La emoción estaba en sus caras y la información en una pegatina en el pecho que recordaba el color celeste a rayas de su baby. Un centenar de mujeres se reunieron hace unas semanas en Vélez Rubio por primera vez desde hace muchos años. Son las niñas internas del Convento María Inmaculada. En su reencuentro hubo varias generaciones, las del 64 y las del 80, el año que cerró esta institución. “¡Monjitas, monjitas!”, les gritaban como burla algunos niños del pueblo cuando las veían desfilar hacia el colegio externo pues dentro del convento solo daban hasta cuarto y luego continuaban sus clases en la escuela común.
Del campo
La mayoría de las internas eran hijas de familias desperdigadas por el campo, sin posibilidad de transporte regular, como Isabel Teruel, una de las principales organizadoras de este reencuentro junto a Maruja Burló y Marcelina Arcas. Ella vivía en el cortijo Los Ramales, en la pedanía de Fuentegrande. Otras internas procedían de María, Huércal-Overa, Chirivel o de la cercana Vélez Blanco. Hoy día están entre Almería, Murcia Valencia o Marbella, como Josefina Martos, a quien reencontró Trini Ridao. “Ya estábamos en contacto por facebook pero alguna lágrima nos salió”, confiesa.
Uniforme
Trinidad llevaba el número 29 en la pegatina, el mismo que tenía bordado por su madre en el uniforme: un falda peto “pichi” gris, zapatos y calcetinas marrones, camisa blanca, chaqueta azul y encima de todo un baby para estar dentro del colegio ...“era feo pero no lo recuerdo incómodo. Pasábamos revista todas las mañanas”. Junto a su hermana Esperanza se han encargado desde el principio de los contactos por facebook y whatsapp. “Ha sido un éxito rotundo, empezó a aparecer gente que no sabíamos dónde andaba”, afirma Esperanza. “El 27 de septiembre fue un día gris y con lluvia, pero nosotras le pusimos luz”, confiesa a LA VOZ. Dentro del convento, hoy abandonado sin uso, presenciaron el paso del tiempo. “Me emocioné al ver los dormitorios donde pasé desde los ocho años hasta los 17. (...) Nos llamó la atención el patio del pozo, que cuando éramos pequeñas era enorme y ahora nos pareció chiquitísimo”. Frente a la pena por el olvido, la alegría del reencuentro, Isabel se reencontró con Rafaela Lozano, de Taberno. De las ocho hermanas de hoy, solo queda una monja de las de entonces, la madre Marta.
En el edificio adjunto, María Toro organizó una exposición de fotografías antiguas, donde las alumnas pudieron reconocerse. Luego vino la visita a la iglesia barroca, como hacían a diario hace décadas. La emoción hizo olvidar una foto con todas juntas antes de pasar al restaurante para comer y seguir recordando cuando eran las niñas del convento.
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