Miguel Angel Blanco recibió el pasado día 12 el primer premio Cabo de Gata de la Asociación “Amigos del Parque Natural”. No es el primer reconocimiento que recibe en este sentido porque desde que este periodista nacido en Madrid llegó a esta provincia en 1973 como delegado del diario Ideal comenzó a llevar el tema del parque a sus páginas y editó el libro “El espíritu del Cabo (1998)”. Testigo y cronista excepcional de aquella lucha hoy recuerda algunos momentos de aquella etapa.
¿Cómo recibe usted este premio?
Lógicamente, es una satisfacción amplia, teniendo en cuenta que las relaciones entre periodismo y ecología no son fáciles por los riesgos que comporta y porque responde a criterios muy personales del periodista, en muchos casos, solo en sus compromisos. De ahí que la distinción de Amigos del Parque de Cabo de Gata tenga especial relevancia, en mi trayectoria personal y profesional.
¿Cuándo y qué rincón concreto descubrió, en el hoy parque natural?
Cuando llegué a Almería ya tenía algunas noticias en torno al paisaje de Cabo de Gata. Fue en esos años setenta cuando empecé a recorrer en familia esos lugares. Mis primeros encuentros fueron con Aguamarga y su entorno, y con la zona de San José y sus calas, El Mónsul con la gran duna, Genoveses, y la costa acantilada con pequeñas calas a las que sólo se podía acceder desde el mar. Algo impresionante, esa conjunción de montaña y mar que alumbró también mi imaginación.
Y también fue importante mi encuentro con Isleta del Moro, Rodalquilar y su valle, Las Negras, Cortijo del Fraile, Los Escullos.
¿Recuerda su primer gran artículo sobre el parque?
Es complicado por la memoria; había referencias en mi columna diaria Almeriense Sur, en Ideal y también en la sección semanal “Una Tierra Almeriense para Vivir”. Pero un gran trabajo inicial que recuerdo, fue la crónica sobre la primera guía de la naturaleza del Cabo, publicada por Editorial Everest en 1982, de varios autores, entre ellos Hermelindo Castro Nogueira. Y luego están las primeras informaciones sobre las movilizaciones ecologistas (Grupo Ecologista Mediterráneo) y no solo sobre el Cabo.
¿Cómo recuerda aquel proceso de concienciación de la conservación?
No fue fácil. Había que contemplar la naturaleza como un todo y no por compartimentos, por lo menos desde mi punto de vista. Y toda la costa del Cabo y de la provincia no lo tenía fácil. Almería se había salvado del boom turístico catastrófico de lo sesenta y ahora había quienes pensaban que llegaba la oportunidad. Los intereses de políticos, empresarios, ayuntamientos en general miraban las playas como una gran oportunidad para urbanizar. Si no se había conservado la singularidad de la tipología arquitectónica de la capital, menos aun se iba a mantener la singularidad de la costa. Y Cabo de Gata era, sobre todo, costa.
¿Y protagonistas y riesgos concretos en aquella lucha ?
Lo significativo es que Cabo de Gata se salva en gran medida del boom urbanístico porque el propietario de la zona de San José, Mónsul, Genoveses, etc., González Montoya, era un enamorado del paisaje del Cabo y rechazó todas las ofertas para convertir, por ejemplo, la zona de Genoveses, en una macro-urbanízación, tipo Roquetas de Mar, por ejemplo. Otro gran peligro fue el proyecto de carretera de la costa, que abriría las puertas a la destrucción del litoral. Fue un proyecto surgido de la Diputación, en las postrimerías del franquismo. Fue el Colegio Profesional de Geólogos quien advirtió de lo que se avecinaba y la campaña que paralizó el proyecto de carretera tuvo una proyección nacional. Y se consiguió.
Es importante también Juan Goytisolo con su defensa del paisaje de los Campos de Níjar. Y por supuesto, José Ángel Valente, artífice del Manifiesto de la Isleta del Moro, en 1988.
¿Qué se hizo mal que se pueda corregir aún?
Creo que hay cosas que están mal. Por ejemplo, que no se promueve una visión arquitectónica integrada en el paisaje. En los núcleos y barriadas no hay mucha conciencia de ello, y lo que se construye en general son disparates. Un ejemplo es el entorno de las Salinas. No se ha dado una identidad patrimonial a las casas de las Salinas y su entorno. Lo que se ha hecho en la Almadraba es lamentable. Construir en La Fabriquilla es otra amenaza. Y no digamos lo del Algarrobico.
¿Pero los jueces parecen que apoyan el parque natural?
El papel que desarrolla la Justicia, los tribunales en cuestiones ecológicas y ambientales, es muy extraño. Depende de la sala o del juez que toque. Tengo la sensación de que los jueces no son muy ecológicos que digamos.
¿Hay algún daño irreversible ya?
El daño que se ha hecho, por ejemplo, con el gran disparate de Playa Macenas, es irreversible ya. Pero es que esa conciencia amenazante está muy presente en alcaldes, empresarios, ciudadanos. No hay una educación a fondo de las conciencias desde la escuela. Y está también la importancia de conservar el patrimonio, tanto natural como histórico: castillos, torres, aljibes, cortijos, pozos, todo ello constituye una dimensión única del parque natural que no se puede perder.
El cine, la fotografía, el deporte…, parece que el Parque ha encontrado aliados productivos, ¿no?
Bueno, es verdad que los rodajes y grabaciones de películas, de spots publicitarios; la fotografía creativa y de moda, pintores, mundo del deporte, han encontrado espacios singulares en el parque, que mantiene la identidad de un paisaje significativo. Y eso aporta recursos económicos, indudablemente, como el turismo ecológico.
De todas maneras, personalmente yo me pongo en guardia cuando se vincula casi exclusivamente la garantía de un espacio protegido a la cuestión económica. Y lo económico no es la única clave ni, seguramente, la más importante.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/3/provincia/82854/miguel-angel-blanco-el-proyecto-de-carretera-de-la-costa-que-se-paro-habria-destruido-el-litoral