Homenaje a la tapa almeriense de toda la vida en tiempos de crisis y raciones

El exfutbolista Carmelo Capel se ha convertido en un buda de la tapa típica de plancha

Carmelo Capel Giménez regenta un pequeño bar en la calle Alcalde Muñoz.
Carmelo Capel Giménez regenta un pequeño bar en la calle Alcalde Muñoz. La Voz
Eduardo de Vicente
20:02 • 22 jun. 2024

El bar de Carmelo no está decorado por un diseñador vanguardista, ni ofrece un escenario retórico que sirva de gancho para la clientela. El bar de Carmelo no tiene una pizarra interminable que anuncie los manjares más exquisitos con nombres grandilocuentes, ni una terraza donde sacarle partido a las tardes cuando se retira el sol. El bar de Carmelo es una barra metálica, dos mesas y una plancha en la que se resume la historia de la tapa de Almería. Carmelo es el heredero de la vieja tradición y su negocio es un homenaje permanente a la tapa de toda la vida en tiempos de crisis y raciones. 



Para los que huimos de los lugares donde el dueño, en un alarde de generosidad, nos hace el favor de ofrecernos una tapa de cortesía, para los que nos suenan a chino las tapas con nombres, apellidos y títulos nobiliarios, el bar de Carmelo es un refugio budista donde el atún y el mero son una invitación a la espiritualidad, la prueba indudable de la existencia de Dios. Carmelo es un hostelero sin edad que nos recuerda a los antiguos camareros que se sabían toda la lista de tapas de carrerilla y la iban cantando cuando le preguntaba el cliente. 



Carmelo es un superviviente del oficio y de la vida. Hace quince años le detectaron un cáncer de piel y un médico le pronosticó que lo tenía complicado que posiblemente, en cuatro años, la historia se habría acabado. Pero aquí sigue, pegado a la plancha, desafiando al destino,  sacándole el dobladillo a la vida. De aquel flirteo con la muerte le ha quedado una mirada apasionada que sabe rescatar la felicidad de los pequeños momentos y una cicatriz que uno no logra descifrar si fue de la operación o de aquellos años de fútbol en los que se dejaba la piel de verdad. Carmelo fue futbolista antes que cocinero en aquellos tiempos, allá por los años 80, cuando los jóvenes jugadores de Almería que querían medio vivir del fútbol tenían que echarse el petate a la espalda y salir a batallar por todos los rincones de España. Él fue un jugador itinerante, un trotamundos que pasó por Cataluña, por Alicante y por Murcia persiguiendo un sueño que solo se cumplió a medias. 



Su escuela fue la playa y los descampados del Zapillo. De niño sentía una atracción especial por el mar, como una herencia familiar. Su tío, Luis ‘el Panteras’, tenía barca, pero el niño nunca miró a la playa como un oficio, sino como una vocación. Lo suyo era la pelota y como era el más grande de su calle y uno de los más fuertes, no tardó en convertirse en el delantero centro que todos los chiquillos querían tener en su equipo. Un día dio el salto al Zapillo y así empezó una carrera que recorrió los clubes más importantes de la provincia hasta acabar en aquel Polideportivo Almería de Miguel Orta al que defendió en dos etapas. Se tuvo que ir a Barcelona cuando el equipo estaba a punto de desaparecer, pero volvió poco después cuando el entrenador Antonio Oviedo lo llamó a su casa y le dijo: “Carmelo, tienes que volver. Hazlo por Almería”. Y regresó y jugó y cobró hasta la última peseta.



Cuando dejó el fútbol y comprobó que no se había hecho rico tuvo que empezar a trabajar y lo hizo poniendo un bar en el Zapillo que llevó el nombre de ‘El Pescaíto’. El negocio no llegó a funcionar a su gusto, por lo que tuvo que buscar nuevos horizontes y en el año 2017 se vino al centro, a un pequeño local de la calle Alcalde Muñoz. Allí sobrevivió a los duros comienzos cuando nadie lo conocía en el barrio y a la crisis que trajo la pandemia. Cuando cesó el temporal tuvo que empezar de cero y con la colaboración de su mujer, Antonia López, empezó a salir adelante con pasos de gigante. Desde entonces no ha hecho otra cosa que crecer pegado a la plancha. Su éxito se basa en apostar por la tapa más auténtica de Almería como es el pescado fresco que compra a diario directamente de la lonja.



En el bar de Carmelo no hay una carta donde se puedan leer las tapas porque están a la vista. En la vitrina de cristal del mostrador se exhiben los salmonetes, las sardinas, los jureles, el atún y el mero que forman parte de la tapa sin precios especiales ni raciones obligatorias. Tampoco te cobra un extra por el rato de conversación que forma parte de la idiosincrasia del establecimiento, aunque hay que ser precavido y no hablarle mucho de fútbol. Cuando un cliente llega y sin pensarlo le recuerda lo valiente que era y lo bien que remataba de cabeza, corre el riesgo de que la tapa se le quede pegada en la plancha.





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