Hay un hombre tranquilo entre semana que los domingos se transforma en un inquieto guardia urbano, como aquellos que fraccionaban aquel tráfico inocente de la Puerta Purchena en los años 60. Se llama José Membrives Pérez y su estilo es inimitable para aquellos que pasean a la hora del aperitivo dominical frente a las playas más lejanas del Zapillo: con su polo rosa chicle, mano arriba, mano abajo, señal de stop o de marcha lenta, acelere o deténgase “¿Cuántos son ustedes? ?¿cinco? en la mesa del fondo junto a las olas”.
Es el ritual de este José al que todo el mundo conoce como tío Pepe, el patrón del chiringuito del mismo nombre más lejano de la playa zapillera, -en el Quinto Pino, frente al chalé de Briseis- un ceremonial diario que comienza a las 7 de la mañana tocando a rebato para que la brigada de limpieza de hamacas se ponga las pilas. “Empecé a ordenar la cola de los clientes al salir después de la pandemia y como ellos lo agradecen ya no he querido apearme de esta función servicial, aunque yo siempre he estado al lado de la plancha”, explica Pepe.
Almería es tierra de chiringuitos, desde Adra hasta Terreros y éste que nos ocupa, el del tío Pepe, blande prosapía sobre todo por sus plateadas sardinas a la plancha. Cuenta la leyenda que el origen del chiringuito en España está en la localidad catalana de Sitges, donde se asentaron a principios del siglo XX numerosos indianos de la burguesía catalana que se habían hecho ricos en Cuba y a su vuelta, cuando iban a los bares de playa a tomar café, pedían un chiringo que en Las Antillas significa un fino chorro de café. De ahí que el kiosquet catalán en 1949 se renombrara como chiringuito a propuesta del correoso César González Ruano, periodista del ABC. Pepe Membrives no buscó que su vida girara en torno a un chiringuito, como ha girado y sigue girando. “Al principio lloraba porque no era lo que quería, pero aquí sigo y ahora ya estoy satisfecho por lo que he construido”.
Su historia, la del conocido tío Pepe, arranca a más de cien kilómetros de la arena de la playa almeriense, en Serón, donde su padre era marchante de ganado. Allí, en esa antigua cuenca minera del alto Almanzora, nació el protagonista de este relato en 1952 y muy joven se vino a Almería a estudiar en la Escuela de Maestría y después en la de Formación. Con 17 años se llevó a la novia y con 18 se fueron de emigrantes a Suiza, a trabajar pelando patatas en un hotel junto a la ciudad alpina de Interlaken.
A los dos años regresaron porque tenía que hacer el Servicio Militar y no quería que lo dieran por prófugo, pero como estaba casado y esperando una hija, solo acudía a la Comandancia de Marina, en el Parque, a firmar.
Era 1971 y se inició entonces, como Georgie Dann, el idilio de Pepe con los chiringuitos, cuando montó el primer tío Pepe, que estaba entonces situado en El Palmeral, frente a las barquitas. Ya habían empezado a proliferar en la playa zapillera esta suerte de merenderos rudimentarios hechos de cañizo y alambre. El decano era el de Frasquito el Garruchero y después se instalaron el del Albacete, el de Fernando el Cojo en el espigón, el de Juan el Cateto, el Self Service que había enfrente del Hotel Alborán, hoy residencia de la Tercera Edad, el de Enrique el Granaíno y el de los militares, oficiales y suboficiales que era el último y donde, en la actualidad, está el tío Pepe.
José, tras 15 años en El Palmeral, llegó a un acuerdo con los legionarios y trasladó su establecimiento donde está ahora, donde lleva ya 35 años. Es decir que el bueno de Pepe lleva ya 50 años debajo de un chiringuito, de los 72 transcurridos desde que lo parieron. Es el decano de la provincia, ya nadie puede igualarle en veteranía, aunque sobrevivan otros chamizos más antiguos en la provincia pero no sus primitivos dueños como en el caso del tío Pepe. En la playa del Zapillo, frente al Paseo Marítimo, que se convierte a partir de ahora y hasta octubre en la milla de oro de la ciudad, otros nombres de chiringuitos han ido tomando el relevo de los originales: El Palmeral, Ipanema Beach, el Sevillano, Terraza del Mar y el tío Pepe, que cierra el listado sin haber cambiado nunca de nombre. Queda por saber si la casa de la Marina, de propiedad municipal, se convierte también en el futuro próximo en un establecimiento hostelero.
En la provincia subsisten más de cien chiringuitos tradicionales desde los años 60 y 70, empezando por Adra, Balanegra, Balerma, almerimar, Roquetas, Aguadulce y siguiendo en enclaves del Cabo de Gata como San Miguel, La Almadraba, La Fabriquilla, San José, Aguamarga, Rodalquilar, las Negras, La Isleta y siguiendo por Carboneras, Mojácar, Garrucha, Vera, Villaricos y Terreros, habiendo atravesado periodos de alegalidad y de problemas por el cumplimiento de la Ley de Costas.
Aunque empezaron siendo elementales despachos de bebidas al aire libre, los chiringuitos almerienses se han ido sofisticando como híbridos entre restaurantes de lujo con las mejores carnes, pescados, mariscos, vinos y el mejor champán francés y como abrevadero para copas del tardeo y la noche, pasando de la caña al wengue y del suelo de arena a la cerámica.
Uno de los días más infelices de Pepe fue en 2010, cuando un fuerte temporal hizo que el agua rodeara todo el local, destrozándolo todo con unas pérdidas de 30.000 euros; y uno de sus días más felices cuando se volvió a casar el año pasado con Carmen Carlos, aquella novia con la que se escapó, como intentó hacer la del Cortijo del Fraile, y que es hoy la que manda en las hamacas, junto a los cuatro hijos que están en el negocio y diez camareros más.
Mientras, Pepe, el tío Pepe de ayer, hoy y siempre, sigue haciendo lo mismo que hace 50 años: ir por la mañana a la pescadería a por las mejores sardinas y quisquilas y al mediodía convertirse en un aplicado guardia urbano ordenando el tráfico de clientes frente al arrullo de las olas almerienses..
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