que la tradición del
esparto continúe en su familia. A pesar de sus logros, Miguel
confiesa con cierta pena que ni sus hijos ni sus seis nietos tienen
intención de seguir sus pasos. "Ni siquiera se interesan por
cómo lo hago", bromea, con una mirada que refleja tanto
resignación como orgullo por haber mantenido viva la tradición
hasta ahora.
"La primera vez
que me pidieron un cactus de esparto, no sabía ni cómo iba a
hacerlo. Pero una noche, pensé y dije: 'Así lo haré'. Y lo
conseguí". Para Miguel, este oficio se ha convertido en algo
natural, algo tan fácil y tan adictivo como comer pipas. Las ideas
nacen de su imaginación, de sus vivencias como agricultor y de su
amor por la tierra. Muchas de sus creaciones evocan herramientas
agrícolas tradicionales, como cántaros, burros con yuntas o
botelleros, objetos que recuerdan a un pasado cercano en el que el
esparto era parte de la vida diaria.
A pesar de su éxito,
Miguel no se considera un artista. "Me siento un trabajador
más", dice humildemente. Para él, la verdadera recompensa está
en el proceso, en el tiempo que dedica a cada pieza, en los recuerdos
que esas obras traen consigo. Y aunque ha expuesto sus trabajos en
lugares como 'El Faro de Roquetas de Mar', su mayor satisfacción no
está en el reconocimiento, sino en el simple hecho de seguir
trabajando, día tras día, con la misma pasión que cuando
comenzó.
"No vendo todo lo que hago. Hay piezas que
no vendería por mucho dinero que me ofrezcan", asegura,
señalando una alfombra que ocupa un lugar destacado en su taller.
"Tiene mucho trabajo, es una de mis obras más
preciadas".
Miguel García Estévez, uno de los
últimos esparteros de Almería, sigue siendo un fiel reflejo de esa
tradición histórica de Almería, conocida por su gente como "los
legañosos", ya que, como cuenta la leyenda, el trabajo del
esparto hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas debido al polvo.
Hoy, Miguel continúa tejiendo recuerdos, creando piezas únicas,
manteniendo viva una tradición que, aunque parezca extinta, sigue
viva gracias a su dedicación. Mientras él siga en su taller, el
esparto nunca morirá.
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