Mucho Ponce, casi todo Manzanares y unas gotas destiladas de Morante

Los tendidos demostraron el cariño por los tres toreros y un respeto exquisito en sus silencios

Manzanares se ganó el reconocimiento y el cariño de los tendidos en su primero.
Manzanares se ganó el reconocimiento y el cariño de los tendidos en su primero.
Jacinto Castillo
01:00 • 29 ago. 2014

El cóctel, con ser bueno y estar preparado con suma aplicación, no fue de los que se suben a la cabeza. El cariño desató los corazones y la copa supo a gloria, pero sin excederse, por más que muchos vinieran a Plaza convencidos de que saldrían embriagados de esencia. 




Ponce
A Ponce le salió un toro que no andaba sobrado en ninguna de sus virtudes y el valenciano desenfundó su magisterio de forma contundente. Así, desde el primer pase, el animal ya sólo vio la muleta del de Chiva de modo que éste pudo encadenar tandas de elegancia clásica,  variando las suertes pero, sin perder nunca de vista lo que su enemigo demandaba. Por eso, le hizo de todo sin dejarse en el tintero el tres en uno y un cartucho por naturales. Ponce desplegaba la franela y el animal entraba como si le esperase la sombra de una encina. El torero, por encima, lo abanicaba dejándolo preparado para el siguiente  pase. Perfecta, limpia, ordenada, Ponce remató su actuación con una estocada para tomar apuntes.  




Tampoco le anduvo a la zaga la segunda lección que impartió. el cuarto de la tarde se empeñó en la querencia de las tablas y Ponce, tras intentar una sola vez llevarlo a los medios, optó por darle el guro a su enemigo y se inventó una faena muy cerca del olivo de toreo en redondo, de suavidad casi imposible para un animal tan poco decoroso en su comportamiento. Unos doblones genuflexos tan de Ponce remataron una actuación que el público premió sin pañuelos con el bello reconocimiento de la vuelta al ruedo,  ya casi en desuso.




Manzanares
Los lances de recibo de Manzanares a su rimero dejaron la Plaza predispuesta para ver a este torero  siempre tan esperado.  Se le quiere a Manzanares en Almería  por sus formas y por su origen. Pero Manzanares no se conformó con esas prerrogativas y echó mano de la pluma y el compás para escribir y dibujar al mismo tiempo un toreo preciosista y perfectamente trazado. 




Por eso Manzanares quiso rematar el soneto entrando a matar recibiendo y regalando unos instantes de emoción cara. Manzanares le había podido al toro en todos los sentidos y se había despachado  a gusto, convenciendo a los ocho tendidos con su estocada tan torera.




Al que cerró Plaza no pareció entenderlo del todo. Aunque demostró claramente que quería la puerta Grande, lo cierto es que toreó tanto como destoreó, sin encontrar nunca fluidez en su faena ni profundidad en los muletazos. No fue el toro soñado, pero tenía su faena.




Morante
Parecía que el toro no era del gusto de Morantepor como lo recibió, sin esas verónicas que todo el mundo había venido a beberse, pero cuando arrancó la faena con esos doblones ayudados de exquisita torería, ya quedó claro que Morante estaba en la Plaza. Después, el pitón derecho del toro le permitió que emergiera su toreo y el duende que duerme en su muleta se desperezó y embrujó un par de tandas. 




Morante se encontró un toro diferente por el pitón izquierdo y el duende bostezó y el de la Puebla se quedó sin poder redondear su faena. Sonriente por los pellizcos que le había arrancado a la tarde, Morante dejó para su segundo la cita con lo sublime.  Sin embargo, la esperanza se fue diluyendo conforme el quinto desparramaba las embestidas y tomaba el engaño con cicatería. Morante quiso que el toro entendiera de poesía y el animal no pasaba de manejar el prosaico lenguaje de las tardes grises.



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