Parece que ha transcurrido toda una vida, pero desde que una tormenta de granizo arrasara las calles y el campo de El Ejido la noche del 28 de octubre ha pasado poco más de un mes. Sin embargo, sus secuelas, olvidadas por algunos y obviadas por otros, todavía permanecen latentes. Miles de vecinos contemplaron cómo el granizo agujereaba sus ventanas y hacía añicos sus coches mientras, a otros tantos, les devoraba el horror al imaginar lo que estaría sucediendo en sus explotaciones. Algunos tuvieron la ‘fortuna’ de sufrir únicamente desperfectos en el plástico o los caminos de su finca; otros, amanecieron con sus invernaderos a ras del suelo.
Ángel forma parte de este último grupo. Su cultivo, de poco más de 3.000 metros, no pudo sobrevivir a la tormenta. El agricultor observa los restos de la explotación mientras repasa su historia. “El terreno era de mi abuelo, que ahí tuvo los parrales, y mi padre los fue convirtiendo en invernadero. Lo hemos tenido hasta ahora, que se ha caído”, confiesa. El desplome, asegura, se debió a “la acumulación de agua sobre el plástico” cuyo peso “hizo que se viniera abajo”. Además, Ángel relata que su explotación, por cómo está dispuesto el terreno, recogió el agua de los vecinos, lo que provocó que la tierra se humedeciera y “saltaran los muertos (anclajes que sujetan el invernadero al suelo) de cuajo”, lo que terminó de desestabilizar la estructura.
Su invernadero permanece tal y como terminó aquella noche de octubre. Bajo el plástico, aún se puede atisbar lo que queda de la plantación. Calabacín, en este caso. A Ángel, como a tantos otros, la tormenta les cogió en plena cosecha. "Llevaba un mes cogiendo calabacín, a muy buen precio. Al cultivo le he cogido tres kilos con trescientos gramos al mes, era lo que llevaba. Una media muy buena. Ahora es cuando debería estar terminando la cosecha, el desastre me ha quitado un mes", lamenta.
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