Enara, la golondrina que llegó a Los Giles tras 45 años sin ver nacer un niño

Enara, la golondrina que llegó a Los Giles tras 45 años sin ver nacer un niño

Carmen López
20:53 • 04 may. 2013

Enara nació el pasado 11 de abril y vino a marcar un antes y un después en la historia de Los Giles, una pedanía de Bédar, en la que hacía 45 años que no se producía un alumbramiento. Cuando sus padres, Beatriz Mañas e Iker Urreiztei, se fueron a vivir allí con sus otros dos hijos -Andoni, de siete años, y Noa, que tiene tres- no podían imaginar que el nacimiento de su tercera hija fuese a levantar el revuelo que ha levantado. “Nosotros no podíamos imaginar la repercusión que podía tener el nacimiento de nuestra niña. Para nosotros lógicamente era algo muy especial, como familia, pero no podíamos imaginar que fuese a tener tanta trascendencia. Es cierto que si lo piensas, es lógico en un pueblo en el que ha llegado a haber casi 400 personas y en el que ahora hay solo 11 censados, contando con nosotros cinco, mi abuela, tres ingleses, Chacha María y su marido”, relatan.


Beatriz es de Sorbas e Iker, de San Sebastián. Cuando ella sospechó de su posible embarazo, una golondrina se coló en la casa y ella le dijo a él: “Si estoy embarazada y es una niña, la llamaremos golondrina”. Y golondrina se llama, porque eso es lo que significa Enara.


Cuando Beatriz era pequeña, los fines de semana y los veranos siempre los pasaba allí y quería que sus hijos vivieran lo que ella. Y después de dar unas cuantas vueltas por media España, allí están. Ella se fue a estudiar Enfermería a Melilla y él es jugador de baloncesto. Él llevaba muchos años en muchas ciudades y lo fichó el Melilla. Allí se conocieron. Beatriz -Mari, como Iker la llama-  estuvo dos años estudiando allí y él se fue a Manresa, a Gijón y, cuando ella terminó la carrera, ya se fueron juntos. Así recorrieron Tarragona, Cádiz, Huelva y los últimos cuatro años en Tenerife. “El pequeño nació en Jerez; en Tenerife, en La Laguna, el segundo; y ya mi carrera se estaba terminando y hace casi dos años decidimos que ya se había acabado y me retiré”, relata Iker. Ahí venía eso de a ver qué hacían con sus vidas. “Llevábamos muchos años en los que me seguía a mí toda la familia y decidimos que ahora le tocaba profesionalmente a ella, a la que le encanta su trabajo”. Así que, en principio iban a ir a buscar donde ella pudiera trabajar; pero tenían claro que no querían ciudad. “Habíamos vivido en muchas ciudades, todas estupendas, por cierto; pero tal vez para los niños queríamos otra cosa, las ciudades para los niños nos parecen un poco hostiles, una competitividad brutal, una forma de vida que no queríamos para nuestros niños pequeños, por lo menos inicialmente”, cuenta Beatriz. Ambos querían para sus hijos el contacto con la naturaleza y que pudieran salir libremente, a jugar, “a ser niños en definitiva”. “Eso lo hemos encontrado en el pueblo de la abuela de Beatriz. Por eso hemos llegado a Los Giles”, apunta Iker.




Ella ha encontrado trabajo en una residencia de ancianos de Sorbas, donde van los niños al cole y donde la madre de ella tiene una carnicería. Él se tomó el primer año en plan tranquilo. Llevaba 30 años de baloncesto y ella tenía que ponerse al día con lo suyo: hacer cursos y ganar puntos para trabajar. Sus hijos nunca han ido a la guardería, tampoco lo hará la pequeña Enara. Ahora él ha comenzado a trabajar también en lo suyo, está entrenando a niños en Vera. “Me encanta la chavalería”, reconoce.


“Claro que es más barato vivir aquí”




Han hecho un huerto, tienen cinco gallinas, que dan cinco huevos diarios y tienen que acabar regalando muchos porque no pueden comerse tantos. El panadero va cada día a las 9.30 horas, como un reloj, y espera a que salgan a por el pan. Dos días en semana va el carnicero, también va a domicilio el pescadero; y también la que les vende frutas y verduras. “El huerto nos ha abastecido de calabaza todo el año, patatas y tomates, de semilla ecológica. Todo el mundo se reía de mí por eso, porque hacía muchos años que no lograban sacar tomates en el pueblo porque les atacaba no sé qué cosa; pero yo traje una semilla ecológica que no ha dejado de dar tomate y ahora nos la piden todos”, cuenta Iker. También tienen habas. “Claro que es más barato vivir aquí”, aseguran los dos.





Temas relacionados

para ti

en destaque